— ¿Pepe? ¿Qué vamos a hacer mañana?
La pregunta era transparente. Lo que Ariel quería saber en realidad era si Erica iba a pasar otra vez el día con ellos. Pedro no tenía la respuesta, todo dependería de su inminente conversación con su prometida. Inspiró profundamente.
—Vamos a ir en helicóptero a mi casa de Andros. Allí te estará esperando una persona a la que llevas mucho tiendo esperando conocer. Aquella revelación tomó a Ariel por sorpresa. De repente, se incorporó en la cama y se comportó como el niño que Pedro conocía tan bien. Sus ojos oscuros brillaron con una luz nueva.
— ¿A mi mamá?
—Sí, a tu mamá.
Cuando asimiló la noticia, Ariel apartó a un lado las sábanas y se puso en pie. Un momento después, estaba abrazando a Pedro.
— ¿Sabe que voy a ir?
Pedro le dió otro apretón.
—Sí, y está tan emocionada que apuesto a que no va a pegar ojo en toda la noche esperando tu llegada.
— ¿Pero y si no le gusto? —le preguntó en un tono tan ansioso que Pedro sintió que se le cerraba la garganta.
— ¿Sabes qué?
— ¿Qué?
—Tu madre tiene miedo de no gustarte.
— ¡Pero si la quiero!
—Y ella a tí también. Mañana verás cuánto. Por eso tienes que quedarte dormido lo antes posible para que podamos salir mañana temprano.
—Puedo quedarme dormido en un minuto —prometió Ariel, y enseguida volvió a meterse bajo las sábanas y cerró los ojos—. Ya casi estoy dormido. ¿Pepe?
— ¿Sí?
—Te quiero.
— Yo a tí también. Imagínatelo. Mañana no tendrás que mirar las fotos porque tu madre estará justo delante de tí — se inclinó para besar al niño en la frente—. Buenas noches, Ari.
Apagó la lámpara pero dejó la puerta abierta para que pudiera ver luz en el pasillo. Una casa extraña podía resultar incómoda para un niño tan impresionable como Ariel. Cuando bajó las escaleras y entró en el salón, encontró a Erica recostada en el sofá con una copa de vino en la mano.
—Por fin —murmuró, levantando las cejas. Pedro se dirigió al bar y se sirvió algo un poco más fuerte.
—Habría sido agradable que nos acompañaras. A Ariel le gusta escuchar cuentos antes de dormir.
—Tal vez no sea de las que saben contar cuentos.
Pedro la miró por encima del borde de su copa. No era propio de Erica mostrarse tan difícil.
—Te he visto con tus sobrinos muchas veces y sé que eso no es cierto — se acercó a una silla próxima al sofá donde ella estaba sentada—. Cuando subiste al barco, supuse que era porque querías conocer a Ariel. Es evidente que no era así. ¿Por qué estás molesta, Erica?
—Me has mentido desde el comienzo de nuestra relación.
-Querías que te hablara de Ariel en nuestra primera cita? No sabía hasta dónde llegaría nuestra relación ni lo profundos que serían los sentimientos que nos profesamos. ¿Querías que divulgara información personal nada más conocerte cuando se la estaba ocultando a mi propia familia?
—Tal vez no de inmediato, pero llevamos juntos dos años y sólo lo he sabido hace una semana.
—Hace muy poco tiempo que la depresión de Caro se agudizó tanto que comprendí que seguía llorando por su hijo.
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