viernes, 5 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 49

—Para mí, el amor habría sido suficiente —murmuró justo antes de besarla.

Paula no tuvo tiempo para pensar lo que habría querido decir con ello; si se estaría refiriendo a su amor. En el momento en que sus labios se rozaron, no pudo pensar en nada más. Sólo podía sentir, sentir sus manos tocándole el rostro, su boca, su lengua. Eran dos personas sedientas la una de la otra.

—Te deseo —susurró él mientras caían al suelo abrazados.

—Tómame. Si me deseas tanto como yo a tí, hace mucho que lo necesitaba — Paula estaba tan excitada que ni sentía las piedras que había bajo el suelo de nylon. Sólo podía pensar en Pedro, en el calor y la dureza de su cuerpo presionando contra el suyo.

Pedro se apresuró a desnudarla y ella lo ayudó. No le importaba el frío. Su cuerpo ardía por dentro y lo único que necesitaba era a Pedro, en aquel momento y el resto de su vida.

—Dios, cómo lo he echado de menos, cómo te he echado de menos.

—Qué bien sabes, osito —gemía Pedro tomando en sus manos los pechos de Paula y besándolos.

El viento aullaba fuera de la tienda como si estuviera celoso del calor que generaban sus cuerpos en contacto. Sus gemidos quedaban silenciados por la tormenta, cómplice involuntaria que vigilaba el secreto encuentro de los amantes.

Alcanzaron el clímax a un tiempo. Paula deseó que el momento se alargara indefinidamente pero pronto una piedra bajo el suelo de la tienda la trajo de golpe a la realidad. Se movió imperceptiblemente para esquivarla y Pedro se dio cuenta.

—Maldita sea, te estoy aplastando. Después de esto estarás llena de magulladuras. Tenía demasiada prisa por meterte en mi saco.

—¿Y crees que me importa? ¿Qué importan unas magulladuras entre amantes? —dijo ella riéndose al tiempo que cambiaba de posición y se ponía sobre él—. Has estado magnífico.

—Un hombre de verdad no hace daño a su mujer —dijo él acariciándole la espalda hasta llegar a los firmes glúteos, que sujetó en un acto puramente posesivo. Sabía que no tenía ningún derecho pero no pudo evitar pensar en que era suya.

Paula colocó la cabeza en el hueco que se formaba entre el hombro de Pedro y dejó que la acariciara.

—¿Sabes que tienes una piel de seda? No me canso de tocarla. Es una pena lo de ese trasero tuyo.

paula  levantó la parte superior de su cuerpo apoyándose en el pecho de él.

—¿Qué pasa con mi trasero?

—Que ahora es más pequeño.

—¿Eso es todo? —dijo ella regresando a su posición—. Creía que era algo malo.

—Nada malo. Simplemente estás haciendo mucho ejercicio. Lo estás haciendo mejor de lo que esperaba —dijo él.

—Gracias —dijo ella sin cambiar de posición.

—Menos mal que tus pechos no han variado. Siguen teniendo la medida justa —dijo él recordando el momento en que se conocieron—. Deseaba mucho esto. Te deseé desde el mismo momento en que nos conocimos.

—Ya me lo demostraste —dijo ella.

—¡Ja! —se rio él—. Venga, metámonos en los sacos, osito. Empiezas a tener la piel de gallina.

Y diciéndolo, se sentó arrastrándola consigo y empezó a buscar la ropa.

—¿Podemos dormir juntos en uno? —preguntó ella cuando estuvo vestida.

—No, no podemos —contestó él, por mucho que lo deseara—. ¿Te imaginas lo que diría Rei si nos encontrara juntos en el saco cuando venga mañana con una taza de té?

—Creo que lo sabe.

—Bueno, pero no tenemos que darle la prueba. No sería justo esperar que fuera a guardarnos el secreto.

—¿Podemos dormir al lado uno del otro, al menos? —preguntó cuando se metía en el saco.

—Vale —dijo él colocando el saco junto al de ella.

En silencio, apagó el frontal y se protegió la cabeza con la capucha del saco mientras se ponía de lado y se movía hasta que su espalda rozó la de ella.

—Qué gusto —la escuchó decir y empezó a relajarse mientras intentaba conciliar el sueño.

—Sé que te sonará extraño —le dijo medio dormido—, pero no me gusta que Lucas sepa lo nuestro.

—¿Lucas? ¿Por qué? ¿Crees que fue él quién empezó con los rumores?

—Puede ser. Se fue de Namche Bazaar poco después de declarar ante el juez. Y después aparece de repente —dijo Pedro consciente de que habría preferido hablar del tema cuando fuera de día—. Además, he visto cómo te mira y no quiero ni que imagine lo que tú y yo hacemos juntos. No sé si me entiendes.

—No quiero que él piense en mí de esa forma, pero tú si puedes hacerlo. De hecho, insisto en que lo hagas.

—Cariño, desde que nos conocimos, no he hecho otra cosa que imaginarnos juntos. Sueño contigo.

—Y yo contigo.

Entonces guardaron silencio y, por primera vez en su vida, Pedro sintió que las cosas eran como tenían que ser.

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