lunes, 31 de octubre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 4

—No me diga lo que tengo que hacer. No me gusta —dijo él suavemente.

Paula sintió que le faltaba el aire y que su corazón daba un pequeño vuelco. Desde el primer momento le había parecido peligroso. Y no se había equivocado. Pero algo en su interior la hacía no echarse atrás, a pesar de lo intimidante que era aquel hombre.

—¡Qué interesante! A mí también me disgusta que me den órdenes. Es algo más que tenemos en común —dijo ella.

—Desgraciadamente vamos a tener muchas más cosas en común. No creo que le guste ser mi hermanastra, de igual modo que a mí no me atrae ser su hermanastro. Navidad y Día de Acción de Gracias en la misma casa… Los cumpleaños de la familia. Y así, otras muchas cosas —él sonrió burlonamente y añadió—: Usted y yo estaremos atados el uno al otro después de esta boda, una razón más por la que debió perder el avión.

—Mi trabajo… Soy abogada especializada en derechos de minas, requiere que pase grandes temporadas fuera del país. Usted podrá estar disponible para todos los cumpleaños. Yo no.

Pedro se acercó y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Al sentir su contacto, Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no demostrar su reacción.

—Y hablando de fotos de boda, espero que piense hacer algo con su pelo en los próximos cuarenta minutos. Pero no nos haga esperar, ¿Quiere, señorita Chaves? Ese es un privilegio de la novia.

Pedro atravesó la alfombra de la habitación, y cerró la puerta suavemente. Paula dejó las fundas de plástico en la cama y respiró profundamente. La habitación parecía más grande sin él. Más grande y más vacía. Entonces se oyó un golpe en la puerta y ella saltó como si le hubieran apretado un gatillo en la sien.

—¿Sí? —preguntó.

—Querida, ¿Eres tú?

—Entra, madre —dijo Paula.

—Pedro me ha dicho que habías llegado. Estaba tan preocupada, pensé que no podrías llegar a tiempo, y realmente necesito tu apoyo… Pedro me mira con desprecio, realmente me aterroriza. No sé cómo puede ser hijo de Horacio… ¡Querida, ni siquiera te has vestido!

—Porque acabo de llegar —dijo Paula, y le dio un beso en la mejilla. La miró de arriba abajo y agregó sinceramente—: Estás estupenda.

—No quería vestirme de blanco, no me parecía adecuado. ¿De verdad estoy bien? —preguntó Alejandra ansiosamente. Se alisó la falda de su vestido de seda color marfil.

Por una vez Alejandra había evitado los lazos y adornos de costumbre. El vestido era elegante y el peinado igualmente discreto. Hacía cinco meses que Paula no la veía, y por aquel entonces Horacio solo era un nombre que Alejandra pronunciaba en las conversaciones más de lo necesario. Paula se preguntó sí Horacio habría producido más cambios en su madre y exclamó:

—¡Qué bonito vestido! Muéstrame el anillo.

Con una timidez que a Paula le pareció fuera de lugar teniendo en cuenta que era el quinto matrimonio de su madre, Alejandra extendió la mano. El diamante brilló en su engarce. A Paula nunca le habían gustado los diamantes; no le parecían más que piedras mercenarias con un frío brillo.

—Espero que seas muy felíz —dijo Paula.

Alejandra miró su reloj preocupada.

—La ceremonia empieza dentro de treinta minutos.

—Entonces será mejor que te marches y que me prepare —dijo Paula sonriendo—. Siento llegar tarde. Sabes que originalmente pensaba estar aquí para la cena del ensayo de la ceremonia, pero hubo una demora tras otra desde que salí de Yemen.

—Tuve que sentarme entre Horacio y Pedro —Alejandra se estremeció de nervios—. ¿Sabes lo que hizo hace tres días? Me refiero a Pedro. Intentó darme dinero para que me fuera.

—¿Qué?

—Me ofreció un montón de dinero para anular la boda. Y ni siquiera puedo decírselo a Horacio. Pedro es su único hijo, después de todo.

—¿Cómo se ha atrevido a hacer eso?

—Él se atreve a cualquier cosa. Es el director general de Alfonso Incorporated. Millones de dólares, querida. Millones. No los ha hecho andando con tiento.

Paula se quedó con la boca abierta.

—¿Pedro Alfonso es quien lleva Alfonso Incorporated?

—No solo la dirige. Es el dueño de la empresa. Ha hecho una fortuna. Es cincuenta veces más rico que Horacio.

Alfonso  Incorporated tenía un grupo de empresas por todo el mundo, en algunas de las cuales Paula había estado, una flota de cruceros, varios centros comerciales una empresa de ordenadores de gran éxito.

—¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó Paula.

—¿A tan larga distancia? ¿Cuando estabas en Borneo y Papua Nueva Guinea y todos esos lugares a los que estás yendo siempre? Tengo mejores cosas de qué hablar que de Pedro Alfonso.

Paula se sentó en la cama y dijo con una risa:

—¿Adivina una cosa? Le he preguntado si trabajaba en los establos de su padre.

—¡No puedo creerlo, cariño!

—Y también le he preguntado si había sido modelo alguna vez.

Alejandra gruñó.

—¡Oh, no! ¿Cómo pudiste…?

—Muy fácil. Él es el hombre más rudo y arrogante que conozco. Y he conocido a unos cuantos.

Alejandra se estremeció brevemente.

—No lo enfurezcas. Puede ser un enemigo terrible, Paula —su madre solo la llamaba Paula cuando quería hablar de algo muy serio.

—No temo a Pedro—dijo Paula, no muy convencida interiormente—. Pero me da miedo llegar media hora tarde a esa encantadora pérgola que he visto puesta en el jardín. Vete, madre. Tengo que arreglarme.

Alejandra le dió un rápido y fervoroso abrazo.

—¡Me siento tan feliz de que estés aquí! —dijo. Y se marchó.

Paula abrió la maleta deseando poder decir lo mismo. Sacó uno de los vestidos y se dirigió a la ducha.

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