viernes, 1 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 34

—Es fantástico.

—Sí... No sé qué decirte —contestó Paula entornando los ojos en un gesto que estaba a medio camino entre la resignación y la exasperación.

Sus miradas se encontraron durante un instante, y ambos la sostuvieron antes de apartar la vista. Luego, caminaron en silencio. Tenían el mismo aspecto que cualquier otra joven pareja del parque.

No obstante, Pedro siguió observándola por el rabillo del ojo: Paula tenía un aspecto radiante bajo el cálido sol de junio. Se dio cuenta de que el color de sus ojos tenían un toque misterioso y exótico. Era más baja que él, y se movía con la gracia de la gente que está segura del terreno que pisa; pero se trataba de algo más que eso: se trataba de la inteligencia que había demostrado por su forma de tratar a Nico y sobre todo por el amor que le profesaba. Para Pedro  aquellas cosas eran las que de verdad tenían importancia, y se dio cuenta de que Melisa había tenido razón después de todo.

—Jugaste un buen partido —dijo Paula finalmente, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, pero no ganamos.

—Pero, a pesar de todo, jugaste bien. Eso cuenta.

—Puede, pero no ganamos.

—¡Ése es el típico comentario de un hombre! Espero que Nico no vaya por ese camino.

—Irá. No lo puede evitar. Lo llevamos en los genes.

Paula  se rió, y pasearon un poco más sin decir nada.

—¿Cómo fue que te metiste en los bomberos? —le preguntó.

Aquella pregunta despertó en la mente de Pedro una imagen de su padre. Tragó saliva para borrarla de sus pensamientos.

—Es algo que deseaba hacer desde que era pequeño.

A pesar de que ella detectó un cambio en el tono de voz, no vio que su expresión variara mientras miraba a la gente en la distancia.

—¿Cómo funciona en el caso de los voluntarios? ¿Simplemente los llaman cuando se produce una emergencia?

Pedro hizo un gesto despreocupado, aliviado por alguna razón.

—Sí. Más o menos.

—¿Fue así como me encontraste la otra noche? ¿Alguien llamó para avisar?

Pedro negó con la cabeza.

—No. Se trató simplemente de un caso de buena suerte. Todos los del Cuerpo estaban fuera a causa de la tormenta. Los cables del tendido eléctrico habían caído derribados, y mi tarea era iluminarlos con bengalas para que nadie se topara con ellos. Fue una casualidad que viera tu accidente y me detuviera para comprobar si había heridos.

—Y allí estaba yo —dijo Paula.

Pedro  se detuvo y la miró.

—Sí. Allí estabas tú.

En las mesas se amontonaba comida suficiente para alimentar a un regimiento, que era más o menos el volumen de gente que había deambulando por la zona.

A un lado, cerca de las parrillas en las que se asaban las hamburguesas y las salchichas, había cuatro grandes contenedores llenos de hielo y cerveza.

Cuando se acercaron, Pedro dejó su bolsa en el suelo junto a las demás y cogió una cerveza; luego, sacó una lata de Coor's Light y se la ofreció a Paula.

—¿Te apetece?

—Si hay bastantes, sí.

—Las neveras están llenas. Si hoy se acaban las bebidas, será mejor que no ocurra nada esta noche: de lo contrario, no habrá nadie en condiciones de responder.

Le entregó la lata, y ella la abrió. Nunca había sido una gran aficionada a la bebida, ni siquiera antes de que Nico naciera; pero en un día de calor como aquél, una cerveza le resultaba refrescante.

Pedro le dió un largo sorbo a la suya al tiempo que Ana los localizaba. La mujer dejó unos cuantos platos de cartón sobre la mesa y se acercó.

—Lamento que hayas perdido, pero me debes quinientos pavos —le dijo mientras le daba un rápido abrazo.

—No sabes cuánto agradezco tu apoyo.

Ana se echó a reír.

—¡Vamos, ya sabes que te estoy tomando el pelo!

Lo estrechó nuevamente antes de volverse hacia Paula.

—Bueno, ahora que estás aquí, ¿qué te parece si te voy presentando?

—Claro, pero déjame comprobar primero por dónde anda Nico.

—Se encuentra perfectamente. Acabo de verlo. Está jugando en el tobogán.

Como si tuviera un radar, Paula lo localizó al instante. En efecto, estaba jugando, pero se lo veía sudoroso. Incluso desde aquella distancia podía apreciar que tenía el rostro arrebolado.

—Hum... ¿No os importa si le llevo algo de beber? ¿Un refresco o algo?

—Claro que no. ¿Qué le gusta, Coca-Cola, Sprite, cerveza sin alcohol?

—Un Sprite.

Por el rabillo del ojo, Pedro vió que Melisa y Karen, la embarazada mujer de Carlos Huddle, se acercaban para saludar. Melisa mostraba la misma expresión de triunfo que había desplegado la noche que él había ido a cenar a su casa. Estaba claro que los había visto paseando juntos.

—Dame la bebida. Yo se la llevaré —propuso inmediatamente para no tener que contemplar la actitud de Melisa—. Me parece que viene gente a saludar.

—¿Estás seguro? —preguntó Paula.

—Completamente seguro —contestó—. ¿Qué prefiere Nico, una lata o un vaso?

—Un vaso.

Pedro  le dió otro trago a su cerveza antes de ir hacia la mesa a preparar el refresco y evitó toparse con Melisa y Karen por pocos segundos.

Ana  les presentó a Paula y, tras haber intercambiado los saludos de rigor y charlar durante unos minutos, entre las tres se la llevaron para que conociera a más gente.

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