lunes, 31 de octubre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 5

Cuando faltaba un minuto para las seis, Alejandra golpeó la puerta.

—¿Estás lista, cariño?

Paula se estaba mirando en el espejo.

—Entra, madre. Dos segundos más —gritó. Y se puso los pendientes de ópalos australianos.

—Estoy muy nerviosa —balbuceó Alejandra—. Sé que esta es mi quinta boda, pero amo a Horacio de verdad, y realmente quiero que esto dure para siempre. Para que seamos una familia feliz. ¿Crees que debería casarme o que estoy cometiendo otro terrible error?

Como Paula todavía no había conocido a Horacio, apenas podía contestar a la pregunta. Aunque si  era parecido en algo a Pedro, su madre estaba cometiendo el mayor error de su carrera marital. Y lo de «una familia feliz» era un sueño.

—Por supuesto que vas a ser felíz —dijo Paula para tranquilizarla, al darse cuenta de que los labios dé su madre estaban temblando.

Tomó brevemente el brazo de Alejandra y dijo:

—Venga, mamá. Deslumbrémoslos.

—Las flores están en la mesa del vestíbulo… Estamos guapas, ¿No es cierto? —dijo Alejandra ingenuamente.

—Guapas —dijo Paula, aunque no era el efecto que había querido causar. Llevaba un vestido largo de seda tailandesa de color turquesa muy sencillo, con un escote que pronunciaba sus pechos y una abertura lateral hasta las rodillas. Otro ópalo adornaba su cuello. Los zapatos eran unas sandalias de tiras finas con tacones muy altos. Se había recogido el pelo y había dejado escapar algunos rizos que le caían por el cuello y acariciaban cada tanto sus mejillas.

—Estamos muy atractivas —dijo Paula—. Y no dejes que Pedro te estropee el día de tu boda. No lo merece.

—No lo dejaré —dijo Alejandra y sonrió a su hija—. Estoy aprendiendo unas pocas cosas, Pau. Le he dicho a Horacio que no prometería obedecer, que era demasiado vieja para eso. Él se rio simplemente y dijo que no quería una esposa que fuera un felpudo. Es un hombre muy agradable. Te gustará.

El romántico italiano, el aristócrata británico y el dueño de petróleo de Texas, los esposos número dos, tres y cuatro, habían sido presentados del mismo modo a Paula.

—Estoy deseosa de conocerlo.

Las flores eran orquídeas y el fotógrafo las estaba esperando. Paula se sintió ansiosa. Recogió el más pequeño de los dos ramos de flores y sonrió a la cámara. Luego bajó las escaleras al lado de su madre. Cuando llegaron al escalón de abajo, Alejandra dijo:

—Te he pedido que seas tú quien me entregue a Horacio, ¿No es cierto?

—No.

—El cuñado de Horacio lo iba a hacer. Pero ha sufrido una operación hace dos semanas. La única otra posibilidad era Pedro. ¡Por favor, dime que lo harás, Paula!

De ninguna manera iba a permitir que ese monstruo llevase al altar a su madre.

—Claro que lo haré —respondió Paula.

Cuando salieron a la luz del sol, al frente de la casa, el fotógrafo tomó varias fotos. Paula, mientras, observó el escenario. Había un toldo blanco entre los árboles, que proveía de sombra. Las sillas donde se habían sentado los invitados estaban adornadas con rosas y una música de harpa muy suave se oía entre las conversaciones.

Cuando Alejandra y Paula se acercaron a las sillas, el músico tocó el último acorde de harpa y luego se quedó en silencio. Desde un órgano cerca del altar adornado con flores blancas se oyeron las primeras notas de la marcha nupcial. No la tocaban muy bien.

Alejandra susurró:

—Es la hermana de Horacio la que toca el órgano. Insistió en tocarlo. Él no quiso herir sus sentimientos. ¡Oh, Pau, estoy tan nerviosa! Jamás debí aceptar casarme con él. ¿Por qué sigo casándome? No soy joven, como tú; debería cometer menos errores.

—Venga, madre; es demasiado tarde ahora. Así que hagámoslo con estilo —dijo Paula, tomó la mano de su madre y la llevó del brazo.

Horacio era el novio; Pedro, su hijo. Ambos estaban de espaldas a las mujeres que iban caminando por la alfombra verde dispuesta sobre la hierba. Era más bajo que su hijo y tenía una cabellera gris bien peinada. Cuando el órgano se equivocó de nota, se dió la vuelta. Vió a Alejandra caminando hacia él y le sonrió. No era tan apuesto como Pedro y había acumulado algo de gordura en la cintura. Tenía un aspecto muy humano, pensó Paula. No como Pedro. Y su sonrisa era a la vez amable y cálida. En eso tampoco se parecía a Pedro.

—Creo que has elegido bien, mamá —le susurró a su madre.

Alejandra le sonrió emocionada. El órgano emitió un chirrido, luego subió el tono de forma triunfal pero desafinada. Paula estremeció. Y finalmente Pedro dió la vuelta. Ni siquiera miró a Alejandra. Su mirada se dirigió directamente a la hija, y en un momento dado a Paula le pareció notar una reacción en su cara.

Ella bajó la mirada, como correspondía a una mujer de poca experiencia. Una mujer cuyo envoltorio, en palabras de Paula, no garantizaba una segunda mirada. Luego dejó escapar la más inocente de todas las sonrisas. Pero cuando alzó la vista, solo sonrió a Horacio. Hasta el último momento Pedro había pensado que tendría que llevar al altar a Alejandra; una obligación que habría cumplido puntillosamente y con verdadera aversión.

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