domingo, 17 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 78

Dejó que las palabras murieran, sabiendo que todo aquello ya lo había dicho antes. Pedro respondió con un hilo de voz, y ella notó que él se ponía a la defensiva.

—Paula, tú me interesas, si es eso a lo que te refieres.

Ella cerró los ojos y los mantuvo así durante un rato.

—No. No es eso exactamente... Supongo que sólo quería saber si vas en serio con lo nuestro.

Él la atrajo hacia sí mientras le acariciaba el cabello.

—Claro que voy en serio. Pero, como te he dicho, mi visión del futuro no es a largo plazo. No soy el tipo más brillante que has conocido, ¿sabes?

Pedro sonrió ante su propia broma y Paula suspiró: estaba claro que no iba a ser suficiente con que tanteara.

—Bien, entonces, dime una cosa: cuando reflexionas sobre el mañana, ¿Nico y yo estamos en él? —preguntó a bocajarro.

El silencio volvió a apoderarse de la sala mientras ella esperaba una respuesta. Se dió cuenta de que tenía la boca seca. Al final, oyó que Pedro lanzaba un suspiro.

—No puedo predecir el futuro, Paula. Nadie puede. Pero, como te he dicho, me intereso por tí y por Nico. ¿No es suficiente por el momento?

Era evidente que aquélla no era la contestación que hubiera deseado escuchar. A pesar de todo, levantó la cabeza del hombro de él y lo miró a los ojos.

—Sí —mintió—. Por ahora es suficiente.

Más tarde aquella misma noche, tras haber hecho el amor y haberse quedado dormidos abrazados, Paula se despertó y vió a Pedro, de pie frente a la ventana, mirando hacia los árboles y con la mente perdida en otros asuntos. Lo observó durante un rato, antes de que él regresara a la cama. Cuando Pedro tiró de la sábana, ella se volvió y lo miró.

—¿Estás bien? —preguntó.

Pedro pareció sorprenderse ante el sonido de su voz.

—¿Te he desvelado?... Lo siento.

—No. Ya llevaba un rato despierta. ¿Qué te ocurre?

—Nada. Simplemente, no podía dormir.

—¿Hay algo que te preocupa?

—No.

—Entonces, ¿por qué no puedes dormir?

—No lo sé.

—¿Es por algo que haya hecho?

Pedro soltó un largo suspiro.

—No. Tú no has hecho nada malo.

Dicho eso se acurrucó a su lado y la abrazó. A la mañana siguiente, Paulase levantó sin nadie a su lado.

Aquella vez, Pedro no se había ido a dormir al sofá ni la sorprendió con un inesperado desayuno. Se había escabullido sigilosamente, y las llamadas a su casa quedaron sin respuesta. Durante un rato, Paula pensó en pasarse por la obra en la que él estaba trabajando, pero el recuerdo de cómo había terminado la última visita que ella le había hecho la desanimó por completo.

Al final, se puso a rememorar los acontecimientos de la noche pasada, intentando verles el lado bueno. Sin embargo, a cada recuerdo positivo parecía corresponderle uno negativo. Había ido a verla, sí; pero podía haberse debido a la influencia de Ana. Había sido encantador con Nico, sí; pero podía haber sido una forma de evitar abordar lo que le estaba preocupando. Le había dicho que ella le interesaba, sí; pero no lo suficiente para pensar en un futuro juntos. Habían hecho el amor, sí; pero él había desaparecido por la mañana sin ni siquiera despedirse.

Analizar... Sopesar... Calcular... Odiaba reducir su relación con Pedro a algo tan prosaico. Le parecía una actitud pasada de moda, un psicoanálisis barato en el que los hechos y las palabras podían no significar nada. Aunque lo cierto era que sí tenían un significado. Ahí estaba el problema.

Sin embargo, en el fondo de su corazón tenía la certeza de que Pedro no le había mentido cuando le había dicho que ella le interesaba. Si había algo que la impulsaba a seguir con él era ciertamente eso.

¡Cuántas dudas y peros!

Hizo un gesto para apartar de su cabeza todas aquellas ideas, por lo menos hasta que lo volviera a ver. Pedro iba a pasar más tarde para acompañarla al trabajo, y aunque ella no creía que tuvieran tiempo para hablar, estaba segura de que sólo con verlo lo tendría todo más claro.

Ojalá llegara un poco antes.

El resto de la mañana y la tarde transcurrió muy despacio. Nico tenía uno de sus días malos — callado, gruñón y tozudo—, lo cual no contribuyó a mejorar el estado de ánimo de Paula, pero por lo menos evitó que se pasara las horas pensando en Pedro.

Poco después de las cinco, creyó haber oído el ruido de su camioneta, pero cuando salió a comprobarlo se dió cuenta de que se había equivocado. Decepcionada, se puso el uniforme, le preparó un bocadillo a Nico y se quedó viendo las noticias.

El tiempo pasó y dieron las seis. ¿Dónde se había metido Pedro?

Apagó el televisor e intentó sin éxito que Nico se interesara en un libro. A continuación, se sentó en el suelo con el chico y empezó a jugar con el Lego, pero Nico no le hizo el menor caso y siguió coloreando su cuaderno de dibujo. Cuando ella intentó hacer lo mismo, el niño le dijo que se marchara. Ella suspiró y decidió que no valía la pena seguir intentándolo.

Al final, se fue a ordenar la cocina para matar el tiempo. Como allí tampoco había mucho que hacer, recogió la ropa de la lavadora.

A las seis y media seguía sin tener noticias de Pedro, y la preocupación empezó a ceder ante una sensación más inquietante.

Pedro iba a ir a buscarla, ¿verdad?

Ante la falta de alternativas, lo llamó por teléfono. Nadie contestó.

Volvió a la cocina, se sirvió un vaso de agua y se sentó ante la ventana del salón. A esperar.

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