miércoles, 3 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 42

Tres metros más y habría cruzado. Diez pasos. Los empezó a contar. Uno, dos… ocho, nueve. Levantó la vista mientras daba el último paso sobre los peldaños y vió a Pedro con los brazos extendidos para ayudarla.

De repente, lo único que quería era eso. Que la tomara en sus brazos y no la soltara nunca.

—Aquí estoy, P… —pero no terminó la frase porque el último peldaño desapareció bajo su peso y el pie derecho quedó colgando en el aire.

Su rostro se tornó lívido. Dejó escapar un gemido al perder el equilibrio. El reflejo automático fue soltar la mano derecha para protegerse la cara de un golpe contra la escalera. Afortunadamente, no soltó la mano izquierda sino que asió la cuerda que la aseguraba con más fuerza.

Un salvavidas.

No escuchó gritos de alarma. De alguna manera, el silencio era más aterrador. Durante el momento más largo de su vida, la idea de que podría haber acabado allí su aventura se cernió sobre ella.

Sintió un tirón al llegar al final. La cuerda de seguridad que llevaba atada a la cintura quedó olvidada en el suelo cuando su cuerpo dio contra el hielo.

Pedro empezó a tirar de ella y le pasó las manos por debajo de las axilas para levantarla. La retuvo en sus brazos como si nunca fuera a dejarla marchar.

Pedro abrazó a Paula contra su pecho. Durante unos segundos, había visto pasar delante de sus ojos su futuro, desierto y vacío, sin Paula.

Cuando logró calmarse lo suficiente para soltarla, se quitó uno guante con los dientes. Tenía que tocarla y encontrar el latido de su corazón para asegurarse de que estaba viva. Le tomó la cara en las manos y se acercó a ella.

—¿Estás bien?

«Dime que estás bien».

—Estoy bien… aunque sin aliento —dijo ella al fin antes de buscar de nuevo la seguridad de su pecho.

Pedro sintió cómo el pecho de Paula subía y bajaba como si estuviera sollozando, aunque no emitía sonido alguno. Con la espalda a los demás, la ocultaba de miradas curiosas.

—Creo que nuestro secreto se ha desvelado.

Entonces, Paula levantó la vista y lo miró. Tenía los ojos aún hinchados, pero no demasiado mal. Miró por encima del hombro de Pedro y vió cómo la escalera crujía. Lucas estaba pasando.

—Puedo fingir que he estado llorando. Nadie me culpará.

—Dios sabe que tienes todo el derecho pero no es tu estilo, Paula, ¿verdad? — dijo él poniéndola a un lado—. Tómate un segundo para recuperarte. ¿Algún hematoma?

—Ninguno que quiera que me frotes. Eso podría ser aún más peligroso que cruzar la enorme grieta en el hielo por la que Lucas está pasando.

—Ten cuidado con el último escalón —gritó Pedro girándose y viendo a Lucas, que ya se acercaba con más suerte que juicio.

Éste jadeaba pero le quedaba oxígeno para hablar.

—Demonios, Pedro. Creía que era mujer muerta. Vaya suerte. Creí que se iba a repetir el incidente.

—Tú no lo viste —dijo Pedro tendiéndole la mano a Lucas.

Lucas  tomó la mano de Pedro y saltó.

—Lo sé, pero es como si hubiera estado presente. Recuerda que fui yo quien te encontró cuando bajabas, solo.

—Sí, lo recuerdo. Dijiste que te sentías mejor y querías unirte a nosotros. Fue peligroso hacerlo solo, casi tanto como la forma en que has cruzado el puente.

—Este puente insignificante no me asusta. Pasé varios años en el ejército de mi país.

—Nunca dijiste nada —dijo Pedro sorprendido al pensar que cuando Lucas hablaba de su país, siempre era sobre algo superficial, nada personal. En realidad no sabía nada de ese hombre. Empezó a preguntarse si Lucas se habría molestado tanto por no poder subir a la cumbre que se había puesto a hacer circular los rumores que ponían en tela de juicio a Pedro, por que él había sobrevivido cuando todos iban en la misma cordada.

—Nunca preguntaste. Pero no importa. ¿Cómo está Paula?

—Un poco nerviosa, pero se recuperará. Míralo tú mismo —dijo girándose para ver a Paula, sentada sobre la mochila de Pedro. Era absolutamente asombroso. Nadie creería que había estado a puntó de caer y morir llevándose su corazón con ella.

Por eso no podía dejar de gastarle bromas.

—Si necesita otro hombro sobre el que llorar —dijo Pedro cuando Lucas se dirigió hacia ella—, dale el tuyo. Yo voy a buscar su mochila antes de que cruce Rei.

Al fin y al cabo, ella había sido la que había tenido la idea de fingir que estaba llorando.

—¿Cómo está la señorita? —preguntó Rei cuando Pedro llegó al otro extremo en el que éste esperaba.

—Sobrevivirá, Rei —dijo Pedro.
Sabía que a su sherpa le gustaba Paula y le parecía curioso que éste, que era mucho más pequeño, la viera como un ser que necesitaba protección por ser una mujer, como las frágiles flores que florecían ocasionalmente en aquel ambiente congelado. Pero lo que le parecía aún más curioso era que, a pesar de lo fuerte que Paula parecía, se había convertido en alguien a quien protegería con su propia vida.

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