domingo, 23 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 52

—No —inspiró  profundamente—.  La  mereces.  De  hecho,  pasé  la  noche  escribiéndote  una  carta  en  la  que  te  lo  explico  todo  para  que  puedas  tomar  las  precauciones  necesarias.

— ¿Qué precauciones?

—Pedro,  por  favor,  escúchame.  En  la  carta,  te  adjunto  algunos  datos  sobre  mi  padre  por si quieres verificarlo. Pensaba echarla al correo   en el aeropuerto. Lo explica todo, en concreto por qué mi estancia en Grecia podría poner en grave peligro a tu familia —en realidad, no le había escrito sobre su estancia en el Instituto Miguel Angel ni su plan de casarse con Fede, no se había sentido capaz de hacerlo, pero sí sobre lo ocurrido a su padre y los hombres que la perseguían—. Sé que tienes los medios y el poder para proteger a los que amas, pero a veces eso no basta. Si te ocurriera algo, desearía morir —bajó  la  vista  al  suelo  y  habló  con  voz  apenas  audible—.  Cuando  leas  la  carta,  comprenderás lo mala que soy.

— ¿Por qué no me dejas que sea yo quien lo decida?

Con manos temblorosas sacó el sobre de su bolso y se lo entregó.  Pedro lo miró por un momento antes de metérselo en el bolsillo de su chaqueta.

—Vamos, el ferry está empezando a llenarse de pasajeros para hacer el viaje de regreso. Iremos en avión hasta Atenas poder hablar a solas y luego a Andros..

—Pero tengo que tomar el avión...

—Al diablo con el maldito avión. Vamos —tomó su maleta y le puso una mano firme en la espalda para conducirla fuera del barco.

Con lo furioso que estaba, Paula no se atrevió a protestar.  Pedro la ayudó a subir al helicóptero. Cuando se sentó, le dió una señal al piloto y  despegaron  de  la  pista.  Consumido  por  la curiosidad,  sacó  la  carta  de  su  bolsillo y empezó a leer.  Cuando  terminó,   se  sentía  incapaz  de  mirar  a Paula.  Se  estaba  enfrentando  a  algo  contra  lo  que  ninguna  persona  podría  luchar  sola,  y  sin embargo,  al  intentar  irse  sólo había estado pensando en la seguridad de la familia Alfonso. Su instinto  protector  se  desató  con  tanta  intensidad  en  aquellos  momentos  que  deseó poder llevarla  a  algún  rincón  del  universo  en  el  que  estuvieran  solos  para  amarla,  donde nada ni nadie pudiera alcanzarlos.

— ¿Pedro?  Hemos  aterrizado.

Paula debía de haberlo llamado  varias  veces.  Las  alas  habían dejado de dar vueltas.

—Así es.  Metió las hojas en el sobre y se lo metió en el bolsillo para futura referencia.

—Sé que estás enfadado porque estás muy callado —murmuró Paula mientras él  la  ayudaba  a  bajar  del  helicóptero,  que  estaba  posado  en  el  tejado  de  su  edificio  de  oficinas.

«Paula, Paula. ¿No sabes que mi enfado no va dirigido a tí» Había tantas cosas que decir, que creía que iba a explotar. Por esa razón no habló hasta que  descendieron  los  peldaños  hasta  el  último  piso  del  edificio  y  entraron  en  el  ascensor.

—Tienes razón.  Me  siento  un  poco  violento  en  estos  momentos  y  preferiría  no  hablar  hasta que no llegáramos a casa.

Cuando   llegaron   al   vestíbulo,   subieron   a   la   limusina   de   la   compañía,   que   los   aguardaba a la entrada, y Pedro le dijo al chófer que los llevara a su casa de Atenas.  Como no sabía cuánto iba a prolongarse su conversación con Paula, tomó el teléfono del  coche  y  tecleó  el  número  para  hablar  con  Caro en  Andros.  Melina  contestó.  Al  parecer,  ella  y  Ariel  habían  decidido  ir  de  excursión  sin  él.  No  regresarían  hasta  última  hora de la tarde. El mensaje lo llenó de alivio. Tendría a Paula para él solo todo el día. Pedro estaba sentado a la cabecera de la mesa, con Paula en la silla próxima a él. Una doncella los sirvió en el comedor formal de la casa que la familia Alfonso tenía en Atenas.

—Cuando  te  pedí  que  te  casaras  conmigo  —empezó  a  decir  inesperadamente  en  voz  grave—,   había   pensado   en   recompensarte   con   una   importante   suma   de   dinero.   Después  de  lo  que  he  leído  en  tu  carta,  estoy  dispuesto  a  correr  con  los  gastos  necesarios de un equipo legal que investigue la muerte de tu padre.

Paula se quedó sin aliento. En una ocasión, aquellas palabras habían representado su meta  en  el  Instituto  Miguel  Angel.  Sólo  que  deberían  haber  sido  pronunciadas  por  su  marido, Federico. Había querido que fuese él quien le brindara su protección y su dinero, junto con su amor eterno.

—No podría permitir que lo hicieras.

— ¿Ni siquiera por Ariel y Caro?

-Pedro,  no  quiero  tu  dinero  —gritó,  levantándose  de  la  mesa—.  Lo  único  que  me preocupa es tu seguridad. ¡Marcos es un asesino! Pero si piensas —detestó oír el temblor de  su  propia  voz— que  puedes  proporcionar  la  seguridad  suficiente  para  proteger  a  todos mientras yo estoy aquí, entonces, por supuesto que me casaré contigo cuando tú digas. Quiero a Caro y a Ariel. Quiero ayudar. Son madre e hijo y deberían estar juntos.

—Eso es todo lo que quería oír —dijo Pedro en un tono extrañamente satisfecho.

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