lunes, 31 de octubre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 2

Entonces, ¿por qué estaba babeando por aquel hombre que estaba en la entrada? «¡Cálmate!», se dijo. Estaba cansada y su imaginación se le había escapado. Pero de una cosa estaba segura, aquel hombre era Pedro Alfonso. Ya comprendía por qué su madre le tenía tanto respeto.

—¿Y quién es usted? —se oyó preguntar fríamente.

—Esperaba que no viniera. Así esta farsa de boda podría haberse postergado al menos —contestó él, sin responder a su pregunta.

—Una pena. Estoy aquí —dijo ella en un tono normal del que se sintió orgullosa Se guardó su opinión de que para ella también aquella boda precipitada era una farsa—. Imagino que usted es Pedro Alfonso, ¿Me equivoco?

Él asintió y no intentó darle la mano.

—Usted no es en absoluto como me imaginaba… Su madre nos había dicho siempre que era muy hermosa.

—¡Dios santo! Realmente no quiere que mi madre y yo formemos parte de su familia, ¿Verdad?

—Lo ha comprendido bien.

—Tan poco como yo quiero a su padre y a usted en la mía —dijo ella.

—Entonces… ¿Por qué no perdió el vuelo de Yemen, señorita Chaves? No creo que su madre hubiera celebrado la ceremonia si usted no estaba aquí. Podría haberla evitado. Al menos temporalmente.

—Desgraciadamente, no creo que mi papel en la vida sea cuidar a mi madre. Podría intentar hacer otra imprudente boda. Pero es mayor de edad para tener que pedir el consentimiento de alguien. Como lo es su padre.

—O sea que tiene zarpas. Muy interesante. No le quedan bien con esa ropa — miró su traje de lino y su blusa holgada.

—Señor Alfonso, me he pasado los últimos días negociando derechos de minería con algunos hombres poderosos que viven en un país con códigos culturales de ropa para las mujeres diferentes a los nuestros. El avión salió tarde de Yemen, perdí mi conexión en Hamburgo, el aeropuerto de Heathrow era una pesadilla de colas y medidas de seguridad, y para colmo de males había una huelga feroz del personal que se ocupaba de las maletas en Toronto. Sin mencionar el tráfico que salía de la ciudad. Estoy cansada y un poco descentrada… ¿Por qué no me dice dónde está mi habitación para que me pueda cambiar?

—¿Descentrada? —repitió él con una sonrisa en los labios que no se correspondía con la mirada—. Debería elegir sus palabras más cuidadosamente. «Descentrada» no es una palabra que la describa bien. La envuelve todo tipo de emociones. Algo típicamente femenino.

—Las generalizaciones son signo de una mente perezosa —le dijo Paula dulcemente—. Y las palabras que podrían describir más precisamente el modo enque me siento no son el tipo de palabras que vaya a usar con un extraño. Mi habitación, señor Alfonso.

—O sea que yo tenía razón… Hay más cosas debajo de ese aspecto de docilidad, además de una persona descentrada. Aunque no alcanzo a comprender por qué no quiere que su madre se case con un hombre muy rico. Habrá un montón de beneficios para usted.

Ella no quiso darle el gusto de perder el control y ponerse a gritarle, y contestó:

—Mi madre ha estado casada con hombres mucho más ricos que su padre… No tengo idea de por qué se ha conformado con menos esta vez —alzó una ceja y agregó—: Excepto que sea el padre mucho más encantador que su hijo, ¿No?

—Puedo ser encantador cuando quiero, y odio hablar con gente que lleva gafas de sol —Pedro se movió rápidamente, sin darle tiempo a echarse atrás, y le quitó las gafas.

Por un momento ella vió el desprecio en la cara de él, y luego algo más. Pero enseguida se borró aquella expresión. Hubiera sido lo que hubiera sido, aquella mirada había vuelto a poner a su corazón en guardia.

—Le mostraré su habitación —dijo él, tenso—. La habitación de su madre está al lado. Después de la boda, por supuesto, se pasará al ala de la casa de mi padre.

Con una inocente sonrisa, Paula dijo:

—O sea que le molesta que su padre tenga una vida sexual satisfactoria, ¿No es verdad, señor Alfonso? Tal vez le haga falta un buen psiquiatra.

—No me importa con quién se acuesta mi padre. Me importa con quién se casa.

—Control —dijo ella con una risa corta—. No me sorprende…

—Dejemos algo claro —dijo Pedro con una expresión de ira tan intensa en la voz que Paula tuvo que reprimirse la necesidad de dar un paso atrás—. Y puede decírselo a su madre. No le permitiré que desplume a mi padre cuando, como será inevitable, dado el récord de su madre, llegue el divorcio. ¿Le queda claro? ¿O tengo que repetirlo?

Ella no aguantó más.

—¿Sabe una cosa? He estado en cuarenta o cincuenta países diferentes en los últimos ocho años y en ninguno de ellos, ni en uno, he conocido a un hombre tan rudo e ignorante como usted. Se lleva el premio, señor Alfonso. ¡Enhorabuena!

Él sonrió de medio lado y dijo:

—No soy rudo, simplemente soy sincero. ¿No es algo que reconozca usted, señorita Paula  Chaves? Tal vez sea que no esté acostumbrada a ello.

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