Caro huyó de la habitación para no entrar en una conversación que echaría a perder aquel momento tan importante entre Fede y su hijo. Por el bien de todos, quería, necesitaba desesperadamente, que su hermano estableciera un vínculo con Ariel. Bajó las escaleras y atravesó la casa hasta la cocina. Después de revolver en el frigorífico para sacar dos refrescos de naranja y una cerveza, tomó un paquete de galletas saladas de la alacena e inició el regreso a las escaleras. Pero se paró de golpe al ver a Paula y a Pedro en el vestíbulo, con los brazos cargados con bolsas de la compra y equipaje.
—Creo que estoy alucinando —murmuró para sí.
La risa profunda de Pedro le hizo ver que los dos eran reales. Sus ojos oscuros brillaban como los de Ariel cuando estaba entusiasmado por algo. Sintió escalofríos por la espalda.
— ¿Qué ha pasado? —los miró a los dos alternativamente—. ¡Deberías estar camino de California!
—Ha habido un cambio de planes —la informó Pedro.
— ¿Pero qué pasa con Draco? —Todavía se dirigía a Paula—. Pensaba que te necesitaba.
—Yo la necesitaba aún más —intervino Pedro—. Irá más tarde a visitarlo. Su declaración le transmitió un sentimiento de incredulidad. El tono de su voz le indicaba que su hermano estaba conteniendo una emoción profunda.
— ¿Dónde está Erica? —barbotó sin pensar.
—En Atenas. Anoche rompimos nuestro compromiso. No te preocupes por la adopción. Sigue adelante como habíamos planeado.
Cuando Caro recuperó la voz, susurró:
— ¿Cómo?
—Hoy le he pedido a Paula que se casara conmigo, y ella me hizo el gran honor de aceptar. Por temor a creer algo tan fantástico, fijó su atención en Paula.
—Por favor, dime que no es una broma.
—Es cierto —la tranquilizó Paula. Dejó uno de los paquetes en el suelo y extendió su mano izquierda para que Caro lo viera. Un diamante brillaba en su dedo anular.
— ¿De verdad vas a casarte con Pepe?
— Sí — aquellos ojos azules insondables nunca mentían. No estaban mintiendo en aquellos momentos.
—Nos enamoramos en el barco y decidimos que teníamos que hacer algo al respecto.
La declaración simple de Pedro sonaba genuina. Desde el principio, Caro había cuestionado sus motivos para invitar a Paula a viajar en el Neptuno con Erica y con él. Al pensarlo, comprendió que no era propio de Paula aceptar su invitación ni de Pedro extenderla. Su amiga siempre había sido muy independiente. La visita a Chamonix había sido consecuencia de la insistencia de Caro... y así había terminado. Cuando Paula y Pedro se conocieron en la oficina de su hermano, debió de ser amor a primera vista para los dos.
—Ya hemos firmado los papeles con Costas —explicó Pedro—. Todo es oficial. Nos casaremos dentro de tres días. Cuando pronunciemos nuestros votos, Ariel será tuyo.
—Le hemos comprado un traje para la ceremonia, ¡Mira!
La excitación de Paula era contagiosa. Caro observó casi con anticipación febril cómo su amiga dejaba los paquetes en el suelo y abría una de las cajas. De ella sacó un pequeño esmoquin.
—Oh, Pau. Caro dejó la bandeja con las bebidas y medio riendo, medio llorando, abrazó a su futura cuñada. — Soy tan felíz que voy a explotar.
—Yo me siento igual.
Caro la escuchó con su corazón lo mismo que con sus oídos. La respuesta sentida de Paula no podía ser fingida. Realmente estaban enamorados. Lo percibía. Iban a casarse. Paula sería la esposa de Pedro.
—Esperen aquí. Tengo que decirle a Ariel que vas a ser su tía, ¡Se volverá loco de alegría! Y Fede se quedará mudo por una vez en su vida.
— ¿Fede? —la mención de su hermano provocó una mirada extraña en el rostro de Pedro. Como Caro, tenía sus razones para estar molesto con él, ya que se había aliado con Erica en el asunto de la adopción de Ariel.
—Sí —Caro volvió a tomar la bandeja—. Con la emoción olvidé decirles que llegó hace un rato. Está arriba jugando a las damas con Ariel. Iré a buscarlos y les diré que bajen.
—No te molestes, vamos a subir. Paula tiene que instalarse en su habitación.
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