viernes, 8 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 61

—Escucha, en cuanto a tu tejado... —interrumpió Pedro para desviar la conversación.

—¡Bah!, no te preocupes por eso —repuso Matías, súbitamente comprensivo—. Pásatelo bien. Ya era hora que encontraras a alguien...

—Vale, Matías, adiós —dijo Pedro interrumpiéndolo y colgando mientras su amigo seguía hablando.

Paula  sacó un huevo de la bolsa y se lo mostró a Pedro.

—¿Revuelto? —preguntó.

—Con el aspecto que tienes, ¿cómo quieres que no tenga revuelto mi corazón?

—¡Qué bobo eres! —repuso, entornando los ojos.

Dos horas más tarde se hallaban en la playa, cerca de Nags Head, sentados sobre una manta.

Pedro aplicaba crema solar a Paula en la espalda, mientras Nico se dedicaba a cavar en la arena con su pala de plástico y a llevársela de un lado a otro. Ninguno de los dos tenía la menor idea de lo que el chico pretendía ni de lo que pensaba, pero era evidente que se lo estaba pasando en grande.

Las caricias de Pedro mientras aplicaba la crema despertaron en Paula los recuerdos de la noche anterior.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —planteó.

—Claro.

—Anoche..., después de que... Bueno, de...

—¿Después de bailar nuestro tango horizontal...? —sugirió él.

Paula le dió un codazo.

—¡Por favor, no hagas que suene tan romántico! —protestó; pero Pedro soltó una carcajada y ella no pudo contener una leve sonrisa—. A ver, a lo que me refería —añadió tras recobrar la compostura— es que después te quedaste muy callado, como si estuvieras triste o algo parecido.

Pedro asintió, mirando hacia el horizonte. Paula creyó que iba a contestarle, pero él no dijo palabra. Así que, mientras miraba las olas que rompían en la playa, hizo acopio de valor.

—Dime, ¿fue porque lamentabas lo sucedido?

—No —repuso Pedro en voz baja, poniéndole un poco más de loción—. No fue eso en absoluto.

—Entonces, ¿qué fue?

Sin responder directamente, Pedro dejó que sus ojos vagasen por el mar.

—¿Te acuerdas de cuando eras pequeña y llegaba la Navidad? ¿Te acuerdas de que a veces la ilusión con la que la esperabas era incluso superior a la que te producía el hecho de abrir los juguetes?

—Sí.

—Pues a eso me refiero. Había soñado muchas veces con cómo sería ese momento...

Hizo una pausa para intentar hallar las palabras que le permitieran explicarse lo mejor posible.

—¿Así que la ilusión fue mejor que la realidad en sí? —preguntó ella.

—No. No —se apresuró a asegurar Pedro—. Te equivocas. Fue exactamente lo contrario. Anoche fue maravilloso. Tú fuiste maravillosa. Todo fue tan perfecto que... Creo que lo que me puso triste fue pensar que nunca más volvería a tener una primera vez como ésa contigo.

Dicho eso, Pedro se sumió nuevamente en el silencio. Mientras Paula meditaba aquellas palabras se dio cuenta de que él tenía la mirada extrañamente perdida, así que prefirió dejar correr el asunto y se recostó contra él, dejándose confortar por el abrazo con el que la rodeó. Permanecieron de aquel modo largo rato, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Más tarde, cuando el sol empezó a declinar, recogieron sus cosas y se dispusieron a regresar a casa. Pedro llevaba la manta, las toallas y la cesta de la merienda, mientras Nico iba delante, rebozado de arena, corriendo entre las dunas con el cubo y la pala. A lo largo del camino, brillaba una alfombra de florecillas amarillas y naranja. Paula se agachó, arrancó una y se la llevó a la nariz; acto seguido, se la entregó a Pedro.

—Por aquí las llamamos flores de Jobell —dijo éste mientras miraba a Paula. Luego, levantó el dedo en señal de fingido reproche—. ¿No sabe usted, señorita, que está prohibido arrancar las flores de las dunas? Nos protegen de los huracanes.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Entregarme a la policía?

Pedro negó con la cabeza.

—No. Pero te voy a obligar a que escuches la leyenda de por qué se les puso ese nombre.

Paula  se apartó un mechón de cabello que revoloteaba, empujado por el viento.

—¿Otra historia como la del Árbol del Trago?

—Más o menos; pero ésta es más romántica.

Paula se le acercó.

—Vamos, cuéntamela.

Él hizo girar la flor entre los dedos, y los pétalos parecieron fundirse en una sola mancha de color.

—Las flores de Jobell se llaman así por Joe Bell, un tipo que vivió en esta isla hace mucho tiempo. Según se dice, José se había enamorado de una mujer, pero ella acabó casándose con otro.

Él, con el corazón destrozado, se trasladó a los Outer Banks, decidido a llevar una vida de ermitaño. Sin embargo, la primera mañana en su nuevo hogar, vió a una mujer que caminaba por la playa, delante de su casa, y que parecía tremendamente triste y sola. A partir de aquel momento, la vió todos los días a la misma hora, hasta que al final fue a su encuentro.

No obstante, cuando la mujer se dió cuenta, salió corriendo. José estaba convencido de que la había asustado de verdad, pero la volvió a ver a la mañana siguiente. En esa ocasión, ella no huyó cuando él se le aproximó.  José quedó inmediatamente impresionado por su belleza. Aquel día hablaron hasta que anocheció, y también los días que siguieron, hasta que se enamoraron. Sorprendentemente, al tiempo que Joe se enamoraba, un parterre de flores empezó a crecer en la parte trasera de su casa, flores que nunca se habían visto por aquellos parajes.

A medida que su amor se fue haciendo más fuerte, el parterre se fue extendiendo y, cuando llegó el verano, se había convertido en un océano de color. Fue allí donde José se arrodilló y le pidió a la mujer que se casara con él. Ella aceptó, pero, extrañamente, retrocedió cuando él arrancó un ramillete de flores y se lo ofreció.

Después de la boda le explicó las razones: «Estas flores —le dijo— son el símbolo viviente de nuestro amor; si las flores mueren, nuestro amor también morirá.» Por algún motivo, aquellas palabras impresionaron a José, que en el fondo de su corazón tuvo la segundad de que eran lo más cierto que había oído en su vida. Así pues, plantó las flores por toda la playa donde había visto a su mujer por primera vez y más tarde por todos los Outer Banks, como testimonio de lo mucho que la quería. Año tras año, a medida que las flores se extendían, el amor de los esposos se fue haciendo más intenso.

2 comentarios:

  1. Ahhhhhhhhh, no no no, me fascina esta novela, es tan tierna y romántica!!!!!!!!!

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  2. Hermosos capítulos!!! que lindas son las historias del pueblo que le cuenta Pedro!

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