— ¡Pepe! — exclamó Caro.
—Vine a darles las buenas noches.
—Mamá me ha estado enseñando fotografías. Estaba muy raro cuando nací.
—Yo creo que estabas precioso —la voz de Caro se quebró. —Los niños no son preciosos, ¿eh, Pepe?
—Cierto. Sólo somos atractivos e inteligentes.
Ante aquel comentario, Caro se echó a reír.
—Me alegro de encontrarlos aquí. Erica y yo pasaremos la noche en el yate. Como tengo negocios que hacer mañana por la mañana en Atenas, no regresaré a Andros hasta el mediodía, pero en cuanto lo haga, he pensado que podríamos ir todos en coche a Gavrion, y una vez allí, subir a pie al viejo faro bizantino.
— ¿El que la gente usaba para dar señales cuando llegaban los piratas? Su sobrino nunca se olvidaba de nada.
—El mismo, Ariel. Y luego, si no estamos cansados, podemos ir a la playa de Batsi y subir a un hidropedal.
— ¡No estaré cansado! —exclamó su sobrino.
Pedro podía ver con claridad dos cosas. Por un lado, que a Ariel no podía importarle menos que Erica se fuera. Y más importante, que aunque estaría ausente de la casa hasta el día siguiente, su sobrino parecía tranquilo quedándose con Caro. El vínculo entre madre e hijo ya hacía que Ariel se sintiera seguro.
—Que descansen. Necesitaremos todas nuestras fuerzas para mañana.
—Buenas noches, Pepe. Te quiero.
—Yo a tí también.
A las seis de la mañana, Juan atravesaba las puertas de la villa con Paula en el asiento de atrás. No podía esperar a irse de Andros. A las tres de la madrugada había tenido una pesadilla y desde entonces no había vuelto a pegar ojo. Más aún, los gritos habían despertado a Caro, que había entrado corriendo en su habitación terriblemente preocupada.
—Caro, siento haberte despertado. Estaba teniendo una pesadilla.
Caro la miró con ansiedad.
—Parecía mucho peor que eso.
En un intento de eludir la mirada curiosa de su amiga, Paula enterró el rostro en sus manos.
—Estaba soñando con Manuel, el hombre del que te hablé que ha tenido un infarto.
—Te refieres a Draco, tu jefe.
—Sí. Yo entraba en una habitación y él estaba allí tumbado, como si estuviera muerto. Salí corriendo y empecé a gritar.
—Qué horror. Debes de quererlo más de lo que pensabas.
Paula asintió.
—Hemos tenido una relación muy estrecha. Anoche, telefoneé a un amigo común en los Estados Unidos y me dijo que Manuel no se encuentra bien. Seguramente estaba pensando en él antes de irme a la cama. «Perdóname por mentirte, Caro. La única persona con la que hablé anoche fue Carlos, pero hay razones de vida o muerte por las que no puedo decirte la verdad».
—Siento que tuvieras malas noticias, Pau.
—Yo también. Dadas las circunstancias, no creo que pueda disfrutar ahora de mis vacaciones. Tengo la sensación de que Manuek me necesita. Debo ir con él.
— ¿Quieres decir ahora mismo?
En cierto sentido, la decepción que reflejaba Caro en su voz era gratificante, pero en otro, Paula estaba aterrorizada. Cada segundo que pasaba en Andros estaba poniendo en peligro la vida de las personas que amaba.
—Sí. Mañana, si es posible. Espero que lo comprendas y no pienses lo peor de mí.
Caro se puso seria.
—Por supuesto que no. Mañana a primera hora llamaré a Pedro por teléfono y le pediré que lo disponga todo para que vayas a Atenas en helicóptero.
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