domingo, 23 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 54

— ¡Estamos en mi cuarto, Fede! —llamó Caro a su hermano.

— ¿Quién  es?  —preguntó.

Su  entrada  siempre  causaba  impacto.  Para  hacerle  justicia,  era  irresistiblemente  atractivo,  y siempre  vestía  de  forma  impecable.  Aquella  noche  llevaba un jersey de seda verde y pantalones negros. El color realzaba su bronceado y su  pelo  largo  y  negro  le  confería  una  cualidad extravagante  que  sus  admiradoras  adoraban. El  defecto  en  su  naturaleza  que  lo  volvía  difícil  e inseguros  no  se  apreciaba  a  primera  vista, ni siquiera a la segunda. Pero como Caro había aprendido a lo largo de los años, existía  y  podía  hacer  daño.  Quería  amarlo  tanto  como  a  Pedro, pero  por  desgracia,  su  personalidad mantenía a todos a distancia, sobre todo a aquéllos a los que más quería. Ari bajó de la cama y lo miró con admiración.

— ¿Fede? —Caro se puso en pie—. Éste es mi orgullo y mi alegría. Te presento a mi hijo, Ariel —le puso una mano en la espalda—. ¿Ariel? Saluda a tu tío.

—Hola, tío Fede —dijo la voz animada del niño—. He visto un montón de fotografías tuyas. Ganaste una medalla de plata, ¿Eh?

Aunque su hijo no lo supiera, el halago era una de las llaves del complicado corazón de su  hermano.  El  rostro  de  Fede se  quebró  con  la  sonrisa  seductora  por  la  que  era  famoso.

—Ya lo creo que la gané.

— ¿Puedo verla?

—La dejé en casa.

— ¿No vives aquí?

Fede lanzó a Caro una mirada que decía que le sorprendía la pregunta de su hijo.

—No. Vivo en Suiza. ¿Por qué?

—Porque puedo esquiar nada más salir de casa.

 Los ojos de Ariel se iluminaron.

— ¿Me enseñarás a esquiar?

Aquella pregunta tan halagadora tomó a su hermano por sorpresa.

—Aquí no hay nieve.

—Mamá dice que podremos ir a tu casa. Si nos dejas —añadió en voz baja.

El encanto de  Ariel  estaba  surtiendo  efecto,  incluso  con  Fede,  que  había  estado  dispuesto  a mandarlo  de  vuelta  a  Nueva  York  sin  ni  siquiera  conocerlo.  Por  una  vez,  su  hermano  se había quedado sin palabras.

—Estoy  seguro  de  que  Fede encontrará  el  momento  para  darte  algunas  lecciones  de  esquí,  ¿Eh,  Fede?  —dijo  Caro,  imitando  conscientemente  a  su  hijo.  Pudo  ver  que  su  hermano estaba absorto en sus pensamientos. Finalmente, asintió:

—Por supuesto.

— ¡Genial! ¿Juegas a las damas?

Fede se metió las manos en los bolsillos.

—Hace mucho tiempo que no juego.

— ¿Quieres jugar conmigo? Puedes elegir el color.

Caro  desvió  la  mirada,  esperando  la  respuesta.  Sentía  curiosidad  por  saber  si  su  hermano se había vuelto demasiado egoísta o insensible por su propio sentimiento de mala  educación  y  sus  conversaciones  con  Erica,  para  aceptar  el  gesto  inocente  de  amistad de un niño. No cualquier niño, claro. Ariel llevaba su sangre.

—Me gustan las negras.

Caro exhaló el aliento que había contenido de forma inconsciente.

—A mí también, pero jugaré con las rojas. ¿Mamá? —Ariel se volvió hacia ella—. ¿Puedo jugar con el tío Fede?

—Creo que es una idea magnífica. Yo iré abajo y traeré algo de beber. Fede,  ¿Quieres una cerveza?

—Si hay alguna.

—Claro,  de  tu  marca  favorita.  Esta  también  es  tu  casa.  Siempre  me  aseguro  de  que haya alguna para tó.  Volvió a mirarla a los ojos. Una vez más, su mirada era una mezcla de culpabilidad y sorpresa. Caro sospechaba que se debía a lo cruel que había sido con ella a principios de semana.

—Gracias. ¿Dónde está todo el mundo? —preguntó cuando Ariel no lo oía.

—Te lo diré en cuanto vuelva.

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