miércoles, 12 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 23

Hacía falta un hombre de gran integridad e inteligencia como Pedro para reconocer la fragilidad de Carolina y comprender sus necesidades más profundas. Conocer a Pedro la había ayudado a comprender a Fede mucho mejor. El Federico de hacía seis años estaba a  leguas  de  su  hermano,  de lo  contrario  no  habría  destruido  su  amistad  con Caro cuando su hermana se hallaba tan frágil. Paula nunca había envidiado a nadie, pero en aquellos momentos sintió envidia por la prometida de Pedro. Hasta  aquel  momento,  no  había  hablado  de  Erica.  Tal  vez  fuera  el  momento  de mencionarla. Así no se sentiría tentada de olvidar su existencia.

— ¿Tu  prometida  se  puso  enferma  en  el  último  minuto?  ¿Es  por  eso  por  lo  que  no pudo venir? La respuesta pareció tardar siglos.

—Este  es  el  primer  viaje  que  hace  Ari  conmigo.  En  el  último  momento,  Erica decidió  que ella y yo debíamos disponer de este tiempo para nosotros solos.

Paula bajó la cabeza.

—Teniendo en cuenta lo mucho que Ariel te adora, no creo que el niño se dé cuenta del sacrificio que ella hace. ¿Tu prometida lo quiere tanto como tú?

Hubo otra pausa significativa en la conversación antes de que le oyera decir:

— Erica todavía no conoce a mi sobrino.

— ¿No? —Exclamó antes de comprender su error—. Perdona, no es asunto mío.

—No te disculpes. Te metí en él al invitarte a viajar con nosotros. No podías saber que hasta  hace unos  días  no  le  había  hablado  a  Erica  de  Ari.  Le  está  costando  un  poco  acostumbrarse al hecho de que él es y siempre será una parte importante en mi vida.

Era  evidente  que  estaba  pasando  algo  que  Paula no  acertaba  a  comprender.  Percibía  que  había cosas  que  Pedro no  le  había  dicho.  Cosas  personales.  Descubrió  que  quería  saberlo todo sobre él y se dió cuenta de que se estaba apegando demasiado. Apretó los brazos de su silla.

—Si me disculpas, creo que será mejor que me acueste ya.

-Permíteme que te acompañe a tu camarote.

— ¡No! —se puso en pie rápidamente—. Gracias —con cierta dificultad se dirigió hasta la  puerta que  daba  al  pasillo.  Un  océano  agitado  bullía  en  el  exterior—.  Puedo  ir  yo  sola.


—Buenas  tardes,  señora,  soy  el  coronel  Dodd.  He  venido  en  avión  desde  Nevada.  El  doctor Humberto  Rich  me  dio  su  número  de  teléfono,  pero  no  conseguí  hablar  con  una operadora así que decidí venir en coche hasta aquí. Es una mansión magnífica.

— ¿Qué desea?

—Bueno, estoy intentando localizar a la hija de mi mejor amigo, el coronel Chaves. Se llama Paula Chaves. El doctor Rich, de la clínica Whitestone, me dijo que vive aquí. La mujer movió la cabeza.

—No hay nadie aquí con ese nombre.

—Es  más  bien  bajita,  un  poco  rechoncha,  con  pelo  largo  de  color  rojo  que  suele  llevar  en una coleta. ¿Le suena?

—No —la mujer empezó a cerrar la puerta. Dodd sacó su cartera y le tendió un billete de cien dólares.

—Quizá esto la ayude a recobrar la memoria.

—Guarde su dinero.

—Escuche, señora. Lo único que intento...

—Sé perfectamente lo que intenta hacer. No puedo ayudarlo.

Cerró  la  pesada  puerta  de  madera  maciza  en  sus  narices.  El  hombre  caminó  hasta  la  esquina antes de hacer una llamada con su teléfono móvil. Cuando T.J. contestó, dijo:

—Trae la furgoneta. Creo que vamos a tener que acampar un tiempo. No te olvides de los  prismáticos  nocturnos,  y  de  paso,  trae  un  par  de  platos  de  comida  china.  Ah,  y  varias latas de cerveza.


Carolina entró en el salón y besó a Erica en las dos mejillas.

—Me  sorprendió  cuando  María  me  dijo  que  estabas  aquí.  Parece  que  hubieras  estado  llorando. Algo va mal.

—Tu  hermano y yo hemos discutido.

Carolina ya se había dado cuenta. Normalmente, el maquillaje de Erica siempre era perfecto, pero aquel día tenía los ojos rojos e hinchados y el moño con el que se había recogido su pelo largo y liso evidenciaba los treinta años que tenía.

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