El comentario inocente de Ariel sacó a Fede de su largo silencio.
— ¿Ariel? Será mejor que pares. Paula se está poniendo colorada. Nunca pudo ocultar su vergüenza.
—Pepe dice que es porque es pelirroja.
—Ya lo creo que lo es —murmuró Fede.
Por primera vez desde que lo conocía, Paula sintió que la mirada de Fede se paseaba por su rostro y por su figura de la forma que hubiese anhelado hacía seis años. La expresión en los ojos de un hombre era inequívoca cuando una mujer le parecía atractiva.
—Vamos, Ariel —dijo Caro—. Vamos a la habitación de Paula. Te enseñaré tu nuevo traje.
— ¿Desde cuándo conoces a mi hermano? —preguntó Fede en voz baja después de que Caro y Ari salieran por la puerta.
—Desde hace diez días, más o menos.
— ¿Y por qué me cuesta creerlo? Erica debe de estar al borde del suicidio.
Paula se estremeció.
—Espero que sea una broma.
—Si dices la verdad, ¿Qué poder tiene Pedro sobre tí para conseguir que una perfecta extraña se case con él? Sólo para asegurar que puede adoptar al hijo de Caro...
—Vives en la Suiza francesa, Federico. ¿Conoces la expresión coup de foudre? ¿Amor a primera vista?
Fede entornó los ojos.
—Reconozco que te has convertido en una mujer arrebatadora. Pedro tendría que estar ciego para no darse cuenta, pero sigues siendo la misma que en Chamonix. Fingías ser una joven inocente que vivía en un cuento de hadas, pero en realidad sabías lo que hacías al escoger a Caro como amiga.
—Y tanto —dijo Paula en tono desafiante—. Caro era, y es, la persona más dulce y amable que he conocido.
—Hermosas palabras —repuso Fede con condescendencia—. Y ahora has vuelto a su vida, como siempre habías querido —Fede se encogió de hombros con desprecio—. ¿Esperas sinceramente que me crea que fue una mera coincidencia que llegaras en el momento exacto en el que Pedro necesitaba a alguien para sus planes? Lo siento, pero es demasiada coincidencia. Y tampoco me trago lo de amor a primera vista.
— ¿Por qué te molesta tanto? ¿Tal vez te preocupa que después de las incontables mujeres que has conocido, nunca te hayas enamorado? Así que no puedes creer que eso pueda ocurrirle a otra persona, y menos a tu hermano.
Su expresión se volvió borrascosa.
— ¡No intentes psicoanalizarme!
—Entonces no camines por ahí con ese peso sobre tus hombros. Tienes el potencial de ser un hombre maravilloso, ¿Sabes? No quiero parecer condescendiente. Pero hasta que no te tomes en serio a tí mismo, no vas a tomarte en serio ninguna de tus relaciones.
— ¿Qué diablos quieres decir?
—Pensaba que a estas alturas serías tu propio empresario, en lugar de trabajar para una compañía como Brousillac. Te imaginaba creando tus propias escuelas de esquí por Europa y Estados Unidos. Eres uno de los mejores esquiadores del mundo y tienes una medalla olímpica que lo prueba. Te juro que no entiendo por qué no has aprovechado tu talento. Podrías hacer con él mil cosas diferentes y siempre sería más satisfactorio que vender el equipo de otro. Tú, Federico Alfonso, tienes algo que millones de hombres darían cualquier cosa por poseer... y ni siquiera lo sabes.
—Tiene razón.
Paula se volvió y vió a Pedro de pie en el umbral con las manos en las caderas. Había estado tan absorta en la conversación con Federico que no se había dado cuenta de que tenían público. Los dos hermanos se saludaron con una inclinación de cabeza.
—Me alegro de verte, Fede. Siento interrumpir, pero Pau y yo tenemos una cita. No tardaremos. Cuando volvamos, sería grato reunir a la familia y hablar de la boda.
— ¿Por qué tanta prisa, Pedro? Pensaba que querías casarte en Navidades. Ni siquiera han pasado veinticuatro horas desde que rompiste tu compromiso con Eleni. Los ojos de Stasio tenían un brillo enigmático.
— ¿No has oído nunca la expresión «el amor no espera a ningún hombre»? Pau y yo queremos casarnos ya. Quiero que sea mi esposa lo antes posible.
«Ojalá fuera cierto», se dijo Paula.
—No sabía que fueras tan romántico —el comentario burlón de Fede no ocultaba el hecho de que estaba perplejo y asombrado por el comportamiento de su hermano.
Paula no lo culpaba. Pedro estaba interpretando a la perfección el papel de un hombre enamorado.
—Fede... —su voz parecía extrañamente seria—. Cuando conozcas a la mujer de tu vida, recordarás esta conversación y la comprenderás —se volvió hacia Paula—. ¿Vamos, querida? El párroco nos espera.
Aquel apelativo inesperado brotó con tanta fluidez de labios de Pedro, que tomó a Paula por sorpresa. Antes de salir de la habitación, miró por casualidad a su hermano. Fede le lanzó una sonrisa secreta que le recordó al seductor de otra época. Casi podía oírlo decir: «No me engañas. Además, estabas enamorada de mí hace seis años. Puedo tenerte cuando quiera y los dos lo sabemos».
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