—No —Pedro movió la cabeza—. Te meterás a Ariel en el bolsillo con tu dulzura. Cuando sienta tu amor, cuando le puedas decir con tus propias palabras lo mucho que lo has querido siempre, no querrá perderte de vista.
—Ojalá tengas razón, Pepe.
—Sé que la tengo.
Conmovida y sin saber qué decir, Carolina estuvo a punto de caerse de la silla en su intento de abrazar a su hermano. Se aferró a él con todas sus fuerzas.
— Si se resuelve el problema que mencioné antes, Erica y yo tendremos una boda discreta en Andros entre Navidad y Año Nuevo. Sin invitados, sólo las familias. Por eso tengo curiosidad por saber cuáles son tus planes para estas Navidades, Fede. Me gustaría que fueras mi padrino —Fede asintió sin comprometerse y Pedro continuó hablando—. Lo importante es que ya se han redactado los papeles de la adopción. Después de la boda, Ariel será legalmente nuestro. Luego iniciaremos las gestiones para que tú adoptes formalmente a tu hijo.
Fede contempló a su hermano con expresión incrédula.
—Lo que has hecho es increíble, hermano. ¿Por qué nunca me has dicho nada?
—Porque creía que nuestra hermana debía tener la oportunidad de iniciar una nueva vida con Fernando, o con otro hombre, si eso era lo que quería. Tenía miedo de que si sabías lo que había hecho, el secreto sería demasiado difícil de guardar. Temía que uno de los dos flaqueara y le dijera a Caro la verdad. En cuanto supiera que Ariel todavía no había sido adoptado, su recién encontrada felicidad correría peligro. Pero... —sus ojos la buscaron—. Fernando no ha regresado, y no has vuelto a mirar a ningún otro hombre. De hecho, has estado sumida en una depresión que no ha hecho sino intensificarse a lo largo de los años. No has sido felíz, ¿Verdad, Caro?
—No. Desde que me sacaron de la sala de partos sin mi bebé, no ha pasado un minuto en el que no haya lamentado mi decisión.
Fede dió un paso hacia su hermano.
—Si todo esto ha sido un secreto hasta ahora, ¿Le has hablado a Erica de Ariel? -
— No. Primero debía mantener esta conversación con Caro.
Fede emitió un sonido gutural.
—Cuando se recupere del shock, si es que lo hace, no creo que acceda a casarse en Andros. Sabes que a Erica no le gusta la isla.
—Fede tiene razón, Pepe. Además, es prerrogativa de la novia planear la boda. El mundo de Erica está aquí, en Atenas. Su familia nunca accedería a celebrar una ceremonia privada en Andros. Sería horrible alienar a mi futura cuñada por culpa mía.
Pedro permaneció implacable.
—Costas se ha tomado muchas molestias para que este asunto no salga a la luz. No podemos permitirnos la publicidad. Asegurar tus derechos legales sobre Ariel es más importante que una boda opulenta que nunca he deseado.
Carolina quería oír la confirmación de que a Erica no le importaba. Pero cuando intentó leer la verdad en los ojos de Pedro, le resultó imposible descifrar su expresión. Lo agarró con fuerza.
—Una mujer sólo se casa una vez en la vida, Pepe. Debería ser un día perfecto para ella en todos los sentidos. ¿Estás seguro de que a Erica no le importará? ¿Puedes afirmarlo ante Dios?
Pedro torció los labios.
—Ya he hablado con Dios sobre tu tristeza, hermanita. Créeme, nunca he estado tan seguro de algo en toda mi vida.
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