—Le he pedido que se case conmigo, pero todavía no hemos determinado la fecha exacta.
Su respuesta la abatió.
— ¿Por qué?
— Porque queda un asunto importante por resolver antes de que podamos hacer planes definitivos. El matrimonio es un compromiso vinculante y quiero que el mío dure.
— ¿De qué no están seguros? ¿Qué no han resuelto?
Carolina sabía que Erica era nerviosa y temperamental, pero Pedro debía de haber decidido pasar por alto aquellos defectos desde el principio o no habría salido con ella durante los últimos dos años. En aquellos momentos, las familias de ambas partes esperaban ansiosamente el anuncio de la boda. Pedro deslizó los dedos por el pie de su copa de vino varias veces. Vacilaba. Carolina nunca se había dado cuenta de que su hermano se ponía nervioso como otras personas, que en ocasiones se sentía inseguro.
—Ha pasado algo terrible, ¿Cerdad? — Gritó con alarma—. ¿Qué es?
Federico siempre parecía aburrido cuando estaba con la familia, aunque Carolina sabía que así ocultaba sus sentimientos de inferioridad, pero incluso él perdió parte de su sangre fría mientras esperaba a oír la respuesta. Todos sabían que Erica había amado a Pedro desde el comienzo de su relación. Carolina no comprendía cómo una mujer podía ser tan paciente. Ignorando su pregunta, Pedro dijo:
—Lo que voy a decir va a afectar a tu vida siempre, Caro.
Carolina notó que le temblaba el labio inferior
—No estarás enfermo o algo así, ¿Verdad?
—Deja de ser tan misterioso —irrumpió Federico.
Pedro suspiró.
—No te preocupes. Estoy en perfecto estado de salud.
Pedro extendió el brazo y le cubrió la mano a Carolina con la suya. Mirándola directamente a los ojos, dijo:
—Se trata del bebé que entregaste en adopción.
La habitación se sumió en un silencio tenebroso. En la vida de Carolina no había un instante en que no lamentara su decisión de entregar a su hijo en adopción. En su momento, Pedro y ella habían estado de acuerdo en que sería mejor para el niño criarse en los Estados Unidos. Para empezar, aquello reduciría las posibilidades de que su nombre o el de Fernando se vieran manchados por el escándalo. Todos los consejos de Pedro la habían influido para renunciar al bebé nada más nacer.
Las posibilidades de que una madre soltera de dieciocho años llevara una vida normal y productiva con una educación completa la oportunidad de encontrar un marido idóneo disminuían si conservaba al bebé. Las posibilidades de que el bebé llevara una vida normal en un entorno feliz en el que sus necesidades fueran satisfechas por unos padres amorosos disminuían si la madre soltera insistía en criar al bebé ella sola. Las estadísticas eran irrefutables. Sin embargo, cuando llegó el momento de firmar los papeles, Pedro le había dicho que podría conservar al bebé si sentía que debía hacerlo. El la ayudaría a cuidarlo. Para Carolina significó mucho que su hermano dijera eso, pero se negó a cargar más peso sobre sus hombros. Su padre, que había mantenido un puesto relevante en el gobierno, había muerto de un ataque al corazón dos meses antes de que se quedara embarazada. Aquello significaba que Pedro se había visto obligado a hacer el papel de padre para Carolina mientras dirigía el negocio de la familia.
Como ella, también había estado intentando superar el dolor de su inesperada muerte. Demasiadas responsabilidades, incluida su preocupación por la dirección que tomaba la vida de Federico, habían impedido que Pedro llevara una vida normal. Caro nunca habría consentido que sus problemas interfirieran en su camino. Además, no habría sido justo para el niño, que merecía tener una madre y un padre. Al final, decidió renunciar al bebé con la estipulación de que los padres fueran una pareja casada por la iglesia de su misma nacionalidad y antecedentes religiosos. Pedro lo había dispuesto todo con la ayuda de Costas, el abogado de la familia. Una vez tomada la decisión, se había mantenido inflexible en no ver ni tomar al bebé en brazos después del parto. A partir de entonces, había intentado no mirar atrás. Nunca hablaba de su hijo, excepto cuando Pedro lo mencionaba. Durante los años transcurridos había sacado el tema del bebé muchas veces. Con frecuencia comentaba que se mostraba demasiado callada, demasiado triste. Ella insistía inmediatamente en que estaba satisfecha con su decisión inicial: permitir que una buena pareja adoptara a su hijo. Una y otra vez, le rogaba a Pedro que no se preocupara por ella. Pero sabía que se preocupaba, de lo contrario no habría seguido interrogándola.
Seis años después, Caro seguía creyendo que había hecho lo correcto en relación al bebé. Pero no en relación a ella. Todos los días se preguntaba si había dado a luz a un niño o a una niña Ya debía tener cinco años. ¿Se parecería a ella? ¿O a Fernando, el padre natural que se había comportado como un cobarde y se había ido de Atenas en cuanto Carolina le había dado la noticia? Sentía un vacío creciente en su interior que no parecía llenarse con nada. Las tareas y placeres diarios no significaban gran cosa para ella. Sabía que todos en su familia, en especial Pedro, estaban alarmados porque no quería conocer a ningún otro hombre, ni asistir a fiestas o llevar una vida social. Sencillamente, no podía.
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