viernes, 7 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 9

—Le  he  pedido  que  se  case  conmigo,  pero  todavía  no  hemos  determinado  la  fecha  exacta.

Su respuesta la abatió.

— ¿Por qué?

— Porque  queda  un  asunto  importante  por  resolver  antes  de  que  podamos  hacer  planes  definitivos.  El  matrimonio  es  un  compromiso  vinculante  y  quiero  que  el  mío  dure.

— ¿De qué no están seguros? ¿Qué no han resuelto?

Carolina  sabía  que  Erica era  nerviosa  y  temperamental,  pero  Pedro debía  de  haber  decidido pasar por alto aquellos defectos desde el principio o no habría salido con ella durante  los  últimos  dos  años.  En  aquellos  momentos,  las  familias  de  ambas  partes  esperaban ansiosamente el anuncio de la boda.  Pedro deslizó  los  dedos  por  el  pie  de  su  copa  de  vino  varias  veces. Vacilaba.  Carolina  nunca se había dado cuenta de que su hermano se ponía nervioso como otras personas, que en ocasiones se sentía inseguro.

—Ha pasado algo terrible, ¿Cerdad? — Gritó con alarma—. ¿Qué es?

Federico  siempre  parecía  aburrido  cuando  estaba  con  la  familia,  aunque  Carolina sabía  que  así ocultaba sus sentimientos de inferioridad, pero incluso él perdió parte de su sangre fría mientras esperaba a oír la respuesta. Todos sabían que Erica había amado a Pedro desde el comienzo de su relación. Carolina no  comprendía  cómo  una  mujer  podía  ser  tan  paciente.  Ignorando  su pregunta, Pedro dijo:

—Lo que voy a decir va a afectar a tu vida siempre, Caro.

Carolina notó que le temblaba el labio inferior

—No  estarás  enfermo  o  algo  así,  ¿Verdad?

—Deja  de  ser  tan  misterioso  —irrumpió Federico.

Pedro suspiró.

—No te preocupes. Estoy en perfecto estado de salud.

Pedro  extendió   el   brazo   y   le   cubrió   la   mano   a   Carolina  con   la   suya.   Mirándola   directamente a los ojos, dijo:

—Se trata del bebé que entregaste en adopción.

La habitación se sumió en un silencio tenebroso. En la vida de Carolina no había un instante en que no lamentara su decisión de entregar a su  hijo  en  adopción.  En  su  momento,  Pedro y  ella  habían  estado  de  acuerdo  en  que  sería mejor para el niño criarse en los Estados Unidos. Para empezar, aquello reduciría las posibilidades de que su nombre o el de Fernando se vieran manchados por el escándalo. Todos los consejos de Pedro la habían influido para renunciar al bebé nada más nacer.

Las posibilidades de que una madre soltera de dieciocho años llevara una vida normal y  productiva con  una  educación  completa  la  oportunidad  de  encontrar  un  marido  idóneo disminuían si conservaba al bebé. Las posibilidades de que el bebé llevara una vida normal en un entorno feliz en el que sus necesidades fueran satisfechas por unos padres  amorosos  disminuían  si  la  madre  soltera insistía  en  criar  al  bebé  ella  sola.  Las  estadísticas eran irrefutables.  Sin embargo, cuando llegó el momento de firmar los papeles, Pedro  le había dicho que podría conservar al bebé si sentía que debía hacerlo. El la ayudaría a cuidarlo.  Para Carolina significó mucho que su hermano dijera eso, pero se negó a cargar más peso sobre sus hombros. Su padre, que había mantenido un puesto relevante en el gobierno, había  muerto  de  un  ataque  al  corazón  dos  meses  antes  de  que  se  quedara embarazada. Aquello significaba que Pedro se había visto obligado a hacer el papel de padre  para Carolina  mientras  dirigía  el  negocio  de  la  familia.

Como  ella,  también  había  estado intentando superar el dolor de su inesperada muerte. Demasiadas responsabilidades,  incluida  su  preocupación  por  la  dirección  que  tomaba  la  vida  de  Federico, habían  impedido  que  Pedro  llevara  una  vida  normal.  Caro nunca  habría  consentido  que  sus problemas  interfirieran  en  su  camino.  Además,  no  habría  sido  justo  para  el  niño,  que  merecía tener  una  madre  y  un  padre.  Al  final,   decidió  renunciar  al  bebé  con  la  estipulación  de  que los  padres  fueran  una  pareja  casada  por  la  iglesia  de  su  misma  nacionalidad  y  antecedentes religiosos.  Pedro lo  había dispuesto todo con la ayuda de Costas, el abogado de la familia. Una  vez tomada  la  decisión,  se  había  mantenido  inflexible  en  no  ver  ni  tomar  al  bebé  en brazos después del parto. A partir de entonces, había intentado no mirar atrás. Nunca  hablaba  de  su  hijo, excepto  cuando  Pedro lo  mencionaba.  Durante  los  años  transcurridos  había  sacado  el  tema  del bebé  muchas  veces.  Con  frecuencia  comentaba  que  se    mostraba   demasiado    callada,   demasiado    triste.   Ella   insistía    inmediatamente  en  que  estaba satisfecha  con  su  decisión inicial:  permitir  que  una  buena  pareja  adoptara  a  su  hijo.  Una  y  otra  vez,  le  rogaba  a  Pedro que  no  se  preocupara  por  ella.  Pero  sabía  que  se  preocupaba,  de  lo  contrario  no  habría seguido  interrogándola.

Seis  años  después,  Caro  seguía  creyendo  que  había  hecho  lo  correcto en relación al bebé.  Pero no en relación a ella. Todos los días se preguntaba si había dado a luz a un niño o a una niña Ya debía tener cinco  años.  ¿Se  parecería  a  ella?  ¿O  a  Fernando,  el  padre  natural  que  se  había comportado  como un cobarde y se había ido de Atenas en cuanto Carolina le había dado la noticia? Sentía  un  vacío  creciente  en  su  interior  que  no  parecía  llenarse  con  nada.  Las  tareas  y placeres  diarios  no  significaban  gran  cosa  para  ella.  Sabía  que  todos  en  su  familia,  en especial Pedro, estaban alarmados porque no quería conocer a ningún otro hombre, ni asistir a fiestas o llevar una vida social. Sencillamente, no podía.

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