domingo, 9 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 15

Pero al final resultó que sólo había utilizado a su hermana para pasar unas vacaciones gratis   en   Chamonix.   De   regreso   al   internado,   se   había   distanciado   de   ella   sin   explicación  alguna.  Su  abandono  causó  otra  herida  a  Caro que  nunca  había  llegado  a  cicatrizar del todo. Pedro lamentaba profundamente el incidente y no estaba dispuesto a  permitir  que  nadie  volviera  a  hacerle  daño.  Más  que  nunca,  comprendió  lo  mucho  que Caro necesitaba a su hijo.

-¿Puede venir un momento a mi despacho?

—Por supuesto. ¿Quiere que lleve a Ariel?

— ¿Quiere verme?

—No.   Está   tumbado   en   el   suelo   viendo   fotos   del   último   número   de   National   Geographic.

—Bien. Seguramente no se dará cuenta de que deja su escritorio por un momento.

-Enseguida estoy con usted.

Según  Carlos,  Pedro Alfonso, el  director  de  Navíos  Alfonso,  pasaba  la  primera  quincena  de cada mes en Atenas y la segunda en Nueva York. Paula no se había presentado en su despacho el veintitrés de noviembre por casualidad.  Observó  cómo  su  secretaria  desaparecía  en  el  interior  de su  despacho.  Cómo  no,  la  petición  del  número  de  teléfono  y  dirección  de  Caro había  provocado  una  reunión  privada.  Las  personas  con  tanta  fortuna  y  fama  como  la  familia  Alfonso  tenían  que  proteger a los suyos. Nunca había visto al hermano mayor de Caro, pero Carlos le había mostrado fotografías recientes  de  los  tres  miembros  del  atractivo  clan.  De  los  dos  hermanos,  Pedro era  el  más alto y más corpulento. Al contrario que el sonriente Federico, que llevaba el pelo un poco  más  largo  y  daba  una  imagen  más  seductora,  los  rasgos  duros  e  indiferentes  del  hermano  mayor  le  conferían  un  aspecto  más  impactante  pero  menos  accesible.  Por  lo  que  sabía,  Pedro se  parecía  a  su  conocido  padre,  Horacio Alfonso,  un ministro  importante  del  gobierno  griego  ya  fallecido.  Fede  y  Caro,  por  el  contrario,  se asemejaban  más  a  su madre, que había muerto hacía años.

Mientras esperaba, el niño, seguramente el hijo de la secretaria, levantó la cabeza de la revista.   Tenía   una   hermosa   tez   y   unos   ojos   de   color   aceituna   que   la   miraban   expresivamente. Caro solía mirarla así.

—Hola —no  pudo  resistirse  a  hablar  con  él,  preguntándose  si  el  niño  podría  ser  un  Alfonso. De ser así, Carlos no le había dado noticia sobre su existencia—. Me llamo Paula. ¿Tú cómo te llamas?

—Ariel.
El niño se puso en pie. Parecía alto para su edad, delgado y hermoso. Llevaba un jersey de color azul marino, con pantalones a juego y zapatillas de deporte.

—Me  gusta  tu  nombre.  Parece  griego.  ¿Sabes  hablarlo? - preguntó  en  griego,  ansiosa  por practicar  con  alguien  que  no  fuera  el  párroco  de  la  iglesia  ortodoxa.  El  niño  contestó con fluidez, impresionándola con su bilingüismo. Los dos sonrieron al mismo tiempo. De nuevo tuvo la impresión de que la sangre Alfonso corría por sus venas.

—He  estado  aprendiendo  griego  —dijo  Paula  de  nuevo  en  inglés—.  Pero  sé  que  cometo muchos errores.

—Hablas mejor que Barbara.

— ¿Quién es Barbara?

—Limpia la casa.

—Ah.

— ¿Tienes hijos?

Paula movió la cabeza.

—No, pero si los tuviera, querría uno igual que tú.  Sus ojos se iluminaron.

— ¿De verdad?

Paula asintió. El niño despertaba todo su afecto.

—Yo tengo una mamá, pero no puede cuidar de mí, así que vivo con Analía y Germán. ¿Era Analía la secretaria? Más intrigada   que nunca, le dijo:

—Tienes suerte. Yo vivo sola.

— ¿Y no te da miedo?


 Sí. Estaba aterrorizada.

—Cuando lo tengo, recuerdo lo que mi papá me dijo que hiciera.

— ¿Qué?

—Decir una oración para sentirme mejor.

—No sé si eso servirá.

— ¿Por qué?

—Porque oí a Analía que le decía algo  horrible a Germán.

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