—Has estado jugando a ser Dios con nuestras vidas, Pepe.
Frunció el ceño.
—Esa es una de las frases favoritas de Federico.
—Lo es. ¡Pero tiene razón!
— ¿Cuándo han hablado de este tema?
—Hace unos días. Y hemos mantenido varias conversaciones por teléfono. Finalmente le pedí que se reuniera conmigo en la villa para que me ayudara a hacer entrar en razón a Caro.
Lívido de furia, Pedro inquirió:
-¿Con qué fin?
—Para que deje las cosas como están y permita que Ariel crezca en Nueva York con sus padres de acogida, que lo quieren y lo han estado criando.
— ¡No tenías derecho a hacer eso!
—Pensaba que me lo habías dado al pedirme que me casara contigo. Esto es un asunto de familia que podría desgarrarnos a todos si no se resuelve. Tu presencia constante en la vida de Ariel ha dejado huella en el chico, y siempre pedirá tu atención, aunque Caro se case. ¿No te molesta que el hombre que ame a tu hermana tenga que competir contigo?
-¿Competir? ¿Qué demonios significa eso?
—Significa que podrías ganar el premio del padre del año.
—Lo dices como si fuera una condena.
—En absoluto. ¿No sabes que no hay hombre que pueda compararse a tí como padre, y mucho menos como prometido y amante? —su voz tembló—. Pero tu relación con Ariel podría causar problemas en el matrimonio de Caro. Y en el nuestro... —se levantó del sofá y le rodeó el cuello con los brazos—. Si vieras la situación desde mi punto de vista, tal vez decidirías posponer la visita a Andros mañana mientras analizas las consecuencias.
Pedro tomó sus brazos y suavemente la apartó de él.
—No puedo hacer eso, Erica. Después del primero de enero, será entregado en adopción, así que no nos queda mucho tiempo. Caro dió a luz a Ariel y tiene el derecho que Dios le ha dado para criar a su hijo. Intenta ponerte en su lugar.
Erica se quedó inmóvil.
— ¿Entonces insistes en seguir adelante con este asunto a pesar de lo mucho que te estoy suplicando que no lo hagas? Escrutó su mirada buscando un ápice de comprensión.
— ¿Hemos llegado a un punto muerto, Eri? ¿Eso es lo que pasa?
—No lo sé —contestó en un susurro atormentado—. Pareces cambiado. Desde que hiciste el viaje con Ariel.
Cielos. Pedro sabía qué vendría después.
—Es lógico que esté preocupado por el día de mañana. Será el primer encuentro de Caro con Ariel. Los dos están asustados.
—Yo también. Estoy asustada, pero por una razón muy distinta.
— ¿Cuál?
—Me dí cuenta de la naturalidad con la que Paula Chaves se comportaba con Ariel. Es obvio que se han hecho amigos durante el crucero. ¿Acaso su habilidad para conectar con tu sobrino te ha hecho cuestionar mi potencial como madre?
—No —respondió con sinceridad—. Reconozco que tiene don con los niños, pero ha sido su relación con Caro la que ha provocado su amistad con Ari.
— ¿Caro? —Erica apartó su pelo negro del rostro—. Ahora sí que estoy confusa. Pensaba que conocía a Federico.
—También. Pero lo conoció a través de Caro cuando estudiaban juntas en el internado de Suiza. Antes de que Fede ganara la medalla de plata, estaba entrenándose en Chamonix. Caro pasó unos días con él en el chalé durante las vacaciones de Navidad e invitó a Paula.
Erica le lanzó una mirada penetrante.
— ¿Conocías a Paula por aquel entonces?
Pedro inspiró profundamente.
—De oídas.
—Así que ¿Es a Caro y no a Fede a quien quiere ver en realidad?
—Sí. De hecho, ahora mismo está en Andros con ella.
Hubo una breve pausa antes de que Erica dijera:
—Nunca he oído mencionar su nombre.
—Han pasado muchas cosas en los últimos seis años.
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