domingo, 3 de enero de 2016

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 39

—Bien —dijo ella bromeando—. Yo diría que en estos momentos tengo diez dólares que me queman el bolsillo.

Pedro adoptó una actitud pensativa.

—¡Hum! Así tendremos que renunciar a las encimeras de Corian y al ultracongelador...

Ambos se echaron a reír.

—¿Cómo te va trabajando en Eights?

—No va mal. Por el momento es justo lo que necesito.

—¿Y cómo se porta Rafael?

—La verdad es que se porta estupendamente. Me permite que mientras hago mi turno acueste a Nico en una habitación que tiene en la parte de atrás. Además, me ayuda con otras cosas.

—¿Te ha hablado de sus hijos?

Paula  puso cara de sorpresa.

—Tu madre me hizo la misma pregunta.

—Bueno. Cuando lleves viviendo aquí el tiempo suficiente te darás cuenta de que todos saben de todo sobre todos. Con un poco de tiempo, todos acabamos haciendo las mismas preguntas. Es una ciudad pequeña.

—Es difícil pasar inadvertido, ¿no?

—Imposible.

—¿Y si me mantengo en un segundo plano?

—Es igual, porque hablarían entonces de lo reservada que eres. Pero no es tan incómodo como parece. Al final te acostumbras. La gente no es mala, sólo curiosa. A menos que hagas algo inmoral o ilegal, no se meterán contigo. Simplemente miran lo que ocurre a su alrededor porque no hay mucho más que hacer por aquí.

—Y a tí, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

—Mi trabajo y los bomberos me mantienen bastante ocupado. Por lo demás, cuando tengo un rato, me gusta ir de caza.

—Eso es algo que no estaría bien visto entre mis antiguos amigos de Atlanta.

¿Qué quieres que te diga? No soy más que el clásico tipo sureño.

De nuevo, Paula se sorprendió de lo diferente que Pedro era si lo comparaba con los otros hombres que había conocido; no sólo en las cosas más elementales, como su aspecto o su actitud, sino también porque parecía satisfecho con el mundo que había creado para él mismo. No parecía anhelar fama ni gloria, no corría como un poseso tras el dinero ni rebosaba de planes ambiciosos que lo hicieran millonario. En cierto sentido parecía un hombre de otro tiempo, de otra época, cuando el mundo era más sencillo y las cosas más importantes resultaban las más simples.

Mientras reflexionaba sobre todo aquello, Nico llamó desde el baño. Paula volvió la cabeza y miró qué hora era. Zaira pasaría a buscarla dentro de media hora y aún no estaba lista. Pedro le adivinó el pensamiento y apuró su bebida.

—Creo que lo mejor será que me marche.

Nico volvió a llamarla y esta vez Paula contestó.

— Voy enseguida, cariño. —Hizo una pausa y le preguntó a Pedro—: ¿Vas a volver a la fiesta?

Él asintió.

—Sí. Seguramente se estarán preguntando todos dónde me he metido.

Ella le dedicó una sonrisa llena de picardía.

—¿Crees que estarán murmurando sobre nosotros?

—Probablemente.

—Entonces, creo que voy a tener que acostumbrarme.

—No te preocupes. Me ocuparé de que sepan que no ha ocurrido nada.

Paula  lo miró a los ojos y sintió una agitación interior, algo repentino e inesperado. Las palabras le salieron antes de que pudiera detenerlas.

—Para mí sí que ha ocurrido...

Pedro pareció estudiarla en silencio, sopesando lo que acababa de escuchar, mientras ella se ruborizaba como una colegiala. Él desvió la mirada un momento. Luego la contempló.

—¿Trabajas mañana por la noche? —preguntó finalmente.

—No —respondió Paula casi sin aliento.

Pedro  aspiró profundamente. «¡Qué guapa es!», se dijo.

—¿Qué te parece si los llevo a tí y a Nico a las atracciones, mañana por la noche? Estoy seguro de que a él le encantaría.

A pesar de que había sospechado que él se lo pediría, se sintió aliviada cuando oyó que se lo proponía.

—Me encantaría —repuso suavemente.

Aquella misma noche, más tarde, Pedro, incapaz de dormir, meditó que lo que había empezado como un día cualquiera había acabado tomando un derrotero inesperado. Realmente no sabía cómo había sucedido. Tenía la impresión de que su historia con Paula era como una bola de nieve que rodaba cuesta abajo escapando de su control.

Saltaba a la vista que era inteligente y atractiva. Lo admitía. Pero ya había conocido antes otras mujeres inteligentes y atractivas. Algo había en ella, algo había en su relación, que era responsable de que se hubiera dejado llevar, de que hubiera perdido ligeramente el control.

A falta de una palabra mejor, se dijo que era porque a su lado se sentía cómodo.

«Pero eso carece de todo sentido», pensó haciendo una pelota con la almohada.

Apenas la conocía. Sólo habían conversado un par de veces, sólo la había visto en dos ocasiones. Probablemente no era en absoluto como él se imaginaba que era.

Además, no quería comprometerse. Eso era algo por lo que ya había pasado.

Le dió una patada a las sábanas, súbitamente irritado.

¿Por qué había tenido que acompañarla a su casa? ¿Por qué le había pedido salir con ella al día siguiente? Y lo más importante: ¿por qué las respuestas a esas preguntas lo incordiaban tanto?

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