domingo, 31 de enero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 32

Era extraño cómo podía haberse sentido atraída por dos hombres tan diferentes. A Paula no le parecía gracioso pensar que podría haber llegado a casarse con Jacques y entonces jamás habría conocido a Pedro.

—¿Estás bien, osito? —preguntó Pedro con voz adormilada pero muy relajada.

—Mmm. Estoy muy bien. Es muy calentito este saco y me sorprende que haya habido sitio para los dos.

El aliento cálido de Pedro le acarició el oído. Había disfrutado toda la noche con el suave ronroneo que hacía mientras dormía.

—Escucha.

—No oigo nada.

—El viento ha parado. Parece que podemos salir de aquí.

—Demasiado pronto.

—Sí, pero al menos hemos disfrutado de una noche.

A Paula no le gustó el tono de finalización que empleó. La asustaba. Estaba temblando pero antes de que pudiera decir nada, Pedro dió la vuelta quedando frente a ella.

—Dios, Paula—continuó. Paula sabía que no podía ser nada bueno porque no había utilizado el apodo cariñoso que empleaba con ella—. Sabes que nunca funcionaría. Lo nuestro. La forma en que nos hemos conocido lo demuestra. Siempre habría alguien dispuesto a señalarnos con el dedo. El dinero puedo traer problemas en vez de resolverlos. Créeme, Paula. Hasta la gente que me conocía desde hacía años empezó a mirarme de reojo cuando comenzaron los rumores. No tengo testigos, no hay pruebas de que el accidente ocurrió. Sólo mi palabra.

Paula sentía que el oxígeno la quemaba en los pulmones ante la idea de que Pedro fuera a abandonarla. ¿Estaban utilizándola de nuevo?

—A mí me basta con tu palabra —dijo ella consciente de que estaba empezando a enamorarse de él. Y bastante tenía ya él como para saber que le estaba rompiendo el corazón.

—Gracias por el voto de confianza, Teddy. No sé lo que he hecho para ganármela pero te aseguro que no te defraudaré.

Paula maldecía llena de frustración. Sus palabras no habían hecho desaparecer el gesto testarudo que tensaba la mandíbula de Pedro. Le había costado un montón de energía demostrarle que estaba en forma para la ascensión, consciente de que si no lo hubiera hecho bien ya habrían regresado a Namche Bazaar. ¿Y dónde estaría entonces? En un hotel a los pies del Everest mientras la llave que necesitaba para salvar el imperio de su padre estaba en una cadena al cuello de su hermana a medio camino entre la cumbre y donde estaba ella. Su prioridad debería ser ésa, y no pensar en cuándo sería la próxima vez que Pedro la besaría.

Al menos, algo tenía claro y era que nada sería fácil con Pedro. Y que tenía que olvidarse del sexo, el más fabuloso que había disfrutado en su vida.

A juzgar por los comentarios de Pedro, era obvio que había algo que no quería contarle, algo por lo que se mostraba casi paranoico respecto a lo que los rumores podían hacerle a alguien. Sí, Pedro tenía un secreto que no quería compartir con ella. Y eso dolía. Lo que la llevó a pensar si a él le dolería también que ella tuviera secretos para él.

Pedro miró a Paula desde el otro extremo de la habitación. Se estaba poniendo la mochila. Las que llevaban eran mucho más pesadas que las que habían bajado del glaciar y, aunque él había metido en la suya el bulto más pesado, lo preocupaba tener que pedirle que llevara tantas cosas.

—¿Puedes? —preguntó. Debería haberla ayudado a ponérsela pero los recuerdos de la noche anterior estaban demasiado frescos. Eran demasiado calientes. ¿Cómo podría tocarla sin desear tomarla en brazos?

Paula se abrochó las correas centrales justo a la altura del estómago antes de contestar.

—Osito está lista —dijo con una sonrisa, utilizando el apodo que él usaba cariñosamente con ella.

A Pedro le costaba trabajo mirarla a los ojos esa mañana. No se sentía culpable por lo que habían compartido sino por haberle pedido que lo negara. Pero ¿cómo hacérselo comprender sin contarle todos los oscuros secretos que rodeaban a su familia? Aunque sabía que, si la necesidad lo empujaba a ello, le hablaría de su padre. Eso haría que se pensara dos veces si deseaba de él algo más que sus servicios como guía.

Aún recordaba la primera vez que algún documental sobre policías corruptos abrió la herida de nuevo. La historia de Horacio Alfonso no había hecho más que resurgir y el padre de la prometida de su hermano hizo lo posible por romper el compromiso. No ayudaba nada que el hombre fuera el jefe de Martín. Al final, el padre de su prometida llegó al extremo de contaminar varias garrafas de vino y consiguió echarle la culpa a Martín. Había manchado el buen nombre de su hermano mayor en la industria vinícola. Por derecho propio, ahora Martín debería estar fabricando su propio vino en vez de dedicarse a escribir artículos y libros sobre los vinos de los demás.

Sabía que en cuanto abriera la boca, Paula le iba a decir que era un pesado pero aun así no pudo detenerse.

—¿Te parece bien entonces lo de olvidar todo lo que ocurrió entre nosotros anoche en cuanto salgamos de este sitio? A partir de ahora, lo único que tendremos será una relación estrictamente de trabajo.

Tal como había supuesto, Paula tensó los labios. Sólo esperaba que cuando llegaran al campamento base y se mezclaran con otros escaladores se acostumbrara a ocultar mejor sus sentimientos.

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