lunes, 22 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 36

Por su lado, ella cada vez era más consciente de su presencia física. Su olor la provocaba, le hacía pensar en cosas que había intentado olvidar desde que salieron de Nueva York. Su piel cubierta de sudor atraía su mirada, y mirarlo era desearlo. Desearlo significaba recordar y recordar era la locura. Pero no podía apartar esas imágenes de su imaginación.

—¿Te doy pena? —dijo él, sorprendiéndola.

—¿Qué?

—Te doy pena. No querías casarte conmigo, pero te daba lástima rechazarme. Esperabas que yo me arrepintiera, pero no ha sido así.

Ella lo miró anonadada.

—¿Pena? —¿quién podría sentir pena por Pedro? Estaba lleno de vitalidad, era muy hombre—. Estás completamente equivocado.

Él la miró fijamente y ella se sintió culpable, aunque sabía que no lo era de lo que él la había acusado.

—¿Estaré también equivocado si pienso que mis padres también sentirán pena por mí si cuando vuelven se dan cuenta de que mi mujer no comparte mi cama?

—Yo no me negué a dormir contigo —casi gritó ella.

—Entonces no te molestará saber que le he dado instrucciones a la sirvienta para que traslade todas tus cosas a mi habitación.

¿Había hecho eso de verdad?

—Pero... Pedro...

—Si te casaste conmigo por pena, espero que te vuelvas a compadecer de mí y duermas en mi cama. No seré un riesgo para tu virtud.

—¡No me compadezco de tí!

—Pero tampoco quieres estar casada conmigo.

—¡Yo no he dicho eso!

—¿Y entonces por qué has hablado de nulidad?

—Yo pensaba que tú la querías.

—Yo no he dicho eso. No quiero eso —dijo él, enfatizando las palabras —El matrimonio es para toda la vida.

Ella gimió.

—Ya sabía que pensabas eso.

—No es que lo piense, es que lo sé.

—Pero no estás obligado a estar casado conmigo.

—Ya está bien —él le soltó la mano en un violento rechazo.— No quieres seguir casada conmigo. Lo acabas de decir. No te escondas bajo un falso interés por mí. Eres mi mujer porque yo lo elegí así. No puedo creer que sea el fin de nuestro matrimonio antes de haber empezado —su mirada iracunda desató las emociones de ella —No quieres ser la madre de mis hijos. De acuerdo. No es problema. Vete —le hizo un gesto señalando la puerta—Pero márchate antes de que mis padres lleguen mañana. Será más fácil si no tengo que explicarles que tengo una mujer que realmente no es mi esposa.

El dolor la oprimía tanto, que casi no la dejaba respirar. Por segunda vez era expulsada de la vida de Pedro, pero esa vez lo había hecho él mismo. Si se marchaba entonces, ¿la dejaría volver alguna vez?

Aparentemente parecía que él sí quería seguir casado. Sabiendo eso ¿cómo podría abandonarlo? ¿Quería abandonarlo? La respuesta era, simplemente, no.

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