Pedro cerró la puerta y oyó la voz tensa de Erica.
—Pepe, tenemos que hablar.
«¿Crees que no lo sé?» —Lo haremos —le dijo con firmeza—. Pero Ariel puede venir en cualquier momento, así que tendremos que esperar a esta noche, cuando se haya dormido. Por ahora, disfrutemos del día. Te prometo que cuando acabe, comprenderás por qué Caro y Ari deben estar juntos. «Y comprenderás por qué mis sentimientos hacia tí han cambiado».
En mitad de la reunión, el buscapersonas del general Berman emitió un pitido. Sólo un hombre conocía su número.
— Caballeros, llevamos un rato tratando este asunto. Creo que deberíamos parar a almorzar y reanudar la reunión a las catorce horas. Todo el mundo estuvo de acuerdo. Se produjo un sonido de hojas mientras los hombres desfilaban fuera de la habitación. Esperó a que se hubiesen ido y cerró la puerta con llave.
— ¿Marcos? —Rugió al teléfono móvil después de teclear el número—. ¿Cómo es que he tenido que esperar tanto tiempo para saber de tí? —sacó un palillo de un cajón y empezó a morderlo.
— ¿Alguna vez ha intentado encontrar a una persona que no quiere ser encontrada?
-¿Quieres decir que sospecha algo?
—Tal vez.
—Maldita sea, Marcos. No me aseguré de que te ascendieran a coronel por tus «tal vez».
—Me libré de su jefe. Eso debería valerme otro rango, al menos —el general gruñó—. ¿Cómo diablos iba a saber que desaparecería sin dejar rastro pocos meses después del funeral? Pero por fin he encontrado sus huellas.
— ¿Dónde está?
—En Filadelfia. Se está escondiendo en una especie de residencia lujosa para mujeres ricas, pero el edificio no tiene placa alguna. El cancerbero que me abrió la puerta no me dejó entrar ni contestó mis preguntas. Me he pasado una semana vigilando el lugar desde la furgoneta, pero no la he visto entrar ni salir.
—Me parece que has estado perdiendo el tiempo.
— Su médico me dió su número de teléfono. Mi fuente de información encontró la dirección a la que correspondía. Está ahí dentro.
— ¡Entonces hazla salir! —el palillo se partió en dos.
—Lo único que necesito es su autorización y está hecho.
—La tienes. Y... ¿Marcos?
— ¿Señor?
— No me importa lo que tengas que hacer.
— Entendido, general.
Después de las aguas tormentosas y oscuras del Atlántico, era puro placer para Paula contemplar el agua brillante del Egeo. Le costaba pensar que era invierno en el archipiélago; desde el helicóptero, no podía saberlo. El sol brillaba y el agua estaba en calma, centelleando a la luz. Pero los quince grados en Pireo la habían impulsado a ponerse una chaqueta.
—Nos acercamos a Andros, señorita Chaves. La isla de Pedro. Su corazón se aceleró.
— ¡Qué bonito! — exclamó cuando sobrevolaron una villa blanca exquisita construida sobre una loma. Hileras de pinos oscuros y de sicomoros rodeaban la amplia propiedad, aislando su piscina de azulejos y los jardines con terrazas.
El piloto sonrió.
—Todos los visitantes reaccionan igual cuando ven la casa del señor Alfonso por primera vez. Bienvenida a PalalopoliS, señorita Chaves.
De modo que aquél era el pueblo en el que Pedro había crecido. No era de extrañar que sus ojos se llenaran de luz cada vez que hablaba de su hogar. Enseguida aterrizaron en el helipuerto. El piloto apagó el motor.
—El señor Alfonso ha enviado un coche a recogerla. Juan, el chofer, la llevará a la villa. Permítame que la ayude con el equipaje.
— Efcharisto.
En cuanto bajaron y Juan había transferido sus bolsas al maletero, se volvió al piloto.
—Gracias otra vez por este vuelo tan emocionante. Le diré al señor Alfonso que he disfrutado mucho.
-Permítame que le diga que me pidió ansiosamente que no permitiera que le pasara nada.
Sus palabras la conmovieron.
— Se preocupa por todo el mundo.
—Eso es cierto —fue la respuesta sorprendentemente seria—. Kalimera, señorita.
Cuando subió de nuevo al helicóptero, Paula se volvió a Juan, que, según descubrió enseguida, hablaba muy poco inglés. Sería una buena oportunidad para practicar el griego.
— ¿Podría llevarme al hotel de la ciudad, por favor?
El hombre delgado y canoso que llevaba un grueso jersey se rascó la cabeza. Paula sabía que la comprendía, pero sin duda tenía órdenes de conducirla directamente a la villa.
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