—Lo haces con tu mera presencia. Por eso tienes que volver a tu habitación. Por favor, querida. Su voz parecía desesperada.
—Está bien —Paula se incorporó—. Me iré —bajó de la cama y se sostuvo sobre sus piernas vacilantes—. Pero lo lamentarás.
— ¿Crees que no lo sé?
—Tal vez no deberíamos vernos hasta nuestra cita delante del altar pasado mañana. Será la única manera de mantenerme lejos de tí.
— ¡No digas tonterías!
Paula se echó a reír y salió corriendo de la habitación. Pedro la llamó por su nombre pero ella se negó a responder. En cuanto amaneciera, iría a la taberna y pediría una habitación. Pobre propietario. Sabría con seguridad que la futura esposa del señor Alfonso no las tenía todas consigo.
—Estás preciosa, Paula. Se inclinó y le dió un beso a Ari. Él y su madre caminarían delante de ella hacia el altar, agarrados de la mano.
—Y tú estás muy apuesto con ese esmoquin —luego sus ojos se posaron en Caro, que estaba preciosa con el vestido rosa pálido que Paula había escogido para ella—. Un día caminarás hacia el altar con tu marido y serás tan feliz como yo.
Los ojos castaños de Caro se llenaron de lágrimas.
—Eso espero, porque nunca había visto a dos personas tan enamoradas como Pepe y tú —las dos se abrazaron.
—Tal vez. Pero creo que está ahora mismo furioso conmigo.
—Frustrado, mejor dicho. Tu idea de mantenerte alejada no le sentó muy bien. Solía ser una persona tratable. Menos mal que ya ha llegado el día de la boda —Caro sonrió—. Claro que cuando te vea con ese vestido, te lo perdonará todo.
—¡Eso espero!
— ¡Fede! — gritó Ariel al verlo aparecer por las puertas de la iglesia, resplandeciente con su esmoquin negro.
— ¿Cómo estoy?
—¡Igual que yo! —exclamó Ariel, y todos se rieron.
Caro le hizo una seña a Paula.
—La música ya ha empezado.
— ¿Todo el mundo está listo? —quiso saber Fede. Hubo un sí colectivo—. Apuesto a que sientes el mismo hormigueo en el estómago —susurró al oído de Paula— que yo cuando estoy en lo alto de una montaña esperando la señal de salida.
—Así es exactamente como me siento — -susurró Paula con una excitación nerviosa que apenas podía controlar—. Te quiero, Fede.
—Yo a tí también —Fede la besó suavemente en la mejilla y luego Paula tomó su brazo.
Ariel y Caro empezaron a caminar hacia el altar. Poco después, Fede y ella los siguieron. La diminuta iglesia estaba abarrotada de invitados con buenos deseos. Al pasar al lado de cada banco, los amigos y vecinos se ponían en pie y sonreían. Analía y Germán la saludaron con un gesto de cabeza. Ariel no podía haberse criado con unas personas más encantadoras. Según Caro, estaban planeando trasladarse a Grecia, tal vez abrir un nuevo restaurante en Andros. Todo iba a salir bien. Vió a Juan y a Melina. Tenían rostros resplandecientes.
— ¡Carlos! —exclamó en voz baja al ver cómo él y su esposa se ponían en pie. Aquello era obra de Pedro. Cómo lo amaba. Carlos miró a Paula, luego a Fede, y guiñó el ojo con una sonrisa en su rostro afable. Continuaron el desfile. Humberto Rich y su esposa también estaban allí, y su evidente alegría por ella la conmovió. Cuando llegaron al frente, divisó una silla de ruedas. ¡Era Manuel! Él asintió y parpadeó al reconocerla. Paula estuvo a punto de desmayarse, pero Fede estaba allí para darle el apoyo que necesitaba.
Cuando llegaron detrás de Pedro, que estaba vestido con un elegante traje negro, las lágrimas habían enturbiado su visión. Luego él se volvió con aquella maravillosa sonrisa dirigida exclusivamente a ella. Cuando le extendió la mano, Paula la tomó con ansiedad. El párroco empezó:
—Amados todos...
«Tú eres mi amado». Paula vocalizó las palabras para Pedro. En cuanto a Pedro, no podía apartar la vista de su esposa. Su pelo rojo refulgía sobre su vestido de encaje y seda dejándolo sin aliento. Durante la ceremonia, sus ojos azules le hablaban, transmitiéndole todo su amor.
Cuando llegó el momento de ponerle el anillo que Fede le ofrecía, lo deslizó junto al diamante que ya lucía en su dedo. Luego el párroco pronunció la bendición y le dijo a Pedro que podía besar a la novia. Paula elevó sus labios hacia los suyos. Parecía que había pasado toda una vida desde la última vez que sintiera su abrazo apasionado.
— ¿Mamá? — oyó Pedro decir a Ariel en voz alta—. ¿Cómo es que el tío Pepe lleva tanto tiempo besando a Pau?
—Porque se quieren mucho —susurró una voz suave.
—Ahora están casados, ¿Eh?
—Sí, cariño.
—Y ya eres mi mamá.
—Sí. Y tú eres mi pequeño para siempre.
— ¡Genial!
—Genial me gusta —susurró Pedro junto a los labios de su esposa—. Genial ha sido tu plan de venganza. Jugó a mi favor. Te adoro...
—Te amo tanto que no puedo esperar a estar a solas contigo para demostrártelo.
—Qué cosas dice, señora Alfonso. Y los momentos que escoge para decirlas...
FIN
Muy buena!! Linda historia
ResponderEliminarHermoso final! Gracias por compartirla!
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