lunes, 25 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 16

Paula empezó a barrer una vez más asegurándose de que no se olvidaba ningún sitio. Agachándose, barrió por debajo de las dos camas. Alguien había dejado un colchón enrollado sobre cada una de ellas.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Pedro desde la puerta tapando con su cuerpo la diminuta entrada y dejando la habitación casi a oscuras.

—Estoy asegurándome de que está limpio. Si tenemos que vivir aquí una semana, al menos que sea habitable.

Paula se incorporó y lo miró mientras hablaba. Pedro era inmenso y eso habría intimidado a cualquiera pero no a ella. Lo había visto relacionarse con los porteadores y los sherpas, quitándole un poco de peso a un niño de no más de doce años. Se había dado cuenta de la amabilidad que había en aquel hombre que quería ocultarle todo dolor.

Utilizaba la brusquedad como un escudo igual que ella utilizaba las formas autoritarias de señorita de clase alta para mantenerlo a raya. Paula sabía que corría peligro si se acercaba demasiado a aquel hombre y estaba haciendo lo posible para evitar lo que sería inevitable si alguno de los dos bajaba la guardia. A veces, veía una llama en los oscuros ojos de Pedro cuando miraba en su dirección.

—Esto no es el Ritz —dijo Pedro quitándole la escoba—. Unos cuantos días de escalada por la pared de hielo del Ama Dablam y estarás encantada de volver a los lujos de este pequeño refugio.

—Creeré tu palabra —dijo Paula haciéndose a un lado apoyando las corvas de las piernas contra la estructura de madera de una de las camas mientras Pedro colgaba su mochila de un clavo en la pared.

—¿Qué cama prefieres? —preguntó Pedro.

La mirada de Paula fue de Pedro hasta la cama que se encontraba más alejada dentro de la habitación. Se había dado cuenta cuando barría debajo que una estaba mejor construida que la otra.

—Será mejor que tú te quedes con la que está debajo de la ventana. Parece más recia y aguantará mejor tu peso.

—¿He oído bien? —dijo él tensando la boca. Tenía la mandíbula oscurecida por la sombra de la barba creciente y, aunque odiaba admitirlo, le quedaba muy bien. En el círculo que frecuentaba, ningún hombre llevaría barba incipiente, a no ser que hubiera estado trabajando de incógnito.

Tal vez fuera el contraste lo que le resultaba tan atractivo.

—No he querido decir que estés gordo, sólo que eres pesado… quiero decir, que tienes huesos gr-gran-des —tartamudeó mientras él la taladraba con una de sus intensas miradas. El corazón le latía con fuerza hasta que salió de la habitación.

¿Cuándo había sentido ella que uno de los hombres con quien solía relacionarse le aceleraba el pulso? Nadie que pudiera recordar. Y que la hicieran temblar no le había ocurrido jamás.

Mientras recortaba las mechas de las antorchas y desenrollaba los sacos antes de que cayera la noche, Pedro se dió cuenta de que Paula tenía la mirada perdida en el espacio. La muerte de su hermana había sido un duro golpe. ¡Lo había sido también para él y no eran parientes!

Delfina  había demostrado ser una mujer valiente para su tamaño y sospechaba que lo mismo ocurría con Paula. La semana que los esperaba lo sacaría de dudas.

Levantó la mochila de ésta y la puso sobre la cama que había elegido. A él no le importaba en cuál le tocara dormir. Estaba acostumbrado a dormir en el duro suelo pero hacía mucho que no dormía tan cerca de una mujer. Una mujer de la que estaba decidido a mantener las distancias. ¿Qué importancia tenía que estuviera excitado la mayor parte del tiempo que pasaba junto a ella? Hacían falta dos para bailar un tango. Y él se negaba a empezar el baile.

Tiró de las cintas de velcro de la mochila. El sonido pareció traerla de vuelta al presente.

—Será mejor que elijas la ropa de mañana. Será de noche cuando nos levantemos. Quiero estar cerca del pie del glaciar al amanecer.

—¿Quieres que nos levantemos antes del amanecer?

¿Era pánico lo que veía en la expresión de Paula? Apostaría lo que fuera a que ésa era la hora a la que ella solía llegar a casa después de una noche de juerga en el glamoroso mundo en el que vivía.

—Eso es lo que he dicho. Así que será mejor que estés lista para irte a la cama pronto esta noche.

—Perdona si te parezco un poco tensa, pero ¿qué pasa con la intimidad? Vamos a compartir habitación.

Pedro trató de evitar mirarla con cautela pero le resultaba muy difícil.

—¿No estarías pensando en ponerte un camisón de seda, por casualidad?

Aunque a decir verdad le encantaría verla vestida con una prenda de ropa interior de París, o mejor, sin ropa. Cuanto menos tuviera que quitarle antes descubriría si su imaginación hacía justicia a la mujer de carne y hueso.

El interior del cobertizo estaba demasiado oscuro para ver si se había sonrojado al contestar arrastrando las sílabas:

—N-no.

—Bien. Porque ésa no era una de las cosas que te puse en la lista. Dormirás con los calzones largos, por supuesto, y si llegas a subir más, prepárate para dormir completamente vestida. Hay veces en las que te alegrarás de cubrirte con todo lo que lleves en la mochila —dijo Pedro descolgando del clavo su mochila y empezando a bajar la cremallera.

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