domingo, 21 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 31

Aun así, a pesar de que hubiera gente presente, ella tampoco había esperado que él se olvidara de su presencia.

Paula  había esperado a que Pedro entrase en la limusina para entrar después y sentarse frente a él, molesta por el trato que le había dado, y Fede, después de dudar un momento se había sentado al lado de su hermano.

Centrando su atención en el paisaje que se veía desde la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Sería menos doloroso.

—Mis padres volverán la semana que viene— la voz de Pedro rompió el silencio.

Paula no dijo nada, asumiendo que se dirigía a Fede. Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.

—Paula.

—¿Qué? —dijo ella sin mover la vista de la ventanilla.

—Estás contenta de volver a ver a mi madre, ¿verdad?

—Por supuesto —pero no sabía si eso era verdad del todo. Aún tenía miedo de que los padres de Pedro pudieran pensar que lo había manipulado en un momento de debilidad.

—No pareces muy emocionada.

—Estoy cansada.

—No me gusta hablarte sin que me mires, cara.

Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron. Era difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.

—Tenía la impresión de que no te apetecía hablar conmigo. Eso es todo.

—¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo algo así?

—A veces las acciones hablan con más claridad que las palabras —las palabras salieron de su boca con más veneno del que hubiera deseado.

Él tomó aliento.

—¿Qué problema tienes?

La mirada de Paula pasó de Pedro a Fede y vió que en su cara se dibujaba una expresión de satisfacción. ¿Acaso le gustaba ver a su hermano y a su esposa discutir?

—Te acabo de hacer una pregunta, cara.

—Y yo prefiero no contestarte — y dicho esto los ignoró a Fede y a él.

En un claro intento de pacificar el ambiente, Fede le hizo a Pedro algunas preguntas y pronto los dos empezaron a hacer planes sobre la vuelta de sus padres. Paula se giró.

Estaba luchando con el terrible miedo de haber cometido el error más grave de su vida.

Era obvio que Pedro se arrepentía de su decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo real antes de que se celebrara la ceremonia.

Cuando llegaron a la casa de los Alfonso, Paula esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas. Pedro se dio cuenta de que estaba esperando y la llamó.

—Ve dentro, no hay motivos para que te quedes aquí.

Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le había dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habitación en la que había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la habitación principal.

Encontró el camisón que había dejado allí el verano anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si fuera un turbante y se duchó. Poco después, estaba sentada frente al espejo del tocador deshaciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Pedro entró.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó él.

—Cepillarme el pelo -dijo ella, colocándoselo sobre un hombro y peinándose la larga cabellera. Pedro, al lado de la puerta, permanecía en silencio.

Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo en tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.

—No lo hagas.

Ella se quedó sorprendida y sus dedos se detuvieron. Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo dar la vuelta para mirarlo.

—Per l´amore di cielo, es precioso —dijo él, pasándole los dedos por el pelo y deshaciendo el principio de la trenza que había empezado a hacerse.— Siempre había querido verlo así, pero es mejor de lo que me imaginaba.

Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la contemplación de su pelo.

—¿Te gusta mi pelo?

Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella llevaba el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía más cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Pedro su ordinaria cabello pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.

—Ven aquí — él se acercó para colocarla sobre su regazo, pero animada por un instinto de conservación, ella se levantó de un salto y se apartó de él.

—Estoy cansada y quiero irme a la cama.

Los ojos de Pedro brillaban de un modo que ella no quería entender.

—Yo también quiero ir a la cama.

—Pues será mejor que lo hagas, ¿no?

Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de ruedas era casi tan alto como ella y mucho más imponente.

—¿Quieres decir que vuelva a mi cama mientras tú duermes aquí?

Ella se encogió de hombros intentando hacer como si no le importase, cosa que no era cierta.

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