miércoles, 5 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 3

—Era  un  tanto  solitaria  y  me  costaba  trabar  amistad.  Madame,  la  directora,  me  prometió  una  habitación  para  mí  sola  el  último  año.  Claro  que  renegó  de  su  promesa  cuando  Carolina Alfonso,  una  joven  griega,  llegó  al  colegio.  Obviamente  era  alguien  importante, de lo contrario Madame no la habría aceptado cuando todas las plazas ya estaban  ocupadas.  Sólo  quedaba  una cama..,  en  mi  habitación.  Fue  un  milagro,  pero  Caro y yo congeniamos enseguida —Paula se encogió de hombros—. Sentimos como si nos hubiéramos conocido en otra vida, o algo así. Siempre fue muy amable conmigo, más  aún  cuando  le  hablé  de  la  muerte  de  mi  madre.  La  suya  había muerto  en  un accidente  de  barco  y  creo  que  ésa  era  la  razón  de  que  pareciese  siempre  tan triste.  Teníamos pérdidas en común, así que no tardamos en hacernos buenas amigas. Nunca había tenido una amiga íntima.

Paula se quedó mirando sus manos entrelazadas.

—La primera vez que Carolina me enseñó fotos de Federico, tuve un flechazo. Tenía docenas de  instantáneas  de  su  familia  en  la  cartera.  Cada  vez  que  Federico venía  al  colegio  durante  el  año,  para  llevarla  a  esquiar  o  de  viaje  los  fines  de  semana,  me  enamoraba  más de él. Pero a Madame no le gustaba que Carolina hiciera esas pequeñas excursiones. Le  advirtió  que  suspendería  si  faltaba  a  muchas  clases.  Pensé  que  Madame  era  demasiado  dura  con  ella,  así  que  siempre  me  ofrecía  a  hacer  Sus  deberes  mientras  estaba  fuera  con  Federico.  Él  me  sonreía  y  me  halagaba  por  ser  una  amiga  tan  leal.  Su  atención  hizo  que  le  entregara  por  completo  mi  corazón.  En  cuanto  a  Caro,  me  dijo  que  ninguna  amiga  suya  había  hecho  nunca  nada  tan  generoso  por  ella.  Me  prometió  llevarme  durante  las  vacaciones  de  Navidad  a  ver  cómo  Federico se  entrenaba  para  las  Olimpiadas. Sabía que estaba loca por su hermano.

— ¿Guardó su promesa?

—Ya  lo  creo.  Nos  alojamos  en  el  chalé  de  su  familia  en  Chamonix.  La  idea  de  estar  cerca  de  él  todo  el  tiempo  me  entusiasmaba.  Fue  lo  más  emocionante  que  me  había  pasado nunca. Aquellos diez días fueron el paraíso. No veía mucho a Federico durante el día  porque  estaba esquiando,  pero  cuando  regresaba  por  la  noche  al  chalé,  bromeaba  con  nosotras  y  nunca quería  irse  a  la  cama.  Escribí  en  mi  diario  que  era  el  hombre  al  que amaría toda la vida... Pero la última noche antes de nuestro regreso al internado, oí cómo hablaba con Caro mientras yo estaba en el baño. En aquel momento no creí que supiera que yo estaba allí. Después, me di cuenta de lo ingenua que había sido. Federico quiso que oyera todas sus palabras... para que dejara en paz a Caro.

— ¿Qué dijo?

Paula levantó la cabeza.

—«Ahora  que  vuelves  a  Suiza,  Caro,  tenemos  que  hablar.  ¿Cómo  es  que  de  todas  las  chicas del  colegio  te  has  traído  a  esa  norteamericana  mimada,  gorda,  bajita  y  rara?».  Esas fueron sus palabras exactas. Caro se enfadó con él. Me defendió y dijo que no era una  niña  mimada.  Le explicó  que  mi  padre  era  piloto  y  trabajaba  para  el  programa  espacial.  Recuerdo  que  casi gritó  que  yo  no  era  gorda  y  que  un  metro  sesenta  de  estatura ni era ser bajita, excepto para los hombres de su familia.

Paula recordaba el resto de aquella conversación casi palabra por palabra.

—Vamos, Caro —había dicho Federico—. Con ese pelo naranja, debería estar en el circo. No te va en absoluto.

—No tiene el pelo naranja, sino rojo. Estás siendo muy grosero.

—Y  tú  una  tonta.  Voy  a  decirte  algo,  hermanita.  Con  lo  bonita  que  eres,  si  dejas  que  siga  a  tu  lado,  los  chicos  van a mirarla y salir espantados.  Tú,  más  que  nadie,  no  puedes permitir que eso ocurra.

—Pero la quiero, Fede. ¿Cómo puedes ser tan cruel cuando sabes que es gracias a ella por  lo  que  no estoy  suspendiendo  en  el  colegio?  Paula es  una  amiga  de  verdad,  y  también ha perdido a su madre. Te odio por decir esas cosas tan horribles.

—Ódiame  todo  lo  que  quieras,  pero  cuando  vuelvas  al  colegio  será  mejor  que  te  deshagas  de  ella  antes  de  que  Pedro averigüe  que  te  has  estado  codeando  con  esa  basura militar yanqui.

— ¡Pepe lo comprendería!

— ¿Estás  segura?  Tiene  ojos  y  oídos  por  todas  partes,  Caro.  Sería  mejor  que  acabaras  ya tu relación con ella. De lo contrario, volverás a Nueva York o a Grecia y estarás bajo la  vigilancia  de  tu  hermano  mayor.  Después  de  lo  que  ocurrió  el  año  pasado,  sabes mejor que nadie lo que eso significa. Pedro te permitiría aún menos libertad que antes. ¿Por qué arriesgarte? Además, te estás convirtiendo en toda una belleza. Créeme, no te gustará que te relacionen con ese patito feo y gordo que finge ser algo que no es.

Paula había  dejado  de  llorar  al  recordar  aquel  sombrío  momento  hacía  años.  Sus  crueles comentarios ya no le producían dolor, pero era humana y nunca había olvidado sus palabras. Carraspeó y dijo:

—Me agradó que  Caro me defendiera, pero cuando volví al colegio, le dije a Madame que prefería compartir habitación con otra chica norteamericana. Quiso saber por qué, así que le conté lo que Federico había dicho. Madame me escuchó y luego reconoció que sería  mejor  no  hacer  nada  que enojara  a  la  familia  Alfonso,  así  que  trasladó  a  Caro al  segundo piso y me asignó a otra norteamericana como compañera de habitación. Ella nunca supo que el cambio había sido idea mía. Lentamente, busqué la amistad de otras chicas y me fui alejando de ella para ahorrarle el dolor de tener que dejarme.

— ¿No intentó luchar por conservar tu amistad?

—Sí,  incluso  más  de  lo  que  yo  habría  imaginado.  Ahora  pienso  que  lo  que  le  hice  le  dolió  más  que  lo  que  Federico me  había  hecho  a  mí.  Pero  en  aquel  momento,  pensé  que  no tenía elección.

— ¿Has tenido algún contacto con ella desde entonces?

—No. Cuando me fui de Suiza para estudiar en la universidad aquí en Filadelfia, le dije a la directora que no le diera a nadie mi dirección. Caro nunca supo cómo localizarme. Meses después de mi marcha, Madame me envió una carta que Caro me había escrito. La  rompí  sin  leerla  porque aquellos  recuerdos  me  dolían  demasiado.  No  he  vuelto  a  verla,  ni  a  ella  ni  a  Federico, excepto  en  los  periódicos  y  revistas,  y  por  supuesto  en  los  programas de celebridades de la televisión.

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