miércoles, 12 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 25

-Reconozco  que  raras  veces  comete  un  error...  pero  en  esta  ocasión  se  ha  equivocado.  Por suerte, ni Erica ni yo estamos cegados de adoración.

—Escucha lo que dice tu hermano, Carolina— le suplicó Erica poniéndose en pie—. No se producirá ningún  daño  si  nunca  ves  a  tu  hijo.  Pedro  siempre  podrá  enseñarte  sus  fotografías  y  contarte sus  progresos.  Puedes  seguir  amándolo  en  tu  corazón  y  así  no  crecerá  con  traumas  ni confusiones.  Sus  padres  de  acogida  lo  quieren,  ¿Por  qué  no  lo  dejas en paz?

Caro  se  sintió  como  si  la  hubieran  arrojado  a un  pozo  de  tortura.  Sospechaba  que  Erica, llevada por su desesperación, le había pedido a Fede que la respaldara.

—Los dos han olvidado una cosa   — empezó a  decir  Caro  con   voz   apenas   controlada—. Ariel conoce mi existencia. Sabe que lo habría criado yo si hubiera podido. Le  han  dicho  que  iría  a buscarlo  cuando  pudiera..  Pedro dice  que  Ariel  ha  estado  esperando el día en que pudiera ocuparme de él.

Fede movió la cabeza.

—Siempre volvemos a Pedro, ¿Verdad? Todavía no lo entiendes. La única razón por la que  Pedro  quiere  a  Ariel  aquí  contigo  es  para  tener  una  autoridad  permanente  sobre  el  chico.

— ¿Qué? —incluso en boca de Fede, aquella acusación parecía absurda.

—Vamos,  Caro. ¿No  creerás  que  va  a  dejar  que  otro  hombre  sea  un  padre  para  Ariel,  aunque volvieras a casarte? Con el amor que siente por tu hijo, tendrás suerte si algún hombre quiere casarse contigo, sabiendo que tendrá a Pedro encima.

 Conmocionada, Caro volvió su mirada a Erica.

— ¿Tú también piensas así?

—Este asunto ya ha causado mucho daño — Erica defendió las palabras de Fede—. Lo que pienso es que Pedro está tan preocupado por tu hijo y tu felicidad que no se da cuenta de que os ha antepuesto a cualquier otra cosa en su vida.

«Quieres decir que a antepuesto a Ariel y mi felicidad a tí, Erica». Caro siempre  había  sabido  que Fede tenía  celos  de  Pedro,  pero  no  se  había  dado  cuenta  de  que  los  celos  de  Erica  eran igual de  destructivos.  Sentía  que  debía  de  ser  la  única que mereciera el afecto de Pedro. Erica y Fede eran como dos perros que se habían unido para luchar por un hueso que ya estaba en su poder. Pedro tenía mucho amor que repartir, pero al parecer aquello no les bastaba. Querían más. Un psiquiatra sabría ponerle un nombre.

—Creo que ya hemos dicho bastante por hoy —susurró Caro.

Atravesada por el dolor, giró  sobre  sus  talones  y  se  dirigió  al  pasillo.  Al  llegar  al  umbral  hizo una  pausa  para  mirarlos—.  Por  si  no  se los había  dicho,  quiero  darles  las  gracias  por  su amor y apoyo  en  estos  momentos  tan  cruciales  de  mi  vida.  Su confianza  en  mí  y  en  mi  capacidad para hacer lo correcto es abrumadora.

— ¿Caro? —matices  de  pánico  y  súplica  atenazaron  la  voz  de  Erica  mientras  Fede permanecía de pie con expresión conmocionada en su rostro.

—No te preocupes —dijo Caro en tono sarcástico—. No le diré ni una palabra de esta conversación a Pedro.

Había cosas que era mejor no revelar. Si Pedro supiera lo que acababa de pasar, el amor que sentía por Erica quedaría reducido a cenizas.

— Gracias.

—Necesitabas  oír  esto  por  tu  propio  bien  —dijo  Fede.

Una  vez  que  había  clavado  la  daga, su hermano podía hablar en tono conciliador y fingir que no pasaba nada. «Lo que necesito es alguien con quien hablar. Mi corazón quiere a Ariel, pero tengo que estar segura de que lo que yo quiero es lo mejor para mi hijo. Ojalá pudiera hablar con mamá. Siempre sabía qué hacer. Ojalá siguiera viva... Ojalá tuviera una amiga».



—Pepe, ¡Veo tierra!

—Déjame ver.

Ariel le pasó a Pedro los prismáticos.

—Tienes razón. Tienes muy buena vista. ¿Sabes qué significa eso?

—Que  estamos  pasando  por  el  estrecho  de  Gibraltar  y  acercándonos  más  a  Grecia.  A  partir  de  ahora,  navegaremos  en  las  aguas  tranquilas  del  Mediterráneo,  como  los  antiguos fenicios. Nadie volverá a marearse.

—Nosotros no nos hemos mareado, y Paula tampoco.

—Porque hemos nacido marineros.

— ¿Cómo es que Paula no ha subido a cubierta con nosotros?

«Yo también la echo de menos. Sólo cinco días en alta mar y ya no puedo imaginar mi vida sin ella». A aquel pensamiento le siguió otro aún más turbador. Paula lo había estado evitando durante gran parte del día a lo largo de todo el crucero.

—Creo  que  le  está  leyendo  a  la  señora  DeMaio,  la  mujer  que  se  rompió  la  pierna  durante la tormenta del otro día.

— ¿La que se cayó por las escaleras?

No hay comentarios:

Publicar un comentario