viernes, 1 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 35

Aunque nunca se había sentido cómoda ante desconocidos, a Paula  le resultó menos difícil de lo que había imaginado. Lo relajado de la situación —los niños corrían de un lado a otro, la gente iba vestida de sport y se mostraba alegre y risueña— le facilitó las cosas, y tuvo la impresión de que era una reunión en la que todos eran bienvenidos.

Durante la media hora que siguió, conoció a una docena de personas, de las cuales, tal como

Ana  le había dicho, la mayoría tenía hijos. Los nombres se le amontonaron en la memoria y al final tuvo dificultades para recordarlos todos, aunque hizo todo lo que pudo con los de la gente de su edad.

Luego, llegó la hora del almuerzo de los chicos, y éstos se amontonaron alrededor de las mesas tan pronto como aparecieron los platos llenos de hamburguesas y frankfurts.

Nico, naturalmente, no fue a comer con ellos, pero a Paula le sorprendió no ver tampoco a Pedro. Lo había perdido de vista cuando él le había llevado la bebida a Nico. Miró entre la multitud mientras se preguntaba si se habría marchado sin que nadie se percatara, pero no lo divisó por ninguna parte. Entonces escrutó la zona infantil con curiosidad y los vió allí, a los dos, frente a frente.

Cuando se dió cuenta de lo que estaban haciendo se quedó muda de asombro. No podía creerlo, así que cerró los ojos un instante y los volvió a abrir.

Se quedó muy quieta contemplando cómo Pedro le lanzaba la pelota a Nico, que se hallaba de pie, con los brazos extendidos y muy juntos ante sí. El niño no movía un músculo mientras la pelota surcaba el aire. Luego, como por arte de magia, la bola aterrizaba limpiamente en sus pequeñas manos.

Paula  no pudo menos que contemplar la escena, asombrada.

Pedro Alfonso estaba jugando a la pelota con su hijo.

El último lanzamiento de Nico salió desviado, como la mayoría de los que lo habían precedido, y Pedro corrió en pos de la pelota. Cuando se agachaba para recogerla de la hierba, vió que Paula se acercaba.

—¡Ah, hola! —dijo con toda naturalidad—. Estábamos jugando a tirarnos la bola.

—¿Llevan así todo el rato? —preguntó, incapaz todavía de ocultar su incredulidad.

Nico  nunca había querido jugar a la pelota y, aunque ella había intentado que le gustara, él jamás había querido ni probarlo. No obstante, el motivo de su sorpresa tenía que ver más con Pedro que con su hijo. Aquélla había sido la primera ocasión en que alguien se había tomado la molestia de enseñarle al niño algo nuevo, algo que los demás niños hacían: se había puesto a jugar con Nico cuando nadie jugaba con Nico. Pedro asintió.

—Más o menos. Yo diría que le gusta.

En ese instante, su hijo la vio y la saludó con la mano.

—«Oha, ama.»

—¿Te estás divirtiendo?

—«E me ansa Iota» —exclamó, muy contento. Paula no pudo reprimir una sonrisa.

—Ya lo veo. Menudo lanzamiento, ¿eh?

—«í. Me ansa» —repitió.
Pedro  se echó hacia atrás la visera del sombrero.

—A veces tiene un buen brazo —explicó, como si quisiera justificar por qué no había logrado atrapar el lanzamiento de Nico.

Paula  seguía mirándolo.

—¿Cómo has conseguido que jugara?

—¿A qué? ¿A tirar la pelota? No lo sé. Creo que ha sido idea suya —contestó encogiéndose de hombros, claramente ajeno a la proeza que acababa de realizar—. Cuando se terminó el refresco me la lanzó y casi me dio en la cabeza, así que se la devolví y le di algunos consejos para que aprendiera a atraparla. Los pilló en un santiamén.

—«¡Ansa, ansa!» —exclamó Nico, impaciente, con los brazos extendidos.

Pedro miró a Paula en busca de su aprobación.

—Vamos. Tírasela —contestó ella—. Quiero ver esto con mis propios ojos otra vez.

Pedro  se colocó en posición a escasa distancia de Nico.

—¿Preparado?

Nico, que estaba muy concentrado, no respondió. Paula cruzó los brazos con expectación.

—¡Allá va! —gritó Pedro, lanzando la bola despacio en un amplio arco.

La pelota golpeó a Nico en el pecho, rebotó y cayó al suelo. El muchacho se agachó, veloz, la recogió y se la lanzó a Pedro con precisión, de manera que éste pudo atraparla en el aire sin apenas moverse del sitio.

—¡Buen tiro! —exclamó.

La pelota repitió el viaje de ida y vuelta unas cuantas veces más antes de que Paula los interrumpiera.

—¿Qué te parece un descanso? —propuso.

—Si él está de acuerdo...

—Podría pasarse así un buen rato. Cuando encuentra algo que le gusta no le apetece dejarlo.

—Ya decía yo...

—De acuerdo, cariño, sólo una vez más —le dijo Paula a su hijo.

Nico sabía lo aquello significaba y contempló un momento la pelota antes de lanzarla. El tiro salió desviado a la derecha, y de nuevo Pedro no pudo atraparla.

La bola se detuvo a los pies de Paula, que la recogió mientras Nico se dirigía hacia ella.

—¿Eso es todo? —preguntó Pedro, estupefacto ante el buen talante del niño—. ¿Ni una queja?

—No, ninguna. Suele portarse muy bien en este aspecto.

Paula  lo alzó del suelo y lo estrechó entre sus brazos.

—Has jugado muy bien.

—«í» —contestó Nico alegremente.

—¿Te gustaría jugar un rato en el tobogán? —preguntó.

Nico  asintió, y ella lo dejó en tierra. Inmediatamente salió corriendo hacia la zona de juegos.

Cuando estuvieron solos, Paula miró cara a cara a Pedro.

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