domingo, 3 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 44

—Cuando me instalé aquí, pensé que se trataba de perros, pero una noche pillé a esos dos con las manos en la masa. Al principio no sabía qué eran.

—¿Nunca habías visto un mapache?

—Claro que sí, pero no en mitad de la noche, husmeando en un cubo de basura y, desde luego, no bajo mi propio porche. Mi departamento de Atlanta no tenía un problema de animales salvajes. Arañas, puede; pero depredadores no.

—Suena como aquella historia del ratón de ciudad que se mete por error en un camión que lo deja tirado en pleno campo.

—Créeme, a veces me siento exactamente igual.

La brisa de la noche le agitaba el cabello, y Pedro volvió a sorprenderse por la belleza de Paula.

—Y dime, ¿cómo fue tu vida? Me refiero a crecer en Atlanta y todo eso.

—Seguramente, un poco como la tuya.

—¿A qué te refieres? —preguntó él, intrigado.

Ella lo miró a los ojos y habló despacio, como si sus palabras fueran una revelación.

—A que los dos fuimos hijos únicos que se criaron con madres viudas que habían nacido en Edenton.

Pedro sintió una repentina punzada de miedo. Paula prosiguió.

—Ya sabes cómo es. Te sientes diferente porque todos los demás tienen padre y madre, aunque estén divorciados. Es como si crecieras sabiendo que te falta algo importante que los otros poseen, aunque no sepas exactamente de qué se trata. Recuerdo haber oído a mis amigas quejarse de que sus padres no las dejaban salir hasta tarde o que no les gustaban sus novios. Eso me ponía furiosa porque ellas eran incapaces de apreciar lo que tenían. ¿Sabes a lo que me refiero?

Pedro asintió. Acababa de darse cuenta de lo mucho que compartían.

—Aparte de esto, mi vida fue muy normal. Viví con mi madre, fui a un colegio católico, salí con mis amigos, acudí a los bailes de graduación y me preocupé por todas y cada una de las espinillas que me salieron, porque estaba segura de que con aquel aspecto no le gustaría a nadie.

—¿Tú a eso lo llamas normal?

—Lo es si eres una chica.

—Yo nunca me preocupé por esas cosas.

Paula le lanzó una mirada de soslayo.

—Es que a tí no te educó mi madre.

—No. Pero aún así, la mía se ha ido ablandando con los años. Era bastante más estricta cuando yo era pequeño.

—Me contó que siempre estabas metiéndote en problemas.

—Y yo imagino que tú debías de ser la niña perfecta.

—Lo intentaba —respondió Paula alegremente..

—¿Y no lo eras?

—No. Lo cual demuestra que yo fui mejor que tú en eso de engañar a mamá.

Él se rió.

—Me alegro de escuchar eso. Si hay algo que no puedo soportar es la perfección.

—Especialmente cuando se trata de los demás, ¿verdad?

—Verdad.

Se produjo una pequeña pausa en la conversación antes de que Pedro hablara de nuevo.

—¿Te importa si te hago una pregunta? —dijo casi con cautela.

—Depende de la pregunta —respondió ella, intentando no ponerse a la defensiva.

Pedro  volvió la cabeza e hizo ver que contemplaba el jardín en busca de los mapaches.

—¿Dónde está el padre de Nico? —preguntó al cabo de un momento.

Paula había estado esperando aquella pregunta.

—No está. Lo cierto es que prácticamente no lo conozco. Se suponía que Nico no iba a suceder.

—¿Sabe que tiene un hijo?

—Sí. Lo llamé cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Él fue muy claro: no quiso saber nada del niño.

—¿Lo ha visto alguna vez?

—No.

Pedro frunció el entrecejo.

—¿Cómo puede no interesarse por su propio hijo?

Paula se encogió de hombros.

—No lo sé.

—¿Te gustaría que estuviera cerca?

—¡Dios mío, no! —dijo ella rápidamente—. Al menos, no él. Entiéndeme, me habría gustado que Nico tuviera un padre, pero no alguien así. Además, si Nico tuviera un padre, un padre de verdad, no simplemente alguien que se hace llamar de esa manera, eso querría decir que esa persona también tendría que ser mi marido.

Paula  asintió, comprendiendo el sentido de aquellas palabras.

—Pero, a ver, señor Alfonso, ahora le ha llegado el turno a usted —añadió Paula, dándose la vuelta para mirarlo—. Yo te he contado toda mi vida, pero tú no me has correspondido. Háblame de tí.

—Ya lo sabes casi todo.

—Si no me has explicado nada...

—Te he contado que soy contratista.

—Y yo que soy camarera.

—Y ya sabías que soy bombero voluntario.

—Eso lo supe nada más conocerte. No vale.

—Pero es que no hay mucho más —protestó, alzando las manos en gesto de rendición—. ¿Qué quieres que te explique?

—¿Puedo preguntarte lo que quiera?


—Adelante.


—Conforme entonces.


Paula pareció meditar durante unos segundos. Luego lo miró y le dijo:

—Háblame de tu padre.


Sus palabras lo pillaron desprevenido. No había esperado semejante pregunta y se percató de que se ponía en guardia, como si no quisiera responder. Sin duda, habría podido despachar el asunto con alguna respuesta sencilla, unas cuantas frases sin demasiado sentido. No obstante, durante un rato se mantuvo en silencio.


2 comentarios:

  1. Hermosa la maratón! Me encanta como paula se abrió con edro, ojalá él pueda hacer lo mismo con ella!

    ResponderEliminar
  2. Espectacular la maratón. Tengo que confesarte que cuando Paula le contaba a Pedro sus miedos todo sobre Nico se me escaparon algunas lagrimitas.

    ResponderEliminar