lunes, 22 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 37

—Yo no quiero poner fin a nuestro matrimonio— dijo ella susurrando a través del nudo que tenía en la garganta.

—Entonces, dormirás en mi cama.

Ella asintió con la cabeza, dolida por una opción que no había sido opción en absoluto.

Compartir cama con un hombre que consideraba que tocarla era un deber o desaparecer para siempre de la vida del hombre al que amaba.

Llegó el momento de acostarse. Cuando ella entró en la habitación de Pedro, lo encontró preparándose para meterse en la cama.

Apenas apreció el decorado de la habitación, los fríos tonos azules y los muebles de estilo mediterráneo.

Él estaba sentado en el borde de una cama gigantesca, medio vestido. Se había quitado el traje que había llevado durante la cena. No llevaba corbata y su camisa estaba abierta, dejando ver el pelo corto y negro de su torso y los boxers de seda azul marino.

Era tan guapo que parecía un pecado. No debería permitirse que un hombre fuera tan atractivo.

¿Cómo iba a dormir aquella noche al lado de aquel hombre perfecto a centímetros de su cuerpo?

Bueno, la cama era muy grande, pero tampoco parecía suficiente distancia. ¿Y si dormía desnudo? Ella no pensaba que lo pudiera soportar. Sus sentidos ya estaban en alerta máxima y él aún tenía los boxers y la camisa puestos.

Ella tragó saliva y lo miró, con la respiración ya descompensada.

Él la observaba con expresión decidida. Seguramente se daba cuenta de su nerviosismo.

—Yo... ¿Dónde está mi camisón? —preguntó ella, sin saber qué decir.

—¿Lo necesitas? —preguntó él, con una mirada traviesa en los ojos.

—¿Que si lo necesito? —repitió ella, incapaz de asimilar la idea de irse a la cama desnuda.

—Muchos maridos y mujeres se acuestan sin llevar nada de ropa, ¿no?

¿Ese tono en su voz era de broma? Apenas podía creerlo, sobre todo por su reacción esa mañana.

—¿Vas a dormir así?

—¿Así, cómo?

Estaba atormentándola y eso le encantaba.

Ella tomó aliento y lo dijo.

—Sin pantalones.

Estaba orgullosa de cómo había logrado decirlo cuando su pensamiento estaba perdido en un mundo de erotismo.

—No me gusta tener limitaciones cuando duermo.

—Oh... bueno, yo preferiría ponerme un camisón.

Él se encogió de hombros como si no le importara, y ella estaba segura de que así era.

No era él el que tenía que lograr calmarse ante el solo pensamiento de dormir en la misma cama con ella.

—¿Dónde está?

—Ahí dentro— dijo él, indicando el armario ropero del otro extremo de la habitación.

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