domingo, 17 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 79

Si no aparecía en un cuarto de hora, llegaría tarde a trabajar.

Si no aparecía en diez minutos...

A las siete menos cinco, sostenía el vaso con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos y tuvo que aflojar la presa para que la sangre volviera a circularle por los dedos. A las siete, con una mueca en los labios, llamó a Rafael, le dijo que iba a llegar un poco tarde y se disculpó.

—Nico. Tenemos que marcharnos —anunció Paula después de colgar el teléfono—. Hoy iremos en bicicleta.

—No —dijo el niño.

—No te lo estoy preguntando, Nico. ¡Te lo estoy ordenando! ¡Espabila!

Cuando el chico se dio cuenta del tono de voz, se levantó y fue tras su madre.

Maldiciendo para sí, Paula salió al porche trasero para coger su bicicleta. Cuando la hizo rodar se dio cuenta de que algo no iba como Dios manda y le dio una sacudida de pura frustración antes de percatarse de lo que sucedía: un neumático estaba pinchado.

—¡Oh, no, por favor! ¡Esta noche no! —exclamó sin apenas dar crédito a lo que le estaba sucediendo.

Como si aquello no pudiera ocurrirle a ella, se agachó para palpar la rueda: la cubierta cedió con sólo una leve presión.

—¡Maldita sea! —gritó, pegándole una patada a la llanta.

Dejó la bicicleta tirada en el suelo entre una cajas de cartón y volvió a la cocina justo cuando

Nico  salía por la puerta.

—¡No vamos a ir en bici! —dijo, apretando los dientes—. ¡Vuelve dentro!

Nico, que sabía cuándo era mejor no contrariar a su madre, hizo lo que le había dicho. Paula marcó un número y volvió a llamar a Pedro, pero éste seguía sin contestar. Colgó el auricular de un golpe y se puso a pensar a quién podía recurrir: a Zaira no, porque ya estaría en el restaurante; ¿a Ana?... Marcó y dejó que el timbre sonara una docena de veces: luego, colgó. ¿A quién más conocía? Sólo a una persona más.

Abrió el cajón, sacó el listín telefónico y revolvió las páginas en busca del nombre. Lo encontró, marcó y respiró aliviada cuando la voz respondió al otro extremo de la línea.

—¿Melisa? Hola, soy Paula.

—¡Oh! Hola. ¿Qué tal estás?

—La verdad es que en este momento no muy bien. Escucha, odio tener que hacer esto, pero te llamo para pedirte un favor.

—¿En qué te puedo ayudar?

—Ya sé que es una verdadera molestia, pero ¿podrías acompañarme hasta el trabajo esta noche?

—Claro. ¿Cuándo?

—¿Podría ser ahora? Ya sé que te llamo en el último minuto y lo siento, pero acabo de darme cuenta de que tengo la bici pinchada.

—No te preocupes —interrumpió Melisa—. Estaré ahí en diez minutos.

—Gracias. Te debo un favor.

—No me debes nada. Total, lo único que tengo que hacer es coger las llaves del coche y mi bolso.

Paula  colgó y volvió a llamar a Rafael para explicarle, entre un montón de disculpas, que llegaría a las siete y media. Él se echó a reír.

—No te preocupes, cariño. Llegarás cuando tengas que llegar. No hace falta que te apresures: hoy tenemos una noche tranquila.

Colgó y soltó un suspiro de alivio. Entonces se dio cuenta de que Nico la estaba observando sin decir palabra.

—Lo siento, cariño, mamá no está enfadada contigo. Lamento haberte gritado.

No obstante, seguía molesta con Pedro y no había forma de que lo remediara. ¿Cómo había podido...?

Recogió sus cosas y esperó a que llegara Melisa. Cuando vio el coche que avanzaba por el camino, tomó a Nico de la mano y salió al porche. Melisa detuvo el vehículo mientras bajaba la ventanilla.

—Aquí estoy. Vamos, entrad. Perdona el caos, pero es que los chicos han tenido fútbol esta semana.

Paula ató a Nico al asiento de atrás con el cinturón de seguridad y se sentó junto a su amiga.

En un abrir y cerrar de ojos, habían salido del camino y circulaban por la carretera principal hacia Eights.

—Oye, ¿qué ha pasado? Me dijiste que tenías la bici pinchada.

—Así es. Pero la verdad es que esta noche no contaba con tener que usarla. Se suponía que Pedro  iba a llevarme, pero no ha aparecido.

—¿Y te dijo que vendría?

La pregunta la hizo dudar: ¿Acaso ella se lo había pedido? ¿Acaso tenía que hacerlo a aquellas alturas?

—La verdad es que no quedamos en nada concreto —admitió Paula—. Pero como me ha estado acompañando durante todo el verano, pensé que hoy también lo haría...

—¿Te ha llamado?

—No.

Melisa le lanzó una rápida mirada.

—Me da la impresión que las cosas han cambiado entre ustedes.

Paula se limitó a asentir, y la otra se concentró en la carretera, dejándola con sus pensamientos.

—Tú sabías que algo así iba a pasar, ¿no es cierto?

—Hace mucho que conozco a Pedro —repuso Melisa con cautela.

—¿Y qué le pasa?

Melisa suspiró.

No hay comentarios:

Publicar un comentario