— ¿Ariel? Quiero que conozcas a mi prometida, Erica Souvalis. Erica, éste es mi maravilloso ahijado.
Pedro observó con orgullo cómo su sobrino desplegaba sus intachables modales y se levantaba de la mesa para estrecharle, la mano.
—Hola, Erica. Me alegro de conocerte.
—Hola, Ariel.
Al no escuchar nada más por su parte, el pobre Ariel no supo cómo reaccionar. Incluso en su inocencia, percibía la tensión en el ambiente. Pedro sintió enojo hacia su prometida por negarse deliberadamente a hacer que aquel momento fuese cómodo para Ariel.
—Te presento a Paula Chaves, Erica.
Paula se puso rápidamente en pie y le extendió la mano con afecto.
-Cómo está, señorita Souvalis? Es usted aún más bonita en persona que en la fotografía que el señor Alfonso le dió a su ahijado.
De algún modo, Paula siempre sabía qué decir. Era un don.
—Me temo que estoy en desventaja, señorita Chaves. Era el momento de que Pedro interviniera.
—Fede y ella son viejos amigos, Erica —por el momento era la única parte de verdad que quería revelar a su prometida.
- ¿Fede?
Hubo la más leve vacilación antes de que oyera a Paula decir:
—Sí. Pasé algún tiempo con él en Europa hace años, mientras se entrenaba para las Olimpiadas. Todas las adolescentes estábamos locas por él. Compraba todos sus posters. Adornaron las paredes de mí habitación durante mucho tiempo. Parecía realmente convincente.
Pedro observó sus rasgos animados. La revelación sobre Fede no debería haberlo molestarlo, pero lo hizo. « ¿Estabas enamorada de él hace seis años, Paula?» Unos celos sin precedentes lo sacudieron. Hasta aquel momento, nunca se había creído vulnerable a aquella emoción, y no en lo referente a su hermano.
—Cómo ha coincidido en el barco con Pedro? —la voz de Erica fue seguramente más áspera de lo que pretendía.
—Estoy de vacaciones. Lo primero que hice fue pasarme por la oficina de su prometido en Nueva York y pedirle ayuda para volver a contactar con Fede. Como Grecia ya estaba en mi itinerario, el señor Alfonso hizo posible que tomara este barco.
—Me sorprende que Pedro no le dijera. que cuando Fede no trabaja, pasa la mayor parte de su tiempo libre en Suiza.
—Me lo dijo. En cuanto vea los lugares de interés de su maravilloso país, pienso viajar a Suiza y, con suerte, volver a ver a Fede. Ahora, si me disculpa, estoy ansiosa por iniciar mis vacaciones. Ha sido un placer conocerla, señorita Souvalis. ¿Ariel? —se volvió al sobrino de Pedro—. Tengo una pequeña sorpresa para tí. Si vienes a mi camarote, te la daré.
Una vez más, Paula había llevado una situación precaria con la clase de delicadeza que la caracterizaba. Había reaccionado a su sugerencia tácita de no mencionar a Caro, y había comprendido que sacar a Ariel de la habitación era crucial.
— ¿Puedo ir con Pau, Pepe?
—Por supuesto.
Cuando llegaron al umbral del pasillo, Paula se volvió.
—Estoy en deuda con usted, señor Alfonso. El camarero me informó que había dispuesto un coche para mí. No debería haberlo hecho, pero agradezco no tener que buscar mi propio medio de transporte en el puerto.
Pedro le brindó una fugaz sonrisa.
—Fede me cortaría la cabeza si supiera que estaba buscándolo y no había hecho todo lo que estaba en mi mano para ayudarla.
—Adiós, entonces. Gracias otra vez.
—Ha sido un placer.
Paula tomó con fuerza la mano de Ariel. Sumida en sus pensamientos echó a andar por el pasillo en dirección a su camarote. Ariel debió de percibir que algo iba mal, porque no hizo una sola pregunta mientras caminaba a su lado.
En cuanto Paula había oído la voz de Erica al otro lado de la puerta, había visto una expresión de pesar en el rostro de Pedro. Hasta aquel momento, había imaginado que su prometida estaría esperándolo en el puerto para darle la bienvenida, pero a juzgar por la reacción de Pedro, no había esperado su aparición. Erica Souvalis era todo lo que ella nunca podría ser. Por la rendija de la puerta había visto cómo se abrazaban y aquella imagen la había conmocionado y suscitado emociones que no se atrevía a analizar.
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