viernes, 8 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 55

Durante la semana y media siguiente, Pedro pasó cada vez más tiempo en casa de Paula. Iba siempre después de comer, cuando sabía que ella ya habría terminado de trabajar con Nico. Unas veces se quedaba una hora más o menos; otras, un poco más. Un par de tardes jugó con él a lanzarle la pelota mientras Paula los contemplaba desde el porche, y al día siguiente le enseñó a golpearla con un pequeño bate y un tee que él mismo había usado de niño. Tras cada swing, Pedro volvía a colocar la bola en el tee y seguía animándolo para que volviera a intentarlo. Para cuando Nico ya no pudo más, Pedro estaba empapado de sudor. Paula le entregó un vaso de agua y lo besó por segunda vez.

El domingo, una semana después de la feria, Pedro los llevó a Kitty Hawk, donde pasaron todo el día en la playa. Les enseñó el lugar donde Orville y Wilbur Wright habían realizado su histórico vuelo en 1903, y pudieron leer los detalles de la hazaña en un monumento que había sido erigido para conmemorarla. Compartieron una merienda y jugaron con las olas mientras caminaban por la playa y sobre ellos revoloteaban las golondrinas. Por la tarde, Paula y Pedro construyeron castillos de arena y Nico se lo pasó en grande derruyéndolos; gruñía como si fuera Godzilla y pateaba los montones de arena en cuanto ellos los moldeaban.

En el camino de regreso, hicieron una parada en una granja y compraron unas mazorcas.

Mientras Nico devoraba sus macarrones, Pedro se quedó a cenar en casa de Paula por primera vez. El viento, el sol y la playa habían dejado a Nico agotado, así que se quedó dormido tan pronto como hubo acabado la cena. Pedro y Paula estuvieron charlando en la cocina hasta casi la medianoche. Luego, cuando se despidieron, se besaron de nuevo, y Pedro la estrechó entre sus brazos.

Unos días más tarde, él le prestó la camioneta para que pudiera ir de recados al centro. Cuando Paula  regresó se encontró las puertas de los armarios de la cocina arregladas.

—Espero que no te importe —le había dicho él, que aún se preguntaba si no habría traspasado alguna invisible frontera.

—¡Claro que no! —exclamó ella, batiendo palmas—; pero, ya que estás, ¿no podrías hacer algo con el grifo del fregadero?

Media hora más tarde, el goteo había desaparecido.

En los momentos que pasaban a solas, Pedro se sorprendía al quedarse embobado ante la sencilla belleza y el encanto de Paula. Sin embargo, también había ocasiones en las que podía apreciar las huellas que los sacrificios que había tenido que hacer por su hijo le habían dejado en el rostro. Era una expresión parecida a la fatiga, como la de un guerrero tras una larga batalla en las praderas; una expresión que lo llenaba de una admiración que le costaba expresar con palabras.

Tenía la impresión de que Paula pertenecía a una clase de personas que estaba en vías de desaparecer: ella era todo lo contrario de los que se entregaban a las prisas en busca de la satisfacción personal y de la autoestima. Pedro pensaba que había demasiada gente que sólo creía en el trabajo como forma de conseguir esas cosas, no en la paternidad, y que, para muchos, el hecho de tener hijos tenía poco que ver con educarlos. Cuando se lo comentó a Paula, ésta se limitó a desviar la mirada y a contestar:

—Sí. Antes yo también pensaba así.

El miércoles de la semana siguiente, Pedro invitó a Nico y a Paula a su casa. Su vivienda se parecía a la de Paula en ciertos aspectos: era antigua y se levantaba en medio de una gran parcela de terreno. Sin embargo, la de Pedro había sido rehabilitada varias veces, antes y después de que él la comprara. A Nico le entusiasmó el cobertizo para las herramientas que había en la parte de atrás. Cuando señaló el pequeño tractor, que en realidad era una máquina corta césped, Pedro lo montó en ella y le dió un paseo sin poner en marcha las aspas. Al igual que cuando había conducido la camioneta, Nico estaba radiante mientras zigzagueaban por el jardín.

Viéndolos juntos, Paula se percató de que la primera impresión de timidez que le había producido Pedro no era exacta, aunque estaba convencida de que era reservado. A pesar de que habían charlado en muchas ocasiones de su trabajo como voluntario en el Cuerpo de bomberos, Pedro se mostraba siempre muy callado con respecto a su padre y nunca había vuelto a mencionarlo tras aquella noche en el porche. Tampoco le había contado una palabra acerca de las mujeres que había conocido antes que a ella, ni siquiera de pasada. No era algo a lo que Paula diera importancia, pero le causaba cierta perplejidad.

Sin embargo, tenía que admitir que se sentía atraída por él. Pedro había aparecido en su vida cuando menos lo esperaba y de la manera más sorprendente. De hecho, se había convertido en algo más que un amigo. A pesar de todo, por las noches, cuando yacía bajo las sábanas y el renqueante ventilador, se sorprendía a sí misma esperando y rezando para que todo aquello no fuera un sueño.

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