domingo, 30 de octubre de 2016

Dos hermanos: Capítulo 72

—Lo haces con tu mera presencia. Por eso tienes que volver a tu habitación. Por favor, querida. Su voz parecía desesperada.

—Está  bien  —Paula se  incorporó—.  Me  iré  —bajó  de  la  cama  y  se  sostuvo  sobre  sus  piernas vacilantes—. Pero lo lamentarás.

— ¿Crees que no lo sé?

—Tal  vez  no  deberíamos  vernos  hasta  nuestra  cita  delante  del  altar  pasado  mañana.  Será la única manera de mantenerme lejos de tí.

— ¡No digas tonterías!

Paula se echó a reír y salió corriendo de la habitación. Pedro la llamó por su nombre pero ella se negó a responder.  En  cuanto  amaneciera,  iría  a  la  taberna  y  pediría  una  habitación.  Pobre propietario.  Sabría con seguridad que la futura esposa del señor Alfonso no las tenía todas consigo.

—Estás preciosa, Paula.  Se inclinó y le dió un beso a Ari. Él y su madre caminarían delante de ella hacia el altar, agarrados de la mano.

—Y tú estás muy apuesto con ese esmoquin —luego sus ojos se posaron en Caro, que estaba  preciosa  con  el  vestido  rosa  pálido  que  Paula había  escogido  para  ella—.  Un  día caminarás hacia el altar con tu marido y serás tan feliz como yo.

Los ojos castaños de Caro se llenaron de lágrimas.

—Eso espero, porque nunca había visto a dos personas tan enamoradas como Pepe y tú —las dos se abrazaron.

—Tal vez. Pero creo que está ahora mismo furioso conmigo.

—Frustrado, mejor dicho. Tu idea de mantenerte alejada no le sentó muy bien. Solía ser una persona tratable. Menos mal que ya ha llegado el día de la boda —Caro sonrió—. Claro que cuando te vea con ese vestido, te lo perdonará todo.

—¡Eso espero!

— ¡Fede! —  gritó  Ariel  al  verlo  aparecer  por  las  puertas  de  la  iglesia,  resplandeciente  con su esmoquin negro.

— ¿Cómo estoy?

—¡Igual que yo! —exclamó Ariel, y todos se rieron.

Caro le hizo una seña a Paula.

—La música ya ha empezado.

— ¿Todo el mundo está listo? —quiso saber Fede. Hubo un sí colectivo—. Apuesto a que sientes el mismo hormigueo en el estómago —susurró al oído de Paula— que yo cuando estoy en lo alto de una montaña esperando la señal de salida.

—Así  es  exactamente  como  me  siento  — -susurró  Paula con  una  excitación  nerviosa que apenas podía controlar—. Te quiero, Fede.

—Yo  a  tí  también  —Fede  la  besó  suavemente  en la mejilla y  luego  Paula tomó  su  brazo.

Ariel  y  Caro empezaron  a  caminar  hacia  el  altar.  Poco  después,  Fede y  ella  los  siguieron. La diminuta iglesia estaba abarrotada de invitados con buenos deseos. Al pasar al lado de cada banco, los amigos y vecinos se ponían en pie y sonreían. Analía y  Germán  la  saludaron  con  un  gesto  de cabeza.  Ariel  no  podía  haberse  criado  con  unas  personas  más  encantadoras.  Según  Caro, estaban  planeando  trasladarse  a  Grecia,  tal  vez abrir un nuevo restaurante en Andros. Todo iba a salir bien. Vió a Juan y a Melina. Tenían rostros resplandecientes.

— ¡Carlos! —exclamó en voz baja al ver cómo él y su esposa se ponían en pie. Aquello era obra  de  Pedro.  Cómo  lo  amaba.  Carlos miró  a  Paula,  luego  a  Fede,  y  guiñó  el  ojo  con  una sonrisa en su rostro afable. Continuaron el desfile. Humberto Rich y su esposa también estaban allí, y su evidente alegría por ella la conmovió.  Cuando  llegaron  al  frente,  divisó  una  silla  de  ruedas. ¡Era Manuel!  Él  asintió  y  parpadeó al reconocerla. Paula estuvo a punto de desmayarse, pero Fede estaba allí para darle el apoyo que necesitaba.

Cuando  llegaron  detrás  de  Pedro,  que  estaba  vestido  con  un  elegante  traje  negro,  las  lágrimas habían  enturbiado  su  visión.  Luego  él   se  volvió  con  aquella  maravillosa  sonrisa dirigida exclusivamente a ella. Cuando le extendió la mano, Paula la tomó con ansiedad. El párroco empezó:

—Amados todos...

«Tú eres mi amado». Paula vocalizó las palabras para Pedro.  En cuanto a Pedro, no podía apartar la vista de su esposa. Su pelo rojo refulgía sobre su vestido de encaje y seda dejándolo sin aliento. Durante la ceremonia, sus ojos azules le hablaban, transmitiéndole todo su amor.  

Cuando  llegó  el  momento  de  ponerle  el  anillo  que  Fede le  ofrecía,  lo  deslizó  junto  al diamante que ya lucía en su dedo. Luego el párroco pronunció la bendición y le dijo a Pedro que podía besar a la novia. Paula elevó sus labios hacia los suyos. Parecía que había pasado toda una vida desde la última vez que sintiera su abrazo apasionado.

— ¿Mamá? — oyó Pedro decir a Ariel en voz alta—. ¿Cómo es que el tío Pepe lleva tanto tiempo besando a Pau?

—Porque se quieren mucho —susurró una voz suave.

—Ahora están casados, ¿Eh?

—Sí, cariño.

—Y ya eres mi mamá.

 —Sí. Y tú eres mi pequeño para siempre.

— ¡Genial!

—Genial me gusta —susurró Pedro junto a los labios de su esposa—. Genial ha sido tu plan de venganza. Jugó a mi favor. Te adoro...

—Te amo tanto que no puedo esperar a estar a solas contigo para demostrártelo.

—Qué cosas dice, señora Alfonso. Y los momentos que escoge para decirlas...

FIN

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