-Reconozco que raras veces comete un error... pero en esta ocasión se ha equivocado. Por suerte, ni Erica ni yo estamos cegados de adoración.
—Escucha lo que dice tu hermano, Carolina— le suplicó Erica poniéndose en pie—. No se producirá ningún daño si nunca ves a tu hijo. Pedro siempre podrá enseñarte sus fotografías y contarte sus progresos. Puedes seguir amándolo en tu corazón y así no crecerá con traumas ni confusiones. Sus padres de acogida lo quieren, ¿Por qué no lo dejas en paz?
Caro se sintió como si la hubieran arrojado a un pozo de tortura. Sospechaba que Erica, llevada por su desesperación, le había pedido a Fede que la respaldara.
—Los dos han olvidado una cosa — empezó a decir Caro con voz apenas controlada—. Ariel conoce mi existencia. Sabe que lo habría criado yo si hubiera podido. Le han dicho que iría a buscarlo cuando pudiera.. Pedro dice que Ariel ha estado esperando el día en que pudiera ocuparme de él.
Fede movió la cabeza.
—Siempre volvemos a Pedro, ¿Verdad? Todavía no lo entiendes. La única razón por la que Pedro quiere a Ariel aquí contigo es para tener una autoridad permanente sobre el chico.
— ¿Qué? —incluso en boca de Fede, aquella acusación parecía absurda.
—Vamos, Caro. ¿No creerás que va a dejar que otro hombre sea un padre para Ariel, aunque volvieras a casarte? Con el amor que siente por tu hijo, tendrás suerte si algún hombre quiere casarse contigo, sabiendo que tendrá a Pedro encima.
Conmocionada, Caro volvió su mirada a Erica.
— ¿Tú también piensas así?
—Este asunto ya ha causado mucho daño — Erica defendió las palabras de Fede—. Lo que pienso es que Pedro está tan preocupado por tu hijo y tu felicidad que no se da cuenta de que os ha antepuesto a cualquier otra cosa en su vida.
«Quieres decir que a antepuesto a Ariel y mi felicidad a tí, Erica». Caro siempre había sabido que Fede tenía celos de Pedro, pero no se había dado cuenta de que los celos de Erica eran igual de destructivos. Sentía que debía de ser la única que mereciera el afecto de Pedro. Erica y Fede eran como dos perros que se habían unido para luchar por un hueso que ya estaba en su poder. Pedro tenía mucho amor que repartir, pero al parecer aquello no les bastaba. Querían más. Un psiquiatra sabría ponerle un nombre.
—Creo que ya hemos dicho bastante por hoy —susurró Caro.
Atravesada por el dolor, giró sobre sus talones y se dirigió al pasillo. Al llegar al umbral hizo una pausa para mirarlos—. Por si no se los había dicho, quiero darles las gracias por su amor y apoyo en estos momentos tan cruciales de mi vida. Su confianza en mí y en mi capacidad para hacer lo correcto es abrumadora.
— ¿Caro? —matices de pánico y súplica atenazaron la voz de Erica mientras Fede permanecía de pie con expresión conmocionada en su rostro.
—No te preocupes —dijo Caro en tono sarcástico—. No le diré ni una palabra de esta conversación a Pedro.
Había cosas que era mejor no revelar. Si Pedro supiera lo que acababa de pasar, el amor que sentía por Erica quedaría reducido a cenizas.
— Gracias.
—Necesitabas oír esto por tu propio bien —dijo Fede.
Una vez que había clavado la daga, su hermano podía hablar en tono conciliador y fingir que no pasaba nada. «Lo que necesito es alguien con quien hablar. Mi corazón quiere a Ariel, pero tengo que estar segura de que lo que yo quiero es lo mejor para mi hijo. Ojalá pudiera hablar con mamá. Siempre sabía qué hacer. Ojalá siguiera viva... Ojalá tuviera una amiga».
—Pepe, ¡Veo tierra!
—Déjame ver.
Ariel le pasó a Pedro los prismáticos.
—Tienes razón. Tienes muy buena vista. ¿Sabes qué significa eso?
—Que estamos pasando por el estrecho de Gibraltar y acercándonos más a Grecia. A partir de ahora, navegaremos en las aguas tranquilas del Mediterráneo, como los antiguos fenicios. Nadie volverá a marearse.
—Nosotros no nos hemos mareado, y Paula tampoco.
—Porque hemos nacido marineros.
— ¿Cómo es que Paula no ha subido a cubierta con nosotros?
«Yo también la echo de menos. Sólo cinco días en alta mar y ya no puedo imaginar mi vida sin ella». A aquel pensamiento le siguió otro aún más turbador. Paula lo había estado evitando durante gran parte del día a lo largo de todo el crucero.
—Creo que le está leyendo a la señora DeMaio, la mujer que se rompió la pierna durante la tormenta del otro día.
— ¿La que se cayó por las escaleras?
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