Caro le lanzó una triste sonrisa.
—Yo era la que no estaba sana. Varios meses después de mi llegada, averiguó que estaba pensando en suicidarme —Fede se quedó mirándola fijamente—. Nunca se lo dije a nadie, y mucho menos a Pedro. Pero Paula lo sabía. En lugar de acosarme con preguntas embarazosas, me dejó llorar. El hecho fue que me aceptaba tal y como era. Me ayudó de tantas formas distintas. Fede, Paula es y era mi amiga.
Fede se sintió incapaz de formular una respuesta. Se había quedado sin palabras. Caro continuó.
—Las pocas veces que viniste a verme, me obligó a salir contigo, aunque mi depresión me impedía querer hacer nada. Pero sabía que me sentaba bien verte y que me harías reir. A veces, íbamos paseando a un campo de narcisos que hay sobre el lago Leman y leíamos en voz alta nuestros libros favoritos o charlábamos durante horas. Tú aparecías con frecuencia en nuestras conversaciones. Especulábamos sobre tu futuro, en todas las cosas que llegarías a ser por tu gran carisma y preparación. Paula imaginaba que te convertirías en embajador de Grecia, igual que Jean—Claude Killy lo fue para Francia. Decía que con tu sonrisa, no podías perder. Cielo Santo. Nunca lo había sospechado. —Después de todo lo que hizo por mí, no puedes imaginar la ilusión que me hizo saber que me invitabas a pasar unos días a Chamonix con una amiga. Pensé que así podría pagarle por todo el apoyo emocional que me había dado.
Fede permaneció de pie, vacilante. Nunca había visto mentir a su hermana, pero la imagen que había descrito de Paula se alejaba tanto de su interpretación personal que no sabía qué pensar.
—Siento haberlo echado todo a perder, Caro — susurró.
— ¿Lo bastante como para disculparte ante Paula?
—A la primera oportunidad, hablaré con ella. Haría falta algo más que el relato de Caro para cambiar su idea del verdadero plan de Paula. Tal vez fuese inocente, en aquella ocasión. Pero en ese caso, ¿Por qué había esperado tantos años para ir en busca de su hermana? No tenía sentido a no ser que, como había supuesto desde el principio, quisiera el dinero y la fama que acompañaban al título de esposa de Pedro Alfonso.
— ¿Fede? —gritó Ariel con deleite—. No sabía que estabas aquí.
Fede volvió la cabeza y sonrió a su sobrino, que había entrado corriendo en la habitación con una toalla azul alrededor de su cuerpo delgado, con el pelo húmedo y aplastado. Le recordaba a Pedro de joven, nadando más allá de las rocas. Caro corrió hacia él con un pijama limpio.
— ¿ Has venido a jugar otra partida a las damas conmigo, tío Fede?
—Nada me gustaría más, aunque me hayas ganado. Pero se está haciendo tarde. ¿Qué te parecería si pasáramos un rato juntos mañana?
— ¡Genial!
Caro lo miró con sorpresa.
— ¿De verdad?
—Como la boda va a celebrarse muy pronto, seguramente estarás ocupada ayudando todo el día a Paula. He pensado que Ariel y yo podríamos ir al puerto a pescar.
— ¿ Puedo, mamá? —sus ojos brillaron pidiéndole permiso. Stella se puso en cuclillas y lo besó en la punta de la naríz.
—Parece divertido.
— ¡Genial! Mamá — gritó con excitación—. ¿Puedo llamar a Analía y a Germán antes de irme a la cama? Quiero decirles que voy a pescar con el tío Fede.
Fede se fijó en su hermana para detectar algún ápice de contrariedad a la mención de los padres de acogida de Ariel. Para su sorpresa, no percibió ningún pesar cuando la oyó decir:
—Creo que es una idea maravillosa. Apuesto a que han estado esperando a oír todas tus noticias.
Cuando Ariel echó a correr hacia el teléfono, Caro se volvió hacia Fede. Las lágrimas asomaban a sus ojos castaños.
—Gracias por hacer que Ariel se sienta parte de la familia.
—Es fácil tomarle cariño.
Era la verdad. En cuanto a Paula... Miró su reloj, preguntándose qué estaría reteniendo a ella y a Pedro. Ya llevaban fuera un par de horas y la visita al párroco sólo podría haber durado unos minutos. En realidad, se le ocurría algo que podían estar haciendo, pero por alguna razón la imagen de Paula en los brazos de su hermano lo molestaba más de lo que quería reconocer.
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