lunes, 24 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 60

—Tu pregunta es válida. En Suiza pensé que te estaba utilizando. Lo siento, pero desde mi punto de vista parecía obsesionada contigo, tomándose toda clase de molestias para hacerte cualquier favor, corriendo a hacer los deberes por tí y demás. Pensé que no era sano.

Caro le lanzó una triste sonrisa.

—Yo  era  la  que  no  estaba  sana.  Varios  meses  después  de  mi  llegada,  averiguó  que  estaba pensando  en  suicidarme  —Fede se  quedó  mirándola  fijamente—.  Nunca  se  lo  dije  a  nadie,  y mucho  menos  a  Pedro.  Pero  Paula lo  sabía.  En  lugar  de  acosarme  con  preguntas embarazosas, me  dejó  llorar.  El  hecho  fue  que  me  aceptaba  tal  y  como  era.  Me ayudó de tantas formas distintas. Fede, Paula es y era mi amiga.

Fede se  sintió  incapaz  de  formular  una  respuesta.  Se  había  quedado  sin  palabras.  Caro continuó.

—Las pocas veces que viniste a verme, me obligó a salir contigo, aunque mi depresión me impedía querer hacer nada. Pero sabía que me sentaba bien verte y que me harías reir. A veces, íbamos paseando a un campo de narcisos que hay sobre el lago Leman y leíamos en voz alta nuestros libros favoritos o charlábamos durante horas. Tú aparecías con frecuencia en nuestras conversaciones. Especulábamos sobre tu futuro, en todas las cosas  que  llegarías  a  ser  por  tu  gran  carisma y preparación.  Paula imaginaba  que  te  convertirías en embajador de Grecia, igual que Jean—Claude Killy lo fue para Francia. Decía que con tu sonrisa, no podías perder. Cielo Santo. Nunca lo había sospechado. —Después  de  todo  lo  que  hizo  por  mí,  no  puedes  imaginar  la  ilusión  que  me hizo  saber  que  me  invitabas  a  pasar  unos  días  a  Chamonix  con  una  amiga.  Pensé  que  así podría pagarle por todo el apoyo emocional que me había dado.

Fede  permaneció  de  pie,  vacilante.  Nunca  había  visto  mentir  a  su  hermana,  pero  la  imagen que había descrito de Paula se alejaba tanto de su interpretación personal que no sabía qué pensar.

—Siento haberlo echado todo a perder, Caro — susurró.

— ¿Lo bastante como para disculparte ante Paula?

—A la primera oportunidad, hablaré con  ella. Haría falta algo más que el relato de Caro para cambiar su idea del verdadero plan de Paula.  Tal  vez  fuese  inocente,  en  aquella  ocasión.  Pero  en  ese  caso,  ¿Por  qué  había  esperado  tantos  años  para  ir  en  busca  de  su hermana?  No  tenía  sentido  a  no  ser  que,  como  había  supuesto  desde  el  principio,  quisiera  el  dinero  y  la  fama  que  acompañaban  al  título de esposa de Pedro Alfonso.

— ¿Fede? —gritó Ariel con deleite—. No sabía que estabas aquí.

Fede volvió  la  cabeza  y  sonrió  a  su  sobrino,  que  había  entrado  corriendo  en  la  habitación  con  una  toalla  azul  alrededor  de  su  cuerpo  delgado,  con  el  pelo  húmedo  y  aplastado. Le recordaba a Pedro de joven, nadando más allá de las rocas. Caro corrió hacia él con un pijama limpio.

— ¿ Has venido a jugar otra partida a las damas conmigo, tío Fede?

—Nada me gustaría más, aunque me hayas ganado. Pero se está haciendo tarde. ¿Qué te parecería si pasáramos un rato juntos mañana?

— ¡Genial!

Caro lo miró con sorpresa.

— ¿De verdad?

—Como  la  boda  va  a  celebrarse  muy  pronto,  seguramente  estarás  ocupada  ayudando  todo el día a Paula. He pensado que Ariel y yo podríamos ir al puerto a pescar.

— ¿ Puedo, mamá? —sus ojos brillaron pidiéndole permiso. Stella se puso en cuclillas y lo besó en la punta de la naríz.

—Parece divertido.

— ¡Genial! Mamá — gritó con excitación—. ¿Puedo llamar a Analía y a Germán antes de irme a la cama? Quiero decirles que voy a pescar con el tío Fede.

Fede se fijó en su hermana para detectar algún ápice de contrariedad a la mención de los padres de acogida de Ariel. Para su sorpresa, no percibió ningún pesar cuando la oyó decir:

—Creo  que  es  una  idea  maravillosa.  Apuesto  a  que  han  estado  esperando  a  oír  todas  tus noticias.

 Cuando  Ariel  echó  a  correr  hacia  el  teléfono, Caro se  volvió  hacia  Fede.  Las  lágrimas  asomaban a sus ojos castaños.

—Gracias por hacer que Ariel se sienta parte de la familia.

—Es fácil tomarle cariño.

Era la verdad. En cuanto a Paula... Miró su reloj, preguntándose qué estaría reteniendo a ella y a Pedro. Ya llevaban fuera un par de horas y la visita al párroco sólo podría haber durado unos minutos. En  realidad,  se  le  ocurría  algo  que  podían  estar  haciendo,  pero  por  alguna  razón  la  imagen de  Paula  en  los  brazos  de  su  hermano  lo  molestaba  más  de  lo  que  quería  reconocer.

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