miércoles, 10 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 67

En el espejo de cuerpo entero que había encima de la enorme cama, Paula se dió cuenta de que su rostro estaba resplandeciente. Paseó por la habitación admirando las fotos mientras Pedro servía el champán.

—Después me ocuparé de tu equipaje. De momento, no vas a necesitar mucha ropa.

—Promesas, promesas —dijo Paula poniendo una sonrisa maliciosa al tiempo que se retiraba de los ventanales que conducían a una galería cubierta separada de la habitación. La vista se extendía hasta los picos nevados de las montañas, el del Aoraki dominándolos a todos.

—Veo que has elegido esta habitación por la vista.

—Sí, eso también, pero sobre todo lo hice porque es la más grande, y después de años viviendo en una tienda de campaña, necesitaba espacio —dijo entregándole una copa.

Paula dió un sorbo del líquido espumoso que le hizo cosquillas en la naríz.

—Espero que me hayas dejado suficiente espacio en el armario. No viajo ligera de equipaje.

Pedro le quitó la copa de la mano y la puso en la mesilla.

—Lo recuerdo. No te preocupes. Todo en esta suite es perfecto para ti. Sólo faltabas tú.

Paula extendió las manos hacia él y le abrió la camisa sin pararse a desabrochar los botones, que saltaron por el aire. Le pareció un sonido muy satisfactorio porque por fin podía ver su torso desnudo, pero cerró los ojos y palpó el cuerpo fibroso que recordaba.

—Mmm, qué ganas tengo de verte desnudo.

—No te haré esperar —dijo él quitándose el resto de la camisa.

Hacía un día vibrante fuera, lejos de lo pobremente iluminados que estaban los lugares en los que habían hecho el amor antes. Incluso en el hotel Cumbres la luz era tenue, pero ahora lo veía entero, con sus defectos y las montañas de fondo. Eso no había cambiado.

Pedro la tomó en brazos. Cuando estaba con él no se sentía demasiado alta y desgarbada. Juntos, hacían una pareja perfecta.

La dejó sobre el edredón y Paula lo miró a los ojos, oscuros y llenos de pasión.

—Sí.

—¿Sí qué?

—Sí, me casaré contigo.

Pedro se tumbó junto a ella y recorrió con un dedo el perfil de su pecho.

—Tendrás que controlarme, Teddy. No han pasado ni cinco minutos desde que te lo he pedido y ya había dado por segura tu respuesta. Te quiero más que a mi vida, más que a las montañas —suspiró él con los labios rozando su pecho. Su aliento era cálido contra su piel, que chupaba con ansia, prueba de que no era un producto de su imaginación.

Paula le puso las manos alrededor del cuello sujetándolo contra ella y dejando que el calor la invadiese. Aún le dijo algo más, antes de abandonarse a la pasión.

—No te preocupes. Me aseguraré de que nunca más puedas dar nada por sentado respecto a mí —dijo dejándose llevar por la sensualidad del momento—. Te quiero, Pedro —le dijo al único hombre que había sido capaz de llevarla hasta la cima del mundo.




FIN

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