miércoles, 27 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 18

—Cuéntame algo sobre Delfina y Fernando. Odio admitirlo, pero las cosas que sé de los últimos quince años de la vida de mi hermana se podrían contar con los dedos de una mano. Me he perdido muchas cosas, y ya no podré recuperar el tiempo perdido.

Pedro esperó un momento hasta que Paula guardó silencio y empezó.

—Los conocí en Argentina.

—Vaya. Otra coincidencia. Mi madre nació allí pero mis abuelos murieron antes de que yo naciera, así que nunca he ido —dijo Paula casi para sí.

—Los Martínez estaban escalando con otro equipo pero estábamos en el mismo campamento a los pies del Aconcagua. Solíamos encender un fuego por la noche y sentarnos allí a charlar. Creo que lo primero que me llamó la atención de ellos era lo felices que eran, el buen equipo que formaban, como si compartieran hasta los pensamientos. Ya sabes, de esas personas que acaban las frases del otro y se ríen de bromas que sólo ellos conocen.

—Me alegro de que fueran felices pero me temo que eso me entristece aún más.

—Sí, siempre hay algo de lo que lamentarse. ¿A quién no le gustaría cambiar el pasado? —dijo Pedro. A él le gustaría. Su vida habría sido muy diferente si su padre hubiera disfrutado siendo el buen policía que decía ser.

—Estábamos en grupos distintos pero antes de iniciar la escalada cada uno por su lado, le di mi dirección y mi número de teléfono de Nueva Zelanda a Fernando y le dije que si alguna vez iban por allí que me llamaran —continuó Pedro—. Volvimos a coincidir en el aeropuerto y resultó que íbamos en el mismo avión aunque yo iba en turista y ellos en primera. Me invitaron a su casa en Colorado y estuvimos esquiando.

—Qué divertido —dijo Paula, su voz desprovista de toda emoción, como si flotara en el aire en medio de la oscuridad. Pedro habría jurado que la historia estaba comenzando a hacer efecto.

—Lo pasé muy bien. Deberías haber estado —bromeó—. ¿No habría sido divertido que nos hubiéramos conocido entonces? —dijo Pedro. Lo que se guardó para él fue la pregunta de si la atracción que sentía hacia ella habría funcionado igual entonces, consciente de que estaba a sólo unos pasos de él. No tenía más que acercarse hasta ella y tomarla en sus brazos—. Este viaje te habría resultado más fácil si no fuéramos unos extraños.

Pedro escuchó el susurro del tejido del saco de dormir sobre el colchón como si Paula se estuviera poniendo de lado para mirarlo.

—Viviendo tan cerca, no seremos unos extraños cuando esto termine, ¿no crees?

—No, supongo que no. Pero me hubiera gustado conocerte en unas condiciones menos dolorosas. En circunstancias normales, creo que podríamos haber sido amigos —repuso él. «Más que amigos».

—Creo que podríamos haber sido más que amigos —dijo ella poniendo voz a los pensamientos de Pedro—. ¿No es una pena que no lo lleguemos a saber nunca? — se lamentó ella con un tono áspero en la voz como si lamentara todo el fantástico sexo que habrían podido compartir. La afirmación aumentó el pulso de Pedro de forma automática.

Saber que nunca ocurriría lo calmó un poco, aunque era una pena. Habían corrido muchos rumores sobre él tras el accidente pero no serían nada en comparación con lo que dirían de él si intimara con Paula. Estaba allí para cuidar de ella, no para convertirla en su objeto de deseo. Y para conseguir lo primero, tenía que asegurarse de que Paula estaba en forma y ágil como ella había dicho ser. De momento, había aguantado bien los cuatro días de trekking de aproximación.

Antes de proseguir con su historia, Paula susurró:

—Gracias por la historia. Buenas noches.

Al menos era bueno en algo, aunque sólo fuera haber conseguido que se durmiera. Ahora era él quien estaba bien despierto aunque no por mucho tiempo.

El amanecer de color rosado sobre el glaciar era un espectáculo para no perderse. Pero Paula tenía que decirle a Pedro que si ésa iba a ser la rutina diaria, levantarse a las cuatro y media de la mañana y desayunar una barrita de proteínas mientras se acercaban más y más a la cascada de hielo, la novedad dejaría de serlo rápidamente.

Habían estado caminando casi una hora cuando el hombre en cuestión la miró por encima del hombro.

—¿Cómo vas, Paula? ¿Es demasiado para tí?

Tuvo que morderse la lengua para no decirle que se lamentaba de no haberse acobardado antes de empezar la aventura.

—Muy bien. Me lo estoy pasando… en grande. Una nueva experiencia… pero es hermosa en cierto sentido —respondió ella. Odiaba admitirlo pero lo cierto era que le estaba resultando difícil respirar a esa altura. Pero no quería darle a Pedro la razón en lo de que era demasiado para ella.

Pedro se detuvo y ella lo alcanzó con unos pocos pasos.

—De hecho, no hace tanto frío como yo creía que iba a hacer —añadió Paula.

—Sí, el cielo está despejado y no hace viento —dijo él mirando la ropa de Paula. Pantalón y chaqueta a juego de color calabaza, fácil de reconocer en la distancia. No era el color más bonito pero era lo único que habían encontrado de su talla.

—A medida que vaya avanzando el día y hayamos subido más, el sol se reflejará sobre el hielo y tendrás que quitarte la chaqueta y alguna otra prenda más —dijo él mirándole el pecho durante unos segundos.

«Qué más quisieras». Paula se guardó el pensamiento mientras recordaba el accidentado encuentro que habían tenido. No había podido olvidar el calor de su cuerpo contra el suyo y la mano sosteniéndola por el pecho.

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