lunes, 22 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 39

Paula no se movió, incapaz de creer lo que Pedro acababa de decir. ¿Que se lo demostrase? ¿Cómo?

Él cruzó la distancia que los separaba y la agarró de la muñeca.

—Ven aquí.

Su orden le produjo un pinchazo instantáneo en el centro de su pasión, y su tacto en la muñeca le produjo un deseo incontrolable de más. Ella lo miró, sintiéndose como un animal acorralado por un depredador a punto de saltar sobre él.

¿Acaso pensaba él lo que ella creía que pensaba?

—¿Por qué? -logró decir por fin.

La presión de su muñeca se incrementó.

—Ven aquí y lo sabrás.

¿Cómo podía hacer que perdiera el control sólo con una frase? Lo amaba. Lo deseaba y se moría porque la tocase desde que salieron de Nueva York. Se sentía más viva ahora con sus dedos rodeando su muñeca de lo que se había sentido en el momento de la boda.

Se dejó llevar dócilmente hasta su lado. Una vez allí, se quedó acostada en silencio total, esperando lo siguiente.

—Siéntate.

Cautivada por la intensa sensualidad que emanaba de él, ella lo obedeció sin un murmullo. Se arrodilló frente a él y pudo ver que aún llevaba puestos los boxers de seda. ¿Lo había hecho por ella?

—Suéltate el pelo, tesoro.

No sabía el motivo, pero era incapaz de negarse a la sensual voz de su marido. Se deshizo la trenza con cuidado, peinándose con los dedos los largos mechones castaños que caían como una cortina por su espalda y sobre un hombro. Él la miró con tal concentración, que ella empezó a temblar.

Cuando acabó, él alargó la mano y pasó los dedos por los mechones que caían sobre su hombro y su pecho.

—Es tan suave.

Ella tembló cuando le rozó el pezón con las yemas de los dedos. Él sonrió y volvió a repetir el gesto, iniciando la caricia en su nuca y bajando. Pero esa vez, al llegar al pecho, se detuvo en el pezón y lo acarició hasta que se endureció. La tela del camisón era muy fina y ella sintió que su excitación crecía.

—Quítate el camisón -dijo él con voz gutural

Ella se quedó sin aliento y sacudió la cabeza. No creía que fuera capaz de hacerlo. No era una amante experimentada acostumbrada a desvestirse para un hombre. Nunca había estado desnuda con un hombre antes de Pedro.

—¿Quieres que deje de tocarte?

¿Cómo podía preguntarle algo tan estúpido? Apenas había empezado y ya sentía que todo su cuerpo estaba en alerta roja.

—No.

—Entonces, quítatelo— el tono sensual de su voz la puso aún más nerviosa, pero él dejo caer la mano y esperó.

—Estás siendo mandón otra vez —susurró ella.

Él se encogió de hombros.

Eso era todo. Sin palabras ni gesto alguno. ¿Y si no se quitaba el camisón...? ¿se darían la vuelta y se dormirían? Aquello le pareció tan imposible que la hizo sonreír. Su mente le pedía una tregua, pero su cuerpo temblaba porque sabía lo que Pedro podía darle.... placer más allá de la fantasía.

¿Acaso importaba si para él era un deber, cuando lo hacía tan bien?

Cuando él la tocaba, se sentía amada. Ya sabía que no era así, pero ya se enfrentaría a la realidad más adelante. Por ahora, el suponía la pasión que la llamaba como un canto de sirena. Si acababa chocando contra las rocas del amor no correspondido, al menos el viaje habría sido más satisfactorio que la soledad del océano que había conocido hasta aquel momento.

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