viernes, 1 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 37

—«¡Amión montuo!» —exclamó Nico.

Era un Dodge 4x4, negro y con neumáticos anchos. Tenía dos faros montados sobre el arco de seguridad, un cable de remolcar sujeto al parachoques delantero, un armero para escopetas tras los asientos y una reluciente caja de herramientas en la plataforma de carga. Sin embargo, a diferencia de otros que Paula había visto, aquél no era el de un coleccionista: la pintura había perdido el brillo original, estaba lleno de arañazos e incluso tenía una abolladura cerca de la puerta del conductor; faltaba uno de los retrovisores, y el agujero que había dejado se estaba oxidando; toda la parte inferior del vehículo estaba cubierta de incrustaciones de barro seco.

Nico juntó las manos nerviosamente.

—«¡Amión montuo!» —repitió.

—¿Te gusta? —preguntó Pedro.

—«¡Í!» —contestó asintiendo vigorosamente.

Pedro cargó las bicicletas y abrió la puerta para ayudarlos a subir. A causa de la altura de la caja, tuvo que alzar a Nico. Cuando Paula se encaramó, agarrándose donde él le indicaba, sus cuerpos se rozaron.

Puso en marcha el motor y se dirigieron hacia las afueras de Edenton, con Nico de pie entre los dos. Como si intuyera que ella deseaba estar a solas con sus pensamientos, Pedro se mantuvo callado. Paula se lo agradeció. Hay gente que se siente incómoda en el silencio y lo considera un vacío que es necesario llenar. Estaba claro que Pedro no era de esa clase, porque se contentaba con conducir, simplemente.

Los minutos transcurrieron mientras la mente de Paula divagaba. Contempló cómo pasaban, uno tras otro, los pinos que bordeaban la cuneta y volvió a asombrarse de estar en el camión junto a él. Por el rabillo del ojo pudo ver que conducía absorto en la carretera. Tal como había apreciado la primera vez que lo había visto, Pedro no era guapo en el sentido clásico de la palabra. Dudaba de que, de haberse cruzado con él en cualquier calle de Atlanta, le hubiera llamado la atención.

Carecía de la belleza de ciertos hombres, pero había algo en él que ella encontraba rudamente atractivo. Pedro poseía un rostro bronceado y enjuto en el que el sol había dejado su huella en forma de pequeñas arrugas alrededor de los ojos y en las mejillas. Su cintura era estrecha; su espalda, ancha y musculosa —como si hubiera pasado años llevando pesadas cargas—, y sus brazos parecían haber martilleado miles de clavos, lo cual era probablemente cierto. Era como si su trabajo como contratista le hubiera modelado el aspecto.

Paula se preguntó si habría estado casado alguna vez. Ni él ni Ana lo habían mencionado, aunque tampoco tenía demasiada importancia. A la gente no solía gustarle hablar de errores del pasado. Dios era testigo de que ella no mencionaba a Facundo a menos que no tuviera más remedio.

No obstante, había algo en su actitud que le decía que nunca se había comprometido. Aquella tarde no había podido evitar percatarse de que era el único soltero de la fiesta.

Se acercaron a la calle Charity, y Pedro aminoró la marcha, tomó el desvío y aceleró de nuevo. Estaban a punto de llegar.

Al cabo de un minuto, entraron en el camino de gravilla. Entonces, Pedro frenó lentamente hasta que detuvo la camioneta por completo, puso el punto muerto y dejó el motor al mínimo.

Paula lo contempló con extrañeza.

—Qué, campeón, ¿te gustaría conducir mi camión? —preguntó Pedro.

Nico  tardó un instante en darse la vuelta.

—Vamos —insistió, dando una palmada en el volante—, sé que puedes.

Nico  dudó, y Pedro  lo miró. Finalmente el chico se movió y él se lo sentó en el regazo. A continuación le apoyó las manos en la parte superior del volante y apartó las suyas, dispuesto a agarrarlo en caso de que fuera necesario.

—¿Estás preparado?

Nico no respondió, pero Pedro puso una marcha y embragó despacio. El vehículo empezó a avanzar.

—Perfecto, campeón. ¡Allá vamos!

Nico aferró el volante con inseguridad mientras la camioneta rodaba cuesta arriba. Cuando se dio cuenta de que era él quien la guiaba, los ojos se le pusieron como platos.

Giró hacia la izquierda. La camioneta respondió y se adentró por la hierba dando saltos mientras se dirigía hacia la cerca. Nico dió un golpe de volante en la dirección contraria y cruzaron el camino hacia el otro lado.

Se movían muy despacio, pero aun así Nico sonreía abiertamente y le dirigió a su madre una orgullosa mirada, como si le dijera: «¡Eh, mamá, mira lo que hago!» Cuando volvió a girar, se echó a reír de contento.

—«¡Toy oducendo!»

El vehículo se fue acercando a la casa describiendo grandes eses y sorteando los árboles (gracias a los pequeños ajustes que Pedro iba introduciendo). Nico soltó otra carcajada y Pedro le guiñó un ojo a Paula.

—Mi padre solía dejarme hacer esto cuando yo era pequeño —explicó—. Pensé que a Nico le gustaría.

Nico, con un poco de ayuda verbal y manual, consiguió llevar el vehículo hasta el magnolio y aparcarlo. Tras abrir la puerta del conductor, Pedro lo depositó en el suelo y el chiquillo salió corriendo hacia la casa.

Él y Paula lo observaron en silencio. Finalmente, Pedro se dió la vuelta y tosió levemente para aclararse la garganta.

—Déjame que vaya por las bicicletas —dijo, al tiempo que saltaba de la cabina.

Mientras se dirigía a la parte trasera y abría la plataforma, Paula permaneció en su asiento sintiéndose confundida. De nuevo, Pedro había logrado cogerla desprevenida: era la segunda vez que hacía algo amable para Nico, algo que para los otros niños habría sido cosa normal. Con la primera la había sorprendido, pero con aquélla le había tocado un punto sensible que nunca habría imaginado. Como madre de Nico, podía quererlo y protegerlo, pero no podía obligar a la demás gente a que lo aceptara. Sin embargo, era evidente que Pedro ya lo había hecho. Eso le hizo sentir un nudo en la garganta.

Tras cuatro años y medio, Nico había hecho por fin su primer amigo.

Oyó un golpe sordo y notó que la camioneta se balanceaba cuando Pedro subió a la plataforma. Se compuso lo mejor que pudo, abrió su puerta y se apeó.

Pedro depositó las bicicletas en el camino. Luego, con un ágil movimiento saltó al suelo.

Paula, que seguía sintiéndose insegura, buscó a Nico y lo encontró de pie ante la puerta de entrada. Con el sol que se escondía tras los árboles, el rostro de Pedro parecía oculto por las sombras.

—Gracias por traernos a casa —dijo Paula.

—Ha sido un placer —repuso él en voz baja.

Allí, a su lado, no podía quitarse de la cabeza las imágenes de Pedro jugando a la pelota con Nico o dejándolo conducir la camioneta, y decidió que quería saber más cosas de Pedro Alfonso, pasar más tiempo con él, conocer mejor a la persona que había sido tan amable con su hijo; pero, por encima de todo, anhelaba que él deseara y sintiera lo mismo que ella.

Cuando alzó la mano para protegerse los ojos del sol, sintió que se ruborizaba.

—Todavía dispongo de un poco de tiempo antes de ir al trabajo —dijo, dejándose llevar por sus instintos—. ¿Te apetecería entrar un momento a tomar una taza de té?

Pedro se echó el sombrero hacia atrás.

—Si te va bien, me encantaría.

Empujaron las bicicletas hasta la parte trasera de la casa y las dejaron bajo el porche. A continuación, entraron en la casa empujando la puerta, cuya pintura estaba cuarteada y desconchada por el paso de los años. El interior no estaba mucho más fresco, así que Paula dejó los batientes abiertos para que corriera el aire. Nico entró tras ellos.

—Déjame que te prepare un té —dijo ella, intentando disimular su repentino nerviosismo.

Sacó de la nevera una jarra con la bebida y la sirvió en unos vasos en los que echó unos cubitos de hielo. Le entregó uno a Pedro y dejó el suyo sobre la encimera de la cocina, consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Se volvió hacia Nico con la esperanza de que Pedro no fuera capaz de descifrar sus sentimientos.

—¿Quieres beber algo, cariño?

El niño asintió.

—«Ero un oco de aba.»

Aliviada por la interrupción que eso suponía, se lo sirvió y se lo entregó.

—¿Listo para el baño? Estás todo sudado.

—«í» —respondió mientras bebía, derramándose parte del agua por la camiseta.

—¿Me permites un momento mientras le preparo el baño? —preguntó, mirando a Pedro.

—Claro. Tómate el tiempo que quieras.

Paula se llevó a Nico fuera de la cocina y, enseguida, tras el murmullo de su voz, Pedro oyó que el agua corría en la bañera.

Se apoyó contra la pared y estudió la cocina con ojos de experto profesional. Sabía que la casa había estado deshabitada durante unos cuantos años antes de que Paula se trasladara y, a pesar de los esfuerzos de ella, todavía mostraba señales de abandono: el suelo estaba arqueado, y el linóleo se había vuelto amarillo con el tiempo; tres puertas de los armarios que tenían rotas las bisagras caían hacia un lado, y el grifo del fregadero, que goteaba, había dejado marcas de herrumbre en la porcelana. En cuanto a la nevera, no cabía duda de que la habían instalado cuando construyeron la casa. Le recordó a la que había en la cocina de sus padres cuando él era niño. Hacía décadas que no había visto una igual.


No obstante, era evidente que Paula había hecho todo lo que había estado a su alcance para dejar el sitio presentable. Estaba limpio y ordenado. Los platos estaban guardados; las encimeras, despejadas, y los trapos, doblados sobre el fregadero. Al lado del teléfono había una pila de cartas cuidadosamente clasificadas.

Cerca de la puerta de atrás, sobre una pequeña mesa, se veían unos cuantos libros de texto apilados, encima de los cuales, a modo de pisapapeles, descansaban dos pequeñas macetas de geranios. Se acercó para examinarlos y comprobó que trataban de los procesos del desarrollo de los niños. En una estantería cercana descansaba una gruesa carpeta de tapas azules en la que se podía leer el nombre de Nico.

El agua dejó de correr, y Paula reapareció en la cocina sabiendo lo mucho que hacía que no había estado a solas con un hombre. Era una sensación extraña, que le recordaba cómo había sido anteriormente su vida, antes de que el mundo cambiara completamente para ella.


Felíz Año Nuevo para todos.

2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyyy, me está matando de ternura esta novela.

    ResponderEliminar
  2. Hermosos capítulos! Me encanta como Pedro trata a Nico! Pero ojalá no los lastime ni abandone...

    ResponderEliminar