lunes, 10 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 19

— ¿Doctor Rich? Soy el coronel Marcelo Dodd.

—De las Fuerzas Aéreas.

— Sí, señor. Gracias por hacerme un hueco en su agenda.

—De nada. Cuando mi enfermera me dijo que había venido desde Las Vegas en avión sólo para yerme, le pedí que reorganizara un par de citas. ¿En qué puedo ayudarlo?

— Se trata de un asunto personal, doctor. En realidad, intento cumplir los deseos de un buen amigo.

— ¿Deseos?

—Sí,  de  uno  de  mis  mejores  colegas,  el  coronel  Miguel  Chaves,  que  murió  hace  nueve meses. Sólo tenía una hija, Paula.

Humberto Rich asintió.

—La conozco bien.

—Eso pensaba. Hablaba mucho de usted cuando se trasladó a la base con su padre. Al parecer, usted era su médico durante sus años en la universidad.

—Así es.

—Bueno, cuando Miguel se puso tan enfermo y supo que no sobreviviría, nos suplicó a mí y a Rosa que cuidáramos de ella. ¿Sabe a lo que me refiero?

—Por supuesto.

—Mi  esposa  y  yo  solíamos  invitarlos  a  cenar  a  menudo.  Después  de  la  muerte  de  Miguel, mantuvimos la tradición siempre que nos era posible. Pero unos meses después del funeral, Paula estaba tan deprimida que se fue de la base y desapareció. Todos los que  la  conocen  la  han  estado buscando.  Rosa  está  casi  loca  de  preocupación,  así  que  finalmente le dije que tomaría un avión y vendría hablar con usted. Para serle sincero, doctor, es nuestra última esperanza. ¿Tiene la más remota idea de dónde puede estar?

—La verdad es que sé dónde solía estar. No sé si seguirá allí todavía.

—Sabía que este viaje merecería la pena. Espere a que se lo cuente a Rosa, ¡Se volverá loca de alegría! Hemos echado de menos a Miguel y a Paula. Su muerte nos ha afectado a todos.

Humberto buscó el número en su agenda, luego lo escribió en una hoja y se la dio al coronel.
—Confío  en  que  haya  aceptado  la  pérdida  y  sea  más  feliz  ahora.  Aquí  tiene.  Tal  vez  pueda localizarla en este número.

—No sabe cuánto se lo agradezco. ¿Está con unos amigos?

—La última vez que supe de ella, sí.

—Esas  son  las  noticias  que  me  gusta  oír.  Los  dos  hombres  se  pusieron  de  pie.  Humberto  acompañó al coronel a la puerta de su despacho.

—Cuando hable con ella, dígale que me llame. Me gustaría saber qué tal está.

—Délo por hecho. Gracias otra vez, doctor.

Se estrecharon la mano y el coronel salió a la sala de espera. En cuanto desapareció por la  puerta  de  entrada,  Humberto  regresó  a  su  despacho  y  llamó  a  su  enfermera  por  la  línea  interna.

—Podrá hacer pasar al siguiente paciente dentro de cinco minutos —le dijo. Luego tecleó  el  número  que le había dado al  coronel.  A continuación,  pidió  la  extensión  de  Carlos Gordon y esperó.

— ¿Sí?

— ¿Carlos? Soy Humberto Rich.

—Ah, sí, Humberto. Si llamas para hablar con Paula, se fue ayer. Voy a enviarte una copia de mi informe sobre ella.

— ¿Cuál es tu veredicto?

—Va a conseguirlo. Cuando se fue estaba hermosa y segura de sí misma.

-¿ Y su depresión?

—Ya no es un problema.

—Eso era lo que quería oír. Aunque también te he llamado por otra razón.

— ¿Cuál?

—Un tal coronel Dodd de Las Vegas, un buen amigo de la familia de Paula, acaba de estar en mi despacho. Quería saber dónde estaba. Al parecer, Paula no le dijo a nadie a  dónde  iba  cuando  se fue  al  instituto,  y  el  coronel  y  su  esposa  le  prometieron  a  su  padre  que  cuidarían  de  ella. Han  estado  preocupados  tratando  de  localizarla.  Le  dí el  teléfono del instituto, pero le dije que tal vez ya no estaría allí. Seguramente te llamará dentro de poco. Pensé que debía ponerte sobre aviso.

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