Pedro se esforzó por mantener las manos firmes en el volante. Aquella noche había tenido su bautismo de fuego. ¡Menudo beso! Se sentía como si los dos hubiesen inventado aquel acto íntimo. Si paula podía reaccionar así en su primer encuentro, no sabía cómo iba a poder esperar a que fuese su esposa. Gracias a Dios sólo tendría que pasar dos noches más solo. Si el beso hubiese durado un segundo más, no habría sido capaz de controlarse. Paula creía que se divorciarían unos meses después. Sólo le permitiría pensar así hasta que hubiesen pronunciado sus votos. En cuanto le hubiese arrancado de sus labios la confesión de que estaba tan enamorada de él como él de ella, todo cambiaría. Lo amaba. Incluso antes de aquella noche, lo había intuido. Su beso había dicho todo lo que todavía no podían decirse por muchas razones. Pero pronto llegaría el momento en el que no se guardarían nada. Ni palabras ni amor. Quería llevarla de luna de miel, pero hasta que los hombres que intentaban hacerle daño no fuesen detenidos, necesitaba estar en la casa para proteger a todos sus seres queridos.
—Confiaba en poder reunir a la familia para planear los detalles de la boda, pero se ha hecho tarde —el párroco se había demorado por una emergencia en la ciudad y ya casi eran las diez.
—Estoy de acuerdo. Ariel ya estará dormido y seguro que Caro también. Ahora que tiene a su hijo, su vida ya no es sólo para ella.
Pedro la miró de soslayo.
— ¿Tienes hambre, o sed? No muy lejos de aquí hay una taberna con música en vivo. Podríamos parar allí un rato antes de volver a casa. Necesitaba abrazarla otra vez. El beso no sólo lo había dejado insatisfecho, sino que su ansia se había intensificado. Al mirarla, vio que había entrelazado las manos nerviosamente en el regazo. Normalmente estaba más serena. Pedro tuvo que reprimir un gemido de satisfacción. Se estaba debatiendo entre decir sí o no.
—Creo que estoy un poco cansada.
Pedro se fijó en cómo sus senos ascendían con agitación.
«Estás mintiendo, Pau. Te sientes tan viva como yo». Pau debió de percibir su incredulidad, porque dijo:
—Bueno, para serte sincera, en realidad estaba pensando en Fede.
La mención de su hermano hizo que Pedro sintiera una punzada de celos sin precedentes. «Después de tanto tiempo, ¿todavía sientes algo por él?»
— ¿En Fede?
—Como raras veces está en casa, pensé que tal vez disfrutaría de tu compañía, sobre todo si Caro y Ariel ya están acostados. A no ser, claro, que esté con una mujer.
Detectó un temblor curioso en su voz. Tal vez se había dado cuenta de que había demostrado demasiada ansiedad. Pedro apretó con fuerza el volante.
—No lo creo. Hasta ahora, no ha demostrado su debilidad por las mujeres griegas.
Paula se apartó un mechón de pelo de la cara, permitiéndole ver mejor su perfil juvenil.
— Seguramente será porque no ha conocido a ninguna que esté a la altura de vuestra madre.
—Eres muy perspicaz —murmuró, sintiéndose cada vez más desencantado con la dirección que tomaba la conversación—. En cuanto a que me esté esperando, habrá que verlo — sería la primera vez—. Pero como siempre, tienes razón. Ha venido en avión desde Suiza, así que lo menos que puedo hacer es estar allí.
Oyó cómo Paula contenía el aliento.
—Pepe, si te he ofendido de alguna forma, perdóname. Me encantaría ir a ese bar contigo, pero tengo la sensación de que desde que te conté lo que me pasó en Suiza con Fede, su relación se ha resentido. Lo último que desearía es provocar una ruptura en tu familia.
—No lo has hecho. Siento haberte dado esa impresión. «Señor, espero que se trate sólo de eso, Pau». Pero durante el resto del trayecto a la villa, no pudo dejar de recordar cierta conversación con Erica.
— ¿No puedes ver que el patito feo se ha convertido en un hermoso cisne? Si yo fuera Paula y hubiese oído decir a Fede esas cosas horribles sobre mí, volvería a verlo aunque sólo fuera para vengarme.
—Paula no es así.
—Todas las mujeres lo son...
Los neumáticos derraparon cuando atravesó la verja de la propiedad. Todo parecía tranquilo mientras paraba el coche a la entrada y ayudaba a Paula a bajar.
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