lunes, 24 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 61

Paula salió del santuario delante de Pedro y caminó hacia el muro bajo que rodeaba el jardín.  Aquella  noche  no  llovía.  Desde  lo  alto  de  la  colina,  las  luces  de  Palaiopolis  brillaban como diamantes que salpicaran la ladera hasta el mar.

—Desde  el  helicóptero  pensé  que  este  lugar  parecía  un  cuento  de  hadas.  Esta  noche  tengo que pellizcarme para creer que es real.

Se  quedó  sin  aliento  al  sentir  las  manos  de  Pedro por  sus  brazos,  estrechándola  por  detrás  y  apoyando  la  barbilla  en  su  cabeza.  A  pesar  del  grosor  de  la  chaqueta  de  lana  de su traje, Paula podía sentir su calor. Su proximidad hizo que el cuerpo le temblara de excitación, felicidad y esperanza.

—Esta noche es la primera vez que me he sentido en paz desde que Caro entró en mi dormitorio  una  noche  y  me  dijo  que  estaba  esperando  un  bebé.  Lo  que  lamento  es  no  haberme  dado  cuenta  en  su  momento  que  ella había  renunciado  a  su  bebé  para  que  yo  no  cargara  con  su  problema.  Por  mi  culpa,  se  ha  perdido  los  primeros  años  de  la  vida de  Ariel.

Paula dió media vuelta en sus brazos y lo miró .

—Pau—susurró.

Bajó la cabeza y Paula sintió sus labios buscando los suyos.  La  habían  besado  antes,  pero  nunca había  estado  enamorada.  La  fuerza  de  su  pasión  produjo  sensaciones  que  nunca  había experimentado.  Su  boca,  como  su  corazón,  se  fundió  con  la  suya,  indefensa.  Le  rodeó  el cuello  con  los  brazos  para  estrecharlo  aún  más, como había querido hacer mientras bailaban en la biblioteca. Quería  decirle  y  demostrarle  tantas  cosas  que  su  boca  y  su  cuerpo  explotaron  de  excitación.  Había  estado  conteniendo  sus  emociones  durante  demasiado  tiempo.  De  repente, Pedro la levantó del suelo y sus rostros quedaron a la misma altura. Era como si le acabara de dar permiso para hacer lo que quisiera: besar su pelo moreno, sus ojos, sus mejillas, sus labios, una y otra vez. El cuerpo de Paula se amoldó al de pedro como si tuviera voluntad propia. No supo cuántas veces  susurró  su  nombre.  Estaba  tan  abrumada  por  sus  sentimientos,  que  perdió la noción del tiempo hasta que los faros de un coche que subía por la colina la cegaron y comprendió que estaba fuera de control.

—No  hables  así,  Pepe. Sólo  Dios  tiene  poder  para  ver  el  alma  de  un  ser  humano  y  saber qué es lo bueno para él.

— ¿Sabes cuántas veces me ha acusado mi hermano de querer ser Dios?

Sin pensarlo, Pedro apoyó las manos en  el frente de su chaqueta.

—Federico eludió la responsabilidad —le recordó—. Alguien tenía que ayudar a Caro y tú tomaste la decisión por amor a tu hermana y al bebé. Al impedir que lo adoptaran, ahora Ariel  tiene a sus padres de acogida y a su madre natural. En cuanto a Caro , por fin está con su hijo y su dolor ha terminado. Les has hecho a los dos unos regalos de valor incalculable.

Aunque  el  coche  no  se  detuvo,  devolviéndoles  la  intimidad,  el  momento  le  dió  la oportunidad de recordar  que  todavía  estaban  en  el  jardín  de  la  iglesia.  Atormentada  por su comportamiento, enterró el rostro en su hombro y le pidió que la bajara al suelo. Sin decir palabra, Pedro hizo lo que le pedía.

—No me habían besado así desde que estaba en la universidad — se sintió obligada a explicarse.

— ¿Y Manuel?

—No  tuve  esa  clase  de  relación  con  él.  No  me  parecía  bien  besarlo  a  no  ser  que  lo  sintiera. Como no quería que me interpretara mal, me aseguré de que nunca tuviese la oportunidad.

—Entonces, conmigo lo sentiste.

—Pues claro —barbotó, con el rostro ruborizado de vergüenza—. Para empezar, no es probable que tú lo interpretes mal.

Su risa grave siempre resonaba en su cuerpo, pero aquella noche también la irritó.

— ¿Y qué te pareció como beso?

—Ya lo sabes —fue su respuesta malhumorada—. Me encantó. Estaba fuera de control y me comporté como una...como una cualquiera.

Los ojos negros de Pedro la traspasaron.

—Por si no te habías dado cuenta, no me quejo.

—Por  supuesto  que  no.  No  lo  harías.  Y  nunca  me  dirías  si  dejaba  mucho  que  desear  porque eres un caballero, así que olvidémoslo, si no te importa.

Pedro la tomó del brazo y empezaron a caminar hacia la calle donde había estacionado el Maserati.

— ¿Serás capaz de olvidarlo? —le abrió la puerta para ayudarla a subir.

—No, desde luego que no.

Pedro echó hacia atrás la cabeza y sonrió.

—Una mujer sincera. Hagas lo que hagas, Pau, no cambies.

«No  soy  tan  sincera,  Pepe.  Todavía  no  sabes cómo  tramé  casarme  con  tu  hermano.  Espero que nunca salga a la luz mi secreto. Si supieras la verdad, dejaría de gustarte. Sé que nunca me amarás, pero al menos, querría gustarte».

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Pobre Pedro cuando salga la verdad a la luz!

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