miércoles, 19 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 42

—Ya están avisados. Las furgonetas de la policía nos esperan para llevarnos al hospital, ¡corre!

—Voy para allá.

Mientras  Elena  hablaba,  Carlos ya  había  empezado  a  apagar  el  ordenador.  Había  información  demasiado  confidencial  en  los  archivos  para  dejarlos  abiertos.  Cuando  terminó, tomó su cartera y corrió hacia las escaleras. Antes de llegar al vestíbulo, pudo oler  gases  nocivos  y  oír  las  sirenas. Cuando  abrió  la  puerta  principal,  parecía  que  estaban en estado de guerra.  Los  bomberos  y  la policía,  protegidos  con  máscaras  de  gas,  estaban  sacando  a  las  personas  de  sus  casas  y conduciéndolas  a  los  vehículos.  Había  media  docena  de  camiones  de  la  compañía  de  gas estacionados en  la  calle.  Trabajadores  de  uniforme  cubiertos  con  máscaras  empezaban  a  entrar en  el  instituto  buscando  la  fuente  del  problema. Carlos  sacó  un  pañuelo  del  bolsillo  y  se cubrió  la  naríz  y  la  boca.  Cuando  subió  a  la  furgoneta  de  la  policía  y  el  vehículo  arrancó, no  sólo  estaba  tosiendo  sino  llorando  profusamente. Dos de los trabajadores de la compañía de gas observaron cómo el último cargamento de ocupantes se alejaba antes de subir corriendo las escaleras del edificio.

—Maldita  sea,  T.J.  Habría  apostado  todas  mis  medallas  a  que  Paula Chaves estaba  escondida aquí dentro.

 -¿Qué hacemos ahora, coronel?

-Seguramente habrá un ordenador.  Busquemos uno y entremos en el sistema. Buscaremos cualquier dato sobre Paula Chaves o Carlos Gordon.

T.J. abrió una puerta del vestíbulo principal.

— ¿Coronel? He encontrado uno aquí dentro. El que salió de la habitación se olvidó de apagarlo. Va a ser pan comido.

—Está  bien,  adelante.  Sólo  disponemos  de  unos  minutos  hasta  que  alguien  nos  pregunte qué estamos haciendo aquí cuando se supone que todo el mundo debe estar fuera.

—Lo sé, señor. Vaya, hay una lista de nombres junto al ordenador. Carlos Gordon tiene la extensión 220. — ¿ diablos estará su despacho?

—Lo llamaré por la línea interna. Así podrá seguir el ruido del teléfono hasta allí.

—Buena idea. Mientras tanto, accede a esos archivos.

—Sí, señor.

Marcos tardó más tiempo del que hubiese querido en localizar que el timbre provenía del segundo piso. Recorrió el pasillo y entró en la habitación en cuestión.

— ¿TJ? — dijo descolgando el teléfono—. He localizado su despacho, la habitación 220. Deberíamos haberlo adivinado. Pero el ordenador está apagado. ¿Has encontrado algo sobre Paula Chaves?

—No, todo está codificado. Cualquiera diría que este lugar pertenece a la CIA. Vamos a necesitar mucho más tiempo para entrar.

—Maldición. No lo tenemos.

—Encienda el ordenador y mire si puede encontrar algo.

Marcos se sentó detrás del escritorio y pulsó las teclas. En la pantalla apareció un mensaje que le pedía que pulsara la tecla Enter. En cuanto lo hizo, la pantalla se puso  de  color  azul y el ordenador emitió un pitido tan agudo que le hizo daño en los oídos.  «Acceso ilegal» era el mensaje que no dejaba de parpadear.

—Diablos —murmuró Marcos antes de apagar el ordenador.

— ¿Qué era eso, coronel?

—Está  a  prueba  de  intrusos —furioso,  registró  los  cajones  y  los  artículos  que  había  sobre la mesa. Fuese quien fuese aquel tipo, no había dejado ninguna pista a la vista—. Vuelvo contigo. Si  no  podía  conseguir  lo  que  quería  de  un  modo,  lo  haría  de  otro.  T.J.  lo  estaba  esperando en el vestíbulo.

—Parece  que  tendremos  que  recurrir  a  otro  plan,  coronel.  Confiaba  en  que  no  fuera  necesario.

—Yo  tampoco  —repuso  Marcos—.  Pero  el  general  dijo  que  hiciéramos  lo  necesario  para  hacer el trabajo. ¿Trajiste lo que el médico nos dio?

—Sí, señor, está en la furgoneta.

—De  acuerdo.  Iremos  al  hospital  Maywood  y  nos  disfrazaremos  de  enfermeros  En  cuanto  el  señor  Gordon  nos  diga  dónde  podemos  encontrar  a  Paula Chaves, le daremos  un  pequeño  regalo  por  su  cooperación  No  sabrá  lo  que  le  ha  ocurrido,  igual  que a ese bastardo de Draco.

—No quiero que me acusen de matar a nadie, coronel.

— ¿De qué hablas, TJ? Draco sigue vivo.

— ¿Pero cómo sabremos que algo no va a salir mal, como con el padre de la chica?

—Porque el médico dice que no. Mira, te he  estado  haciendo  muchos  favores,  T.J.  No  metas la pata ahora si quieres esos galones, ¿Me oyes?

—Sí, señor.

—Bien. Entonces salgamos pitando de aquí.

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