— ¿Qué dijo?
—Que muy pronto ya no viviría con ellos.
Sus palabras tuvieron en ella un efecto turbador.
— ¿Sabían que los escuchabas?
—No.
-Entonces tal vez oíste mal.
El niño movió la cabeza. — Analía lloró.
—Parece una buena persona. ¿Por qué no hablas con ella y le dices lo que oíste? Así podrá explicártelo. Seguramente te sentirás mucho mejor.
-¿Señorita Chaves? Por favor, pase a mi despacho.
Paula no se había dado cuenta de que tenían público. Se volvió hacia aquella voz cortante masculina. Su mirada chocó con unos ojos negros nada amistosos, aún más ariscos por las cejas oscuras que los enmarcaban. El hermano mayor de Caro parecía mucho más fuerte y autoritario en persona, pero como toda la familia Alfonso, había heredado rasgos que lo convertían en una figura impactante. Tal vez más porque, al contrario que Fede, no le importaba lo que pensaran de él.
-¿Pepe? Adivina...
-Enseguida, Ari —le dijo con amabilidad—. Señora Karina, ¿Por qué no le ofrece a Ari un refresco?
—Precisamente iba a sugerirlo. ¿Vamos Ari?
El niño obedeció y despidió tímidamente a Paula con la mano antes de salir del vestíbulo con la secretaría. Aquel gesto la conmovió.
—Pase, señorita Chaves.
Cuando se adentraron en su despacho ultramoderno, con varios gráficos interesantes que adornaban la única pared que no era de cristal, Pedro le señaló la silla que estaba frente a su escritorio.
En cuanto se sentó, Paula dijo:
—Siento molestarlo sin cita previa, pero no sabía cómo ponerme en contacto con Caro. Me temo que perdimos el contacto hace mucho tiempo.
Pedro ya se había sentado en el sillón giratorio de cuero y no se disculpó por mirarla detenidamente. A Paula le sorprendió ver desaprobación más que admiración en su mirada inflexible. Desde que saliera del Instituto Miguel Ángel el día anterior, había estado combatiendo las miradas de apreciación de casi todos los hombres que cruzaba en su camino. Como no estaba acostumbrada a tanta atención del sexo opuesto, todavía estaba intentando acostumbrarse al hecho de que la mayoría de los hombres la encontraban atractiva. Recordó una de las advertencias de Carlos.
—"Un hombre como Pedro Alfonso no va a tragarse tu historia de inmediato. Pensará que quieres insinuarte a él, bien para conseguir un buen trabajo o porque te interesa convertirte en su amante. Cualquiera de las dos posibilidades le repugnará, ya que su reputación es opuesta a la de Federico, al menos en los aspectos públicos de su vida. Tendrás que presentarte en su despacho con una prueba irrefutable de tu anterior relación con Carolina".
Paula abrió su bolso y empezó a buscar su cartera cuando Pedro dijo:
—Mi secretaria no oyó bien su nombre de pila. Hizo una pausa mientras sacaba algunas fotografías.
—Me llamo Paula. Un silencio inquietante reinó en la estancia
—Paula, murmuró, como si hubiese resuelto un acertijo difícil. El desagrado en su voz era tangible—. Puede ahorrarse las fotografías. Sé quién es.
Paula se quedó helada. ¿Acaso alguien la había estado vigilando durante su estancia en el instituto y la había seguido hasta allí? ¿Los seis meses de planificación no habían servido de nada?
—Se ha quedado blanca, señorita Chaves.
Todos los gritos del mundo no podían compararse con la rabia callada que contenían sus palabras.
— ¿Me equivoco al pensar que tiene remordimientos de conciencia por haber sido extremadamente cruel con Caro en el momento más difícil de su vida? ¿O es una mirada de genuina decepción porque su plan de irrumpir en la vida de Caro para volver a utilizarla ha fracasado nada más empezar?
Sus suposiciones la llenaron de alivio. De haber podido, habría gritado de alegría. ¡Seguía estando a salvo! No le importaba que Pedro Alfonso hubiese dado en el blanco, aunque con una perspectiva equivocada. Siempre había querido a Caro y a Fede y siempre los querría.
—Tiene todo el derecho del mundo a despreciarme — murmuró. —Porque tengo razón en todo lo que he dicho.
Paula se enfrentó a su glacial escrutinio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario