viernes, 21 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 45

—Melina me ha dicho que querías verme.

—Sí.  Siento  haber  interrumpido  tu  conversación  con  Erica,  pero  esto  es  demasiado  importante. Se trata de Ariel.

—Habla —le pidió, acercándose a ella.

Durante  los  siguientes  minutos,  escuchó  el  relato  de  su  diálogo  con  Ariel.  Cada  revelación intensificaba su dolor.

—Cielos, no tenía ni idea de que nos hubiese oído.

—Esto  no  es  asunto  mío,  pero  como  se  confió  a  mí,  pensé  que  querrías  aliviar  su  sufrimiento. Eres el único que puede hacerlo.

Pedro la miró fijamente a los ojos.

—Gracias por ser sincera conmigo y contármelo enseguida. Estoy en deuda contigo.

—Entonces estamos en paz.

Su sonrisa radiante lo cautivó. Tuvo que reprimir sus emociones, que eran demasiado profundas, demasiado intensas como para quedarse más tiempo a solas con ella.

—Espero que no te importe que le dijera a Ariel que podía quedarse en mi habitación y cenar conmigo y con su madre.

Teniendo  en  cuenta  los  sentimientos  de  Erica  hacia  Ariel,  resultaba  providencial.  En  otras circunstancias, a Pedro le habría encantado sumarse a la reunión.

—Estoy seguro de que estará encantado con la idea. Dile que después subiré a darle las buenas noches.

Paula asintió y salió a paso rápido de la biblioteca. Cuando se quedó solo, Pedro asió la repisa de la chimenea con las dos manos y se quedó mirando las llamas.  La situación con Ariel estaba en un momento crítico, lo mismo que su relación con Erica. Y aquella noche estaba viendo las cosas claras por primera vez. Tenía que agradecer a Paula que  hubiese  actuado  inconscientemente  como  un catalizador  para  aclarar  sus  pensamientos. Aunque  siempre  había  valorado  los  momentos  que pasaba  con  Erica,  su  relación  carecía de la base sólida necesaria para un matrimonio duradero. Las inseguridades de Erica  no  desaparecerían,  al  contrario,  crecerían  con  el  tiempo.  Nunca cambiaría,  y  él  tampoco. Por el bien de los dos, debía dejarla marchar. Cuando terminaran de cenar la llevaría en el yate de vuelta a Pireo. Cuando la dejara a la puerta de su casa, sabría que todo habría terminado.  En cuanto diera su adiós final a Erica en Atenas, se reuniría con Costas y averiguaría lo que el abogado tenía que decirle. Pedro extendió  la  mano  sobre  la  repisa.  Después  de  tomarse tantas  molestias,  se  negaba a aceptar que la ley de los dos países podía separar a madre y a hijo. Tenía que haber una solución. La encontraría.


— ¿Sabes qué? Creo que mi pequeño está cansado después de un día tan largo. Vamos a la habitación de mamá. Tengo una sorpresa para tí.

— ¿Sí? ¿Qué es?

—Lo sabrás enseguida.

Ariel se volvió hacia Paula.

-¿Quieres venir a verlo?

—Me  encantaría,  pero  antes  debo  hacer  una  importante  llamada  de  teléfono.  ¿Me  lo  enseñarás mañana por la mañana?

El niño asintió.

—Buenas noches, Paula.

—Buenas noches, Ariel. Dulces sueños.

Una  vez  sola,  Paula decidió  intentar  localizar  a  Carlos.  Su  número  estaba  en  la  agenda  que había dejado sobre la mesa. Descolgó, pulsó las teclas y esperó.

— ¿Es usted la señora Gordon?

— Sí.

—Soy  Paula Chaves,  llamo  desde  Grecia.  Sé  que  es  tarde,  pero  soy  una  de  las  antiguas clientes de su marido, del Instituto Miguel Ángel. Me gustaría hablar con él, si es  posible.  Probé  a  llamarlo  antes  al  instituto,  pero  no  hubo  respuesta.  ¿Está  en  casa,  por casualidad?

—Sí. Un momento. Gracias a Dios, estaba allí. Esperó con impaciencia a que se pusiera al teléfono.

— ¿Paula?

— ¡Carlos! Cómo me alegro de oír tu voz.

—Lo mismo te digo. Me has tenido en suspenso.

—Te  he  estado  llamando  a  la  oficina.  ¿Cómo  es  que  no  estabas?  ¿Te  han  cambiado  el  horario?

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