viernes, 21 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 48

En cuanto Pedro entró en el dormitorio, tanto Ariel como Caro volvieron la cabeza. Habían estado mirando el álbum de recortes que Pedro había reunido para Caro desde el nacimiento de Ariel.  Su hermana  ya era  una  persona  distinta.  En  sus  ojos  brillaba  de  nuevo  la  luz  que  el  dolor  había extinguido  hacía  años.  Más  que  nunca,  Pedro estaba  decidido  a  que  Ariel fuera suyo. Haría lo que fuera necesario.

— ¡Pepe! — exclamó Caro.

—Vine a darles las buenas noches.

—Mamá me ha estado enseñando fotografías. Estaba muy raro cuando nací.

—Yo creo que estabas precioso —la voz de Caro se quebró. —Los niños no son preciosos, ¿eh, Pepe?

—Cierto. Sólo somos atractivos e inteligentes.

Ante aquel comentario, Caro se echó a reír.

—Me alegro de encontrarlos aquí. Erica y yo pasaremos la noche en el yate. Como tengo negocios  que  hacer  mañana  por  la  mañana  en  Atenas,  no  regresaré  a  Andros  hasta  el  mediodía,  pero  en  cuanto  lo  haga,  he  pensado  que  podríamos  ir  todos  en  coche  a  Gavrion, y una vez allí, subir a pie al viejo faro bizantino.

— ¿El que la gente usaba para dar señales cuando llegaban los piratas? Su sobrino nunca se olvidaba de nada.

—El  mismo,  Ariel.  Y  luego,  si  no  estamos  cansados,  podemos  ir  a  la  playa  de  Batsi  y  subir a un hidropedal.

— ¡No estaré cansado! —exclamó su sobrino.

Pedro  podía  ver  con  claridad  dos  cosas.  Por  un  lado,  que  a  Ariel no  podía  importarle  menos que  Erica se  fuera.  Y  más  importante,  que  aunque   estaría  ausente  de  la  casa  hasta  el  día siguiente,  su  sobrino  parecía  tranquilo  quedándose  con  Caro.  El  vínculo entre madre e hijo ya hacía que Ariel se sintiera seguro.

—Que descansen. Necesitaremos todas nuestras fuerzas para mañana.

—Buenas noches, Pepe. Te quiero.

—Yo a tí también.


A  las  seis  de  la  mañana,  Juan atravesaba  las  puertas  de  la  villa  con  Paula  en  el  asiento de atrás. No podía esperar a irse de Andros. A las tres de la madrugada había tenido una pesadilla y desde entonces no había vuelto a pegar ojo. Más aún, los gritos habían despertado a Caro, que había entrado corriendo en su habitación terriblemente preocupada.

—Caro, siento haberte despertado. Estaba teniendo una pesadilla.

Caro la miró con ansiedad.

—Parecía mucho peor que eso.

En un intento de eludir la mirada curiosa de su amiga, Paula enterró el rostro en sus manos.

 —Estaba soñando con Manuel, el hombre del que te hablé que ha tenido un infarto.

—Te refieres a Draco, tu jefe.

—Sí. Yo entraba en una habitación y él estaba allí tumbado, como si estuviera muerto. Salí corriendo y empecé a gritar.

—Qué horror. Debes de quererlo más de lo que pensabas.

Paula asintió.

—Hemos tenido  una  relación  muy  estrecha.  Anoche,  telefoneé  a  un  amigo  común  en  los Estados  Unidos  y  me  dijo  que  Manuel  no  se  encuentra  bien.  Seguramente  estaba  pensando en él antes de irme a la cama.  «Perdóname  por  mentirte,  Caro.  La  única  persona  con  la  que hablé  anoche  fue  Carlos,  pero hay razones de vida o muerte por las que no puedo decirte la verdad».

—Siento que tuvieras malas noticias, Pau.

—Yo  también.  Dadas  las  circunstancias,  no  creo  que  pueda  disfrutar  ahora  de  mis  vacaciones. Tengo la sensación de que Manuek me necesita. Debo ir con él.

— ¿Quieres decir ahora mismo?

En  cierto  sentido,  la  decepción  que  reflejaba  Caro en  su  voz  era  gratificante,  pero  en  otro, Paula estaba aterrorizada. Cada segundo que pasaba en Andros estaba poniendo en peligro la vida de las personas que amaba.

—Sí.  Mañana,  si  es  posible.  Espero  que  lo  comprendas  y  no  pienses  lo  peor  de  mí.

Caro se puso seria.

—Por  supuesto  que  no.  Mañana  a  primera  hora  llamaré  a  Pedro por  teléfono  y  le  pediré que lo disponga todo para que vayas a Atenas en helicóptero.

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