— ¿Doctor Rich? Soy el coronel Marcelo Dodd.
—De las Fuerzas Aéreas.
— Sí, señor. Gracias por hacerme un hueco en su agenda.
—De nada. Cuando mi enfermera me dijo que había venido desde Las Vegas en avión sólo para yerme, le pedí que reorganizara un par de citas. ¿En qué puedo ayudarlo?
— Se trata de un asunto personal, doctor. En realidad, intento cumplir los deseos de un buen amigo.
— ¿Deseos?
—Sí, de uno de mis mejores colegas, el coronel Miguel Chaves, que murió hace nueve meses. Sólo tenía una hija, Paula.
Humberto Rich asintió.
—La conozco bien.
—Eso pensaba. Hablaba mucho de usted cuando se trasladó a la base con su padre. Al parecer, usted era su médico durante sus años en la universidad.
—Así es.
—Bueno, cuando Miguel se puso tan enfermo y supo que no sobreviviría, nos suplicó a mí y a Rosa que cuidáramos de ella. ¿Sabe a lo que me refiero?
—Por supuesto.
—Mi esposa y yo solíamos invitarlos a cenar a menudo. Después de la muerte de Miguel, mantuvimos la tradición siempre que nos era posible. Pero unos meses después del funeral, Paula estaba tan deprimida que se fue de la base y desapareció. Todos los que la conocen la han estado buscando. Rosa está casi loca de preocupación, así que finalmente le dije que tomaría un avión y vendría hablar con usted. Para serle sincero, doctor, es nuestra última esperanza. ¿Tiene la más remota idea de dónde puede estar?
—La verdad es que sé dónde solía estar. No sé si seguirá allí todavía.
—Sabía que este viaje merecería la pena. Espere a que se lo cuente a Rosa, ¡Se volverá loca de alegría! Hemos echado de menos a Miguel y a Paula. Su muerte nos ha afectado a todos.
Humberto buscó el número en su agenda, luego lo escribió en una hoja y se la dio al coronel.
—Confío en que haya aceptado la pérdida y sea más feliz ahora. Aquí tiene. Tal vez pueda localizarla en este número.
—No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Está con unos amigos?
—La última vez que supe de ella, sí.
—Esas son las noticias que me gusta oír. Los dos hombres se pusieron de pie. Humberto acompañó al coronel a la puerta de su despacho.
—Cuando hable con ella, dígale que me llame. Me gustaría saber qué tal está.
—Délo por hecho. Gracias otra vez, doctor.
Se estrecharon la mano y el coronel salió a la sala de espera. En cuanto desapareció por la puerta de entrada, Humberto regresó a su despacho y llamó a su enfermera por la línea interna.
—Podrá hacer pasar al siguiente paciente dentro de cinco minutos —le dijo. Luego tecleó el número que le había dado al coronel. A continuación, pidió la extensión de Carlos Gordon y esperó.
— ¿Sí?
— ¿Carlos? Soy Humberto Rich.
—Ah, sí, Humberto. Si llamas para hablar con Paula, se fue ayer. Voy a enviarte una copia de mi informe sobre ella.
— ¿Cuál es tu veredicto?
—Va a conseguirlo. Cuando se fue estaba hermosa y segura de sí misma.
-¿ Y su depresión?
—Ya no es un problema.
—Eso era lo que quería oír. Aunque también te he llamado por otra razón.
— ¿Cuál?
—Un tal coronel Dodd de Las Vegas, un buen amigo de la familia de Paula, acaba de estar en mi despacho. Quería saber dónde estaba. Al parecer, Paula no le dijo a nadie a dónde iba cuando se fue al instituto, y el coronel y su esposa le prometieron a su padre que cuidarían de ella. Han estado preocupados tratando de localizarla. Le dí el teléfono del instituto, pero le dije que tal vez ya no estaría allí. Seguramente te llamará dentro de poco. Pensé que debía ponerte sobre aviso.
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