Paula creyó morir. Aunque Pedro le había asegurado que sus hombres de seguridad estaban en sus puestos, Marcos Dodd había conseguido secuestrar a Ariel.
— ¿Sabe Pepe algo de esto?
—La policía dijo que se pondrían en contacto con él.
— ¡Tenemos que encontrar a Ariel! No lo superaría si le ocurriera algo a mi pequeño. Ari... Ari... —Caro empezó a perder el equilibrio.
—Por supuesto que lo encontraremos. Vamos, Caro—Fede le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa.
Incapaz de moverse, Paula enterró el rostro entre sus manos, convulsionada por el miedo y el horror. «Esto es culpa mía. Si a Ariel le pasa algo por mi culpa, no podré seguir viviendo. Por favor, Señor. No dejes que Marcos haga daño a Ari. Si tiene que morir alguien, que sea yo». Aquel pensamiento le dió una idea que pareció arrancarla de la parálisis que se había apoderado de ella. Corrió al interior de la casa y subió las escaleras hasta su habitación. Después de cerrar la puerta con llave, corrió al teléfono y descolgó. Eran las tres de la madrugada en la base militar de Red Crater, pero no importaba. Era cuestión de vida o muerte. Tecleó el número y esperó. Una voz somnolienta contestó al cuarto timbrazo.
— ¿Sí? ¿Quién es?
—Hola, ¿Ruth?
— ¿Sí? —fue la respuesta vacilante.
—Soy Paula.
— ¡Paula! Después de todo este tiempo. Cielo, ¿Dónde has estado? Te hemos buscado por todas partes. Marco incluso fue a Pennsylvania con la esperanza de encontrarte. ¿Estás bien?
Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Paula. Ruth Dodd era una buena mujer, su emoción era genuina. No tenía ni idea de con quién se había casado.
—Me alegro de oírte, Ruth. Hice mal al desaparecer de esa manera. Oye, me encantaría ponerme al día de todo lo ocurrido, pero necesito hablar con Marcos. ¿Puedes decirle que se ponga?
—Cielo, lo siento. Está en el Medio Oeste realizando una misión para el general Bennan. ¡De modo que era el general Berman el que dirigía toda la operación!
— ¿Tienes algún número de teléfono en el que pueda localizarlo? —se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Es una emergencia.
— No tengo un número directo para hablar con él. Pero puedo llamar a alguien que le dará el mensaje y Marcos se pondrá en contacto contigo. ¡Se alegrará tanto de oír tu voz! Tu padre nos pidió que cuidáramos de tí, ¿Sabes? Dame tu número.
Paula tuvo que pensar deprisa.
—Espera un momento, Ruth —saltó de la cama y tomó su bolso. Todavía tenía el número de teléfono de la taberna donde había reservado habitación dos días antes—. ¿Ruth? Toma nota —le leyó el número—. Si Marcos recibe mi mensaje enseguida, dile que llame a este número dentro de veinte minutos. Si no puede llamarme hasta más tarde, el dueño del hotel recogerá el mensaje y me lo hará saber.
—Probaré en cuanto cuelgue. ¿Dónde estás, cielo?
—En Grecia.
—Grecia. Oh, Paula, me alegro tanto de que hayas llamado. No vuelvas a hacernos esto. Por favor, llámame pronto.
—Lo haré —Paula se mordió el labio con fuerza—. Gracias, Ruth.
Sin perder un segundo, Paula corrió al armario y abrió su maleta. En el fondo estaba el sobre con los negativos de su padre. «Lo siento, papá, pero no puedo seguir conservándolos». Tomó el sobre y su bolso, se puso unas zapatillas y bajó corriendo por la escalera de atrás hasta la cocina. Juan estaba tratando de consolar a su esposa, que no hacía más que llorar. En cuanto vió a Paula, Melina gritó:
— ¡El pequeño ha desaparecido! Aiyee
—Lo sé. Voy a intentar encontrarlo. Si alguien pregunta dónde estoy, diles que volveré enseguida.
— ¡Pero al señor Alfonso no le gustará que salga sola!
—Tengo que hacerlo, Melina.
Juan corrió detrás de ella.
—Yo la llevaré en coche a donde tenga que ir, despinis. No había tiempo para discutir.
—Está bien, gracias.
Paula subió al coche de la familia y enseguida salieron de la propiedad.
Muy buenos capítulos! Que mal. Ojalá se termine esa persecución que lleva Paula!
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