lunes, 29 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 58

Ella enrojeció y sacudió la cabeza.

—Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo habitualmente para el dolor menstrual.

La enfermera, una mujer morena de mediana edad, asintió a Paula.

—Eso debería ser suficiente.

Pedro se puso tenso a su lado en cuanto pronunciaron la palabra «dolor».

—¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta técnica era indolora. ¿Qué ocurre?

Paula lo tomó de un brazo para calmarlo.

—Es sólo por precaución. No hay nada de qué preocuparse. El médico y yo ya hemos hablado de esto.

—¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...

—No -dijo ella, tomando aire— Quiero hacerlo.

Su ceño fruncido indicaba que a él no le convencía la idea.

—¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina ahora. Seguro que tienen la medicina para estos casos.

La enfermera puso cara de duda.

—En efecto, pero no creo que sea muy prudente mezclar las dos medicinas. Algunos analgésicos no presentan ningún problema, pero otros...

Paula  la interrumpió.

—No pasa nada. Estaré bien, Pedro. No tiene importancia.

Veinte minutos después agarraba la mano de Pedro con una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su seguridad anterior.

La incomodidad de tener un catéter en el interior de su útero había sido soportable, pero en aquel momento en la zona inferior de su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la angustia de Pedro era también evidente. El había intentado detener el procedimiento ante los primeros signos de dolor, pero ella había querido continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy importante comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al niño.

—¿Queda mucho? —preguntó Pedro.

Si la respuesta hubiera sido afirmativa, su reacción habría sido impredecible.

—Unos segundos más y habremos acabado.

Así fue, pero el doctor le dijo que tendría que permanecer en la posición que estaba, con las caderas elevadas, durante una hora más. Pero los dolores no cesaban. Ella no dijo nada para que no la creyesen débil, pero Pedro pareció darse cuenta.

Le sujetó la mano y con la mano libre le masajeó el vientre con movimientos circulares.

Después de unos minutos de acunarla de este modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.

Se despertó de un sobresalto cuando entró la enfermera y le dijo que podía vestirse.

Pedro  había seguido acariciándola todo el rato. A pesar de su timidez, no le importó que él no saliera de la habitación mientras se vestía. Su presencia le resultaba reconfortante y no estaba dispuesta a dejarlo marchar.

—¿Estás mejor? —preguntó Pedro, mientras la ayudaba a vestirse como si fuera un niño pequeño.

—Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medicina, te lo aseguro

Ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa. La miraba como si hubiera dicho algo repugnante.

—No habrá próxima vez, píccola mía.

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