viernes, 28 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 65

Paula  se despertó tarde a la mañana siguiente, más en paz consigo mismo desde que había confesado todo a Fede, incluso el hecho de que estaba locamente enamorada de su hermano. Ojalá tuviera permiso para hablarles a Caro y a Fede de Marcos y así comprendieran las medidas  que  Pedro había tomado  para  proteger  a  todos.  Pero  la  precariedad  de  la  situación exigía que permaneciera en silencio. Incapaz de esperar otro momento para volver a ver a Pedro, se puso una blusa de color crema  de  mangas  largas  y  unos  pantalones  de  lana  de  color  beige.  Después  de  cepillarse el pelo y ponerse un ligero maquillaje, se apresuró para reunirse con todos en el piso de abajo.

Su ánimo decayó cuando se dió cuenta de que Caro era la única que estaba en la casa. Adoraba  a  su amiga,  pero  después  de  soñar  con  Pedro toda  la  noche,  esperaba  con ansia volver a verlo. La expresión preocupada de Caro se animó un poco al verla.

—Buenos días, Pau. Estás preciosa.

 —Podría decir lo mismo de tí. La maternidad te sienta muy bien.

Paula quería preguntar sobre Pedro pero no se atrevía.

— ¿Dónde está esta mañana el niño más hermoso del mundo? — inquirió mientras  se  sentaba a la mesa junto a Caro.

—Fede lo llevó a pescar hace una hora, ¿Puedes creerlo?

—La verdad es que sí. Vino a yerme a mi habitación anoche y se disculpó por todo.

—Debió  de  ser  toda  una  disculpa  —dijo  Caro  mientras  la  doncella  les  servía  los  huevos y el café.

—Lo fue. Aclaramos muchas cosas. Me siento mucho mejor.

—Yo  también.  No  sé  qué  le  ha  pasado,  pero  ha  cambiado.  Nadie  es  más  divertido  y  encantador que Fede cuando se lo propone.

—Tal vez sea el «efecto Ari».

Caro sonrió ante aquel comentario, pero su sonrisa se disipó rápidamente.

—Por extraño que parezca, hoy es Pedro el que parece estar fuera de tono. Entró en la villa a primera hora de la mañana, sin afeitar, con expresión furibunda, y salió sin decir ni una palabra. A continuación pude oír cómo se alejaba en su coche a toda velocidad. Nunca lo había visto tan furioso. Estoy asustada.

—Seguramente estás exagerando.

—No —insistió Caro—. Estaba furioso por algo. No parecía mi hermano.

Paula sintió cómo el trozo de pan que tenía en la boca se volvía serrín. ¿Sería rabia lo que  Caro había visto  en  sus  ojos  porque  la  presencia  de  Paula  estaba  poniendo  en  peligro  la  vida  de  todos? No  podía  permanecer  sentada  a  la  mesa.  La  adrenalina  la  obligó a ponerse en pie.

—Pau —gimió Caro  con  suavidad—.  No  pretendía  molestarte.  Tal  vez  estoy  paranoica  porque  Analía  y  Germán  van  a  venir  y  tengo  miedo  de  que  Ariel  decida  vivir  con ellos después de todo.

—No. Es muy feliz contigo. Todo va a ir bien, ya lo verás.

—Eso  espero  —su  voz  pareció  lacrimógena.  Hizo  una  pausa  y  luego  soltó  una  trémula  carajada—.  Oye,  ¿qué  te  parece  si  damos  un  paseo  hasta  la  ciudad?  Me  gustaría comprarle un regalo a Ariel y dárselo después de la boda.

—Es  una  idea  maravillosa  —Paula no  podría  haberse  quedado  en  la  casa  aunque  su  vida hubiese dependido de ello —  Vamos.

Fueron  a  sus  habitaciones  a  tomar  sus  chaquetas  y  luego  atravesaron,  la  casa  hasta  la entrada. Al bajar del porche, Paula vió un deportivo rojo que se aproximaba a la casa a demasiada velocidad.

—Fede sabe que no debe conducir tan deprisa. Algo va mal... El coche se detuvo con un chirrido delante de ellas. Fede saltó del vehículo.

— ¿Han visto a Ariel? —preguntó con el rostro de color mortecino.

—No —Caro lo asió del brazo—. ¿Qué ha pasado?

—No  lo  sé  —Fede parecía  angustiado—  Llevábamos  un  rato  arrojando  el  sedal  al  agua,  pero sin  pescar  nada.  Había  varias  personas  a  lo  largo  de  la  orilla.  Ariel  dijo  que  iba  a  acercarse a  un  tipo  que  parecía  tener  más  suerte.  Le  dije  que  lo  alcanzaría  en  cuanto  sacara  un  cebo distinto  de  la  caja.  Te  juro  que  sólo  lo  perdí  de  vista  treinta  segundos,  no  más.  Cuando  me puse  en  pie,  no  pude  verlo.  Empecé  a  correr,  pero  no  estaba  en  ninguna  parte.  El  hombre tampoco.  Cuando  pregunté  a  las  demás  personas que estaban en la orilla, dijeron que no habían visto nada.

Caro se había puesto tan pálida que daba miedo.

— ¿Quieres decir que lo han secuestrado?

—No tengo otra explicación —dijo Fede con voz ronca—. Fui directamente a la policía y  les  di  su, descripción.  Ahora  están  batiendo  la  ciudad  en  su  busca,  pero  me  sugirieron que tal vez hubiese decidido venir a casa. El oficial dijo que los niños hacen cosas así. Así que vine lo antes posible.

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