viernes, 29 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 24

—Créeme, osito Teddy, una barba es lo último que me gustaría ver en una mujer. Será mejor que te tapes con un pañuelo.

—No me llames así. No me gusta la condescendencia —dijo ella dándole una patada en la rodilla haciendo que se tuviera que apoyar sobre los talones.

—Mira lo que he hecho. Ahora hay linimento por todo el suelo. ¿Qué te parece si te llamo sólo osito?

Pedro se puso de pie y limpió el líquido con la punta de sus botas.

—El olor no es tan desagradable —dijo poniendo un poco en la palma de nuevo—. Estará frío al principio por el alcohol. No saltes cuando lo notes.

—¿Así estoy bien? —dijo Paula inclinándose hacia atrás y apoyándose con las manos en la cama.

—Si estás cómoda… Tal vez estés mejor tumbada —dijo él aunque no era lo más apropiado. Nada más decirlo, vio cómo la sonrisa se le borraba del rostro y retiraba el pie con cuidado—. Escucha, olvida el beso. Fue por la emoción del momento. Nunca ocurrió. No pienso abalanzarme sobre ti.

Diciendo esto, comenzó a extender el linimento por el pie con la esperanza de haberla convencido, ya que con él no había funcionado.

—No te preocupes. Al principio está frío pero luego tiene un efecto de calor sobre la piel —añadió cuando Paula dejó escapar un escalofrío involuntario—. Es un crimen tratar de endurecer la piel de tus pies.

Esta vez, Paula no se lo discutió, se limitó a producir un perezoso murmullo como si en realidad no le hubiera estado prestando atención. Cuando comenzó con el otro pie, parecía totalmente dormida. Pedro quería pensar que era por sus cuidados, pero la pobre se había esforzado mucho todo el día y merecía la pequeña siesta.

Los esperaba un largo día y había dado órdenes a algunos sherpas para que se adelantaran con las escalas de aluminio. En el Everest, la mayoría de las grietas que tendrían que cruzar tendrían un puente preparado. En eso había gastado los sesenta y cinco mil dólares al principio de la temporada.

Les había dicho que buscaran una grieta que no fuera muy ancha. No quería que Paula se asustara antes de haber ganado confianza, pero el lugar en el que los cuerpos se encontraban estaba fuera del camino marcado en la pared del Lhotse hacia South Col, y después estaba el paso Hillary hacia la cumbre.

Cuando salieran del glaciar West Cwm, estarían solos. Igual que la última vez.

—¿En qué piensas?

—Pensaba que te habías quedado dormida pero si quieres saberlo, le estaba dando las gracias a Dios de que tengas la misma ambición que Fernando. Pretendía subir por la ruta que la expedición americana abrió en 1963. Conquistaron el Everest por la vía más difícil de la Arista Oeste.

—¿Tan mal lo he hecho?

¿Qué podía decir? ¿Que esperaba que tuviera la mitad de agilidad que su hermana?

—No, pero mañana tendremos que atravesar una grieta en el hielo pisando una estrecha escalera. Si te pareces a tu hermana, no te será difícil. Ella parecía volar sobre las escaleras. Solía decir que todos los años de ballet ayudaban. Si podía guardar el equilibrio sobre la punta de los dedos, ¿cómo no iba a hacerlo con las botas de montaña?

—Era buena. Me encantaba verla en el escenario.

—No puedo comprender cómo perdió el equilibrio y arrastró a Fernando con ella. Era lo último que esperaba que ocurriera.

Y no tenía ningún sentido.

—Cuéntame algo sobre tu trabajo en la embajada —añadió cambiando de tema—. ¿Es interesante?

Paula levantó una ceja y arrugó los labios. Lo miraba casi amenazadoramente. De pronto, la mueca se convirtió en una broma.

—No me preguntes. Así no tendré que mentirte.

Quizá fuera malísima para el ballet pero era una actriz estupenda.

—¿Quieres decir que si me lo contaras tendrías que matarme?

—Exacto —dijo ella apuntándolo con un dedo y riéndose de buena gana—. En realidad, soy una humilde traductora pero me da la excusa para vivir en París y me encanta.

La semana de aclimatación estaba a punto de cumplirse. El día anterior, Pedro y ella había llegado al punto más alto del glaciar, 5.027 metros, donde habían pasado la noche. A esa altura, cualquier actividad consumía mucha energía y sería aún peor cuando dieran la vuelta al glaciar. Agradecía que no tuvieran que subir hasta la Zona de la Muerte. Sólo el nombre ya le hacía sentir escalofríos. Desde luego, la competitividad no estaba muy presente en su forma de ser. Excepto en lo que se refería a los caballos; y, aun en ese caso, el hecho de ganar no había sido la única razón que la había hecho esforzarse. Ella disfrutaba más con la sensación de estar sobre el caballo, un animal musculoso y fuerte.

Su mente viró peligrosamente y, por un segundo, la imagen se centraba en un Pedro totalmente desnudo, poderosamente fuerte y erguido. Se maldijo por excitarse en ese preciso momento. Pedro la estaba asegurando desde arriba y tenía que enfrentarse a un mayor grado de dificultad.

Borró la imagen de su mente. Sus pies tocaron finalmente la repisa. Era más estrecha de lo que parecía desde arriba, poco más de un metro. El ascenso había sido más largo pero más fácil.

—Te toca —dijo haciéndole una señal a Pedro.

Observó cómo descendía. Viéndolo parecía fácil. No se dejaba controlar por el glaciar, sino que usaba sus habilidades y su técnica para controlarlo él. La escalada era su vida. Ésa era otra diferencia entre ellos. Ella disfrutaba con sus pequeños logros pero el dolor que tenía que soportar después oscurecía el esplendor de cada conquista.

¡Conquistas! Su familia materna había seguido los pasos de los conquistadores. Sin embargo, en ella debían de predominar los genes de los Chaves porque su madre había dominado durante un tiempo el circuito de carreras. Alejandra Schulz, la estrella, se convirtió en Alejandra Chaves, segunda esposa, madre y estrella. Paula tenía una colección de vídeos de su madre en las carreras, pero había destruido en el que se veía el accidente. Igual que su padre destruyó al caballo.

Tomar clases de hípica en el colegio no había sido sino otra manera de desafiarlo. Se había mostrado bastante inteligente dejándola marchar. Sabía que limitarle el acceso a los fondos no tendría ningún efecto ya que la mitad de la fortuna de su madre había ido a parar a Paula sin restricciones de ningún tipo.

Pero si algo había heredado de su madre era la fuerza de voluntad. No iba a subir hasta la mitad del Everest para conseguir un trofeo. No, cuando inició la búsqueda, había empezado a sospechar que la Sydney Carton de Historia de dos ciudades de Dickens debería ser una de sus ancestros.

Era evidente que había heredado más cosas de su padre de lo que quería reconocer. Estaba haciendo aquel sacrificio por su negocio, para asegurarse de que no iba a terminar en un escándalo que arrastraría a miles de personas inocentes.

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