—Así es.
Ariel volvió la cabeza y miró a Pedro. El viento balanceaba sus mechones negros sobre su frente.
— ¿Es Erica tan buena como Paula?
Cielos, ¿A qué venía esa pregunta?
— Sí, es muy buena.
— ¿Le gusta contar historias? «¿ Historias?».
—No lo sé.
—Paula cuenta mejores historias que Germán.
— ¿Es eso cierto?
—Sí. Anoche tuve una pesadilla y llamé a tu puerta, pero estabas dormido, así que fui a su habitación. Me dejó entrar.
—Debiste haberme despertado, en lugar de molestar a Paula.
—Dijo que podía ir cuando quisiera si no podía dormir. ¿Estás enfadado?
—No, claro que no. Me alegro de que te hiciera sentir mejor.
— ¡Fue divertido! Comimos chocolate y me contó cosas sobre los ovnis. Pedro se echó a reír. Chocolate y pequeños hombres verdes. No muy apropiado para un niño asustado de cinco años.
— ¿Te dijo lo que es un ovni?
—Sí. Hasta me enseñó la foto de uno.
Pedro parpadeó.
— ¿Te enseñó una foto?
— Sí. Tiene una colección. Cuando solía hacer su programa de radio, las puso en Internet —dijo con importancia—. ¿Pepe? ¿Crees que hay gente viviendo en Marte? Debía de haber sido toda una conversación la de la noche anterior.
—Creo que cualquier cosa es posible.
— Yo también. Paula dice que Draco y yo nos llevaríamos bien.
«¿Draco?».
—Creo que no había ido hablar de él.
—Paula lo quiere.
Pedro contuvo el aliento.
— ¿Es eso cierto?
—Sí. Pasan las noches despiertos buscando ovnis en el cielo. «Apuesto a que sí».
— ¿Te gusta Paula?
— ¿Por qué me lo preguntas?
El niño exhaló un pequeño suspiro.
—No lo sé.
«Claro que lo sabes, Ari. Porque no conoces a Erica y ahora te has encariñado de Paula. Y yo también. Deberías haber hecho este viaje, Erica. Deberías estar ocupando mis pensamientos. Deberíamos estar planeando nuestra boda». Bajó la vista a Ariel y le apretó la mano. «Si no va a haber boda, necesito hablar con Costas y discutir sobre los problemas que podrá plantear el juez si pedimos que Ari pase al cuidado de Caro directamente. De alguna forma...»
—Vamos, Paula, hagamos un poco de ejercicio en el gimnasio.
—Creo que es hora de apagar la luz, señora DeMaio. El analgésico empieza a hacerle efecto. Piénselo, mañana por la mañana su familia la estará esperando en el muelle en Pireo.
—Nunca habría llegado tan lejos sin tu ayuda. Eres un ángel, Paula.
—Tonterías. No tenía otra cosa que hacer.
«Menos mal que me necesitaba». Había sido un gran error hacer aquel viaje. Había pocos lugares en los que una persona podía esconderse, incluso en el Neptuno. Ariel siempre la encontraba, y Pedro nunca estaba muy lejos.
-¿Quiere alguna otra cosa antes de que me vaya?
—Nada. Gracias, querida. Ya es muy tarde, y tú también necesitas dormir.
Paula no podría dormir. Al día siguiente, no sólo estaría en tierra firme, donde los que la perseguían podrían encontrarla más fácilmente, sino que se separaría de Pedro. Miró el reloj de la mesilla. Las doce y media. Su última noche a bordo. Había cenado a propósito con la señora DeMaio y luego le había estado leyendo para evitar la compañía de Pedro. La tentación de quedarse más tiempo con él sería demasiado grande.
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